Fotografías de niños dentro de una base que perteneció a ISIS mientras ocupó Tal Abyad en el norte de Siria (Gul Tuysuz/CNN).

TAL ABYAD, Siria (CNN) – Tomar el nombre de Dios en vano puede llevar a una persona a prisión; fumar cigarrillos, a ser azotado en público; jugar cartas, a ser encerrado en una jaula durante días.

Esa era la vida bajo el control de ISIS para los residentes de Tal Abyad, un polvoriento pueblo en la frontera entre Turquía y Siria, y una puerta al área de Siria que es gobernada por militantes extremistas.

Aquí, las atrocidades de ISIS merodean cerca de la superficie.

Una vía de sentido circular rodeada por una cerca negra parece no tener nada en particular, pero si hablas con los residentes, ellos la describen como la “rotonda de la muerte”.

Es aquí donde los castigos más severos fueron llevados a cabo por ISIS. Decapitaciones, tiroteos y azotes, todo es parte de la interpretación brutal que ISIS tiene del Islam.

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Justo al final del camino desde la vía de tráfico circular se encuentra una jaula blanca. Un hombre fue puesto en la jaula durante tres días, dice un residente, simplemente porque lo encontraron jugando cartas.

Las fuerzas kurdas ahora han liberado el pueblo fronterizo, pero el despiadado reinado de terror ISIS aún es evidente en las calles parcialmente desiertas.

Debido a que anticipaban una batalla violenta entre ISIS y las fuerzas kurdas YPG que avanzaban en la región, la mayoría de los residentes de Tal Abyad huyeron hacia el país vecino de Turquía.

Los kurdos habían esperado que les tomaría semanas derrotar a ISIS en Tal Abyad. Al final, la victoria es tomó solo dos días.

ISIS simplemente empacó sus cosas y se dirigió a su baluarte de Raqqa, a más o menos 100 km al sur.

Ahora es posible ver grupos de personas en las esquinas de las calles de Tal Abyad. Los residentes —en su mayoría hombres— se reúnen en algunas, mientras otras han sido ocupadas por los combatientes de YPG.

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Existe una aceptación cautelosa de la nueva fuerza en el pueblo, pero los kurdos necesitarán demostrar sus capacidades con la población árabe del pueblo.

Unos cuantos vendedores de vegetales comercian sus productos desde la parte trasera de una camioneta y en la carretera. Los clientes revisan bolsas plásticas llenas de berenjenas, pepinos y otros productos frescos.

Una vez están fácilmente disponibles en esta área rural, estos fueron trasladados desde otro pueblo a dos horas de distancia.

Las personas que están reunidas aquí no quieren hablar frente a la cámara. Ellos dicen que tienen familiares en Raqqa, donde ISIS mantiene firmemente el control.

“Si mi familia estuviera a salvo, ni siquiera creerías las historias que te podría contar. Te lo contaría todo”, nos dijo un hombre.

Justo al final del camino, cajas de cigarrillos se encuentran acumuladas a la altura del pecho. Durante los dos años de control de ISIS, prohibieron la venta de cigarrillos y el fumarlos.

“Si te atrapaban, por cada cigarrillo, cada uno, te imponían una multa de 1.000 liras (libras sirias, más o menos el equivalente a 4,60 dólares)”, nos dijo el vendedor. “Y te azotaban”.

Otros castigos se llevaban a cabo fuera de la vista pública.

La prisión del pueblo está abandonada; el hedor de las aguas residuales emana de este bloque de aislamiento solitario.

No hay nadie alrededor que nos diga quién estuvo cautivo aquí o por qué, a excepción de un único pedazo de papel que detalla la detención de un hombre en 2014 quien según dijeron, tomó el nombre de Dios —Alá— en vano.

En uno de los edificios de seguridad de ISIS, la bandera negra de los militantes domina ominosamente las paredes.

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Una repisa está llena de cuadernos oficiales de ISIS; uno de ellos es un formulario que deberá llenarlo un individuo que asume la responsabilidad por los crímenes de otro; por ejemplo, un padre cuya hija no estaba adecuadamente vestida.

‘Nos vestían de negro’

Es por temor a las represalias que Mahmoud Darwish oculta a sus tres hijas pequeñas, quienes ahora tienen entre 5 y 8 años de edad.

La familia de Darwish se refugió en Tal Abyad luego de ser desplazada por la fuerte guerra en Siria. Él había trasladado a su familia desde Alepo para escapar de las despiadadas batallas que se libraban entre los rebeldes y el régimen sirio.

Tal Abyad llegó a estar bajo el control de ISIS al poco tiempo después. En lugar de huir al país vecino de Turquía, la familia eligió quedarse… y a regañadientes obedeció las leyes draconianas de ISIS. Para ser una familia con poco dinero, las reglas de los militantes de cubrir incluso a las niñas pequeñas era una carga financiera.

“¿Pensaste que era gratis? Dinero”, refunfuña Darwish lacónicamente. “Ellos tomaban dinero de nosotros y las vestían”.

Existe un sentido de intranquilidad en Tal Abyad que emana de los adultos. La mayoría de sus respuestas son breves y están llenas de enojo y frustración. Su amargura no se dirige a nadie en particular, sino aparentemente solo a lo que la vida los ha obligado a soportar y a la incertidumbre que siguen enfrentando.

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Los niños parecen haber sido librados un poco de esa angustia, o quizás en el caso de las tres hijas de Darwish, la diferencia radica en su euforia por estar afuera sin un pañuelo en la cabeza.

Al estar libres de sus velos por primera vez en dos años, las niñas tienen un sentido de gozo en un fuerte contraste con los adultos… quienes saben que su futuro aún es incierto.

La hija de cinco años de Darwish le da vueltas a su falda amarilla, mientras sus hermanas mayores, Amine y Shuruk, hablan al mismo tiempo. Las niñas describen cómo ISIS convirtió su escuela en una base y las obligó a utilizar pañuelos negros para la cabeza.

“Nos seguían vistiendo de negro”, dijo Shuruk. “Cuando ISIS estaba aquí, no estábamos contentos”.

Pero ahora, dicen, están contentos. Uno solo puede esperar que siga así.