Una foto tomada el 15 de octubre de 2014 muestra los restos del vuelo MH17 de Malaysia Airlines cerca de la ciudad de Rassipnoe, Ucrania.

Nota del editor: Matthew Rojansky es el director del Kennan Institute en el Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson. Michael Kofman es miembro de la política pública en el Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson. Las opiniones expresadas son las de ellos.

(CNN) - El primer aniversario del derribo del vuelo MH17 sobre Ucrania es una oportunidad para hacer una evaluación de los costos de la última, mayor y aparentemente más intrincada crisis de seguridad de Europa.

Doce meses después de que los separatistas respaldados por Rusia fueron los primeros en ser acusados de derribar el avión de pasajeros de Malaysia Airlines, las relaciones de Europa con Rusia –que habían avanzado a grandes pasos durante casi tres décadas desde la caída de la Cortina de Hierro– han caído de nuevo hasta la profunda desconfianza y hostilidad.

Los líderes europeos, que inicialmente quedaron desequilibrados debido a la anexión rusa de Crimea y los estallidos torrenciales de violencia al este de Ucrania, encontraron una nueva determinación cuando casi 300 pasajeros, muchos de ellos ciudadanos de la Unión Europea, se convirtieron en víctimas del conflicto.

Esta tragedia, por la que los europeos consideran a Rusia moral y políticamente responsable, se convirtió en el grito de guerra y el detonante para la imposición de duras sanciones coordinadas por parte de Estados Unidos y la Unión Europea.

Y si bien el impacto y el legado de las sanciones en sí mismos se mezclan, no puede haber ninguna duda de que la era de la colaboración en las relaciones de Rusia con Europa y Occidente ha terminado por completo, y que un nuevo período caracterizado por el aislamiento y la disuasión mutua ha comenzado.

La UE y Estados Unidos se han dirigido a prominentes funcionarios y líderes individuales de negocios rusos, así como a las empresas estatales de Rusia, su sector bancario y a su capacidad de refinanciar la deuda corporativa.

Apiladas en la parte superior de una fuerte caída en los precios del petróleo y una recesión económica que empezó a principios del 2014, las sanciones han añadido dolorosas capas a los problemas financieros más grandes de Moscú.

Hasta el momento se prevé que su costo ha sido al menos de 40.000 millones de dólares y que han acelerado la fuga de capitales, cientos de miles de millones en divisas que la economía rusa no puede permitirse perder.

Pero a pesar de que las sanciones fueron concebidas como un instrumento de apalancamiento a largo plazo, hasta ahora han demostrado ser más punitivas que coercitivas.

Desde su imposición, Ucrania ha visto dos grandes ofensivas militares respaldadas por Rusia, una mayor pérdida de territorio y ningún cambio sustancial en la falta de voluntad de Moscú para poner en práctica los términos clave de cualquiera de los protocolos de Minsk de septiembre de 2014 y de febrero de 2015.

Por su parte, el Kremlin reconoce el daño económico que han provocado las sanciones, pero también ha utilizado ciclos de sanciones y sanciones de contrarresto para apuntalar su posición política nacional.

A principios y mediados del 2014, la crisis de Ucrania fue visualizada en gran medida por los rusos a través de la lente de la disfunción interna de Ucrania, pero ahora se lanza exclusivamente en términos de una batalla mayor entre Rusia (el bien) y el Oeste (el mal), en la que una apelación al patriotismo ruso fundamental exige el apoyo al presidente Vladimir Putin y sus políticas.

Aún así, el derribo del MH17 forjó una respuesta europea colectiva de lo que antes había sido una Unión Europea rebelde y dividida, en la que algunos estados miembros estaban preparados para descartar a Ucrania y a todo el “vecindario oriental” en aras de la preservación de los vínculos económicos lucrativos con Moscú.

Como resultado, también deprimió las expectativas del Kremlin de que podría bloquear la acción colectiva de la UE a través del mantenimiento de fuertes relaciones comerciales bilaterales con los estados europeos y el emprendimiento de una intervención selectiva en las políticas internas europeas y en el discurso de los medios. Incluso un año después, la solidaridad europea se ha mantenido firme, y las sanciones han sido renovadas por consenso hasta enero del 2016.

Así que el MH17 fue un punto de inflexión, después del cual muchos líderes europeos abandonaron el punto de vista que anteriormente habían mantenido respecto a que Rusia podría ser integrada con éxito en los marcos económicos, políticos o de seguridad liderados por el occidente.

Esta revolución del pensamiento acerca de Rusia ha sido más significativa en Alemania, la cual fue la piedra angular de las relaciones políticas y económicas entre Rusia y la UE.

Aunque todavía hay un debate abierto en Berlín acerca del camino a seguir –una nueva versión de la “Ostiopolitik” o un retorno a la Guerra Fría– y mientras la canciller Angela Merkel sigue siendo la intermediaria de elección entre Rusia y Occidente, es claro que la relación que ambos, Alemania y Rusia, alguna vez calificaron como una “asociación estratégica” ha llegado a su fin.

En cambio, la guerra de Rusia en Ucrania ha sumido a Rusia y al Occidente en una nueva fase en sus relaciones, dando por terminado eficazmente el período posterior a la Guerra Fría. Pero mientras que Rusia ha tomado un bocado estratégico de Ucrania, lo ha hecho a un costo que alguna vez fue inconcebiblemente alto: el fin de la asociación económica y política ruso-europea y el surgimiento de una situación en la que la OTAN y Rusia, una vez más, ven la confrontación directa como una posibilidad real.

Mientras tanto, el futuro de Ucrania sigue siendo igual de incierto que hace un año. El país marcha de manera irregular por el camino de las reformas económicas y políticas, pero sus ciudadanos y los acreedores internacionales se están impacientando.

Para todo propósito práctico, Crimea parece perdida, y no se visualiza un final para el conflicto en Dombás. Tanto en la agenda política y económica interna de Ucrania como en el conflicto a fuego lento de Dombás, Rusia podría intervenir en cualquier momento para elevar drásticamente los costos para Ucrania y sus partidarios occidentales.

En última instancia, Europa y Estados Unidos pueden sentirse decepcionados por el escaso éxito de las sanciones en cuanto al cambio de conducta de Rusia o respecto a la mejora de la situación en Ucrania.

Pero ahora, esto se trata de algo más que Ucrania. La tragedia del MH17 y las sanciones posteriores probablemente marcan una revolución en el pensamiento europeo acerca de Rusia, la que incluye el desmantelamiento del comercio básico y las relaciones financieras y políticas a todos los niveles.

Y todo esto plantea una cuestión preocupante para el futuro: ¿Qué podemos esperar de una Rusia que ha sido tan aislada del Occidente que tiene muy poco que perder?