Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es periodista, escritor, columnista de diario El Nuevo Herald y colaborador de CNN en Español. Ha sido reportero y corresponsal extranjero en Cuba, España y Estados Unidos. Las opiniones expresadas en este artículo le corresponden exclusivamente al autor.
¿Invitará el secretario de Estado John Kerry a la oposición cubana cuando ice la bandera en la embajada de La Habana el próximo 14 de agosto? Más que probablemente, no.
Se dice que las sedes diplomáticas estadounidenses invitan usualmente tanto al gobierno como a su oposición, y que sería lo “normal”. Pero eso no es exacto. Salvando las grandes distancias, ni en El Cairo invitan a la Hermandad Musulmana; ni en Washington el canciller cubano Bruno Rodríguez invitó a Occupy Wall Street cuando izó la bandera cubana en su embajada.
El tema lo destapó el analista político Andrés Oppenheimer en el Miami Herald y El Mundo de Madrid. Dijo que si Kerry no invita a la oposición cubana es un error, porque no mostraría el compromiso de Washington con la defensa de los derechos humanos y los principios democráticos.
Aunque hay otra interpretación: Kerry no lo hará, no porque no apoye derechos y principios, sino porque sería una soberana estupidez.
Lo que sí podría suceder es que se reúna con miembros de la oposición que no hayan viajado al Primer Encuentro Nacional Cubano, asamblea opositora que tendrá lugar en Puerto Rico por esas mismas fechas, donde Berta Soler, Guillermo “Coco” Fariñas y José Luis Pérez “Antúnez”, entre otros, “visualizarán una nueva Cuba”. El encuentro pretende –por enésima vez– la unidad anticastrista.
Pero lo que parece evidente en todos estos lances de la diplomacia estadounidenses con opositores de un lado y gobierno cubano del otro, es que aunque Barack Obama tenga de verdad como objetivo el adelanto de los derechos humanos y los principios democráticos en la isla, y aunque Kerry se reúna con la oposición en Cuba para asegurarles que Washington sigue velando por ellos, el elenco opositor tendrá que cambiar, inexorablemente, tanto sus actores como sus guiones. El panorama político es otro y no lo entienden; es como despertarse en otra cama sin darse cuenta todavía. La oposición cubana será estrictamente nacional, o no será.
Al aceptar la legitimidad del gobierno cubano con el restablecimiento de relaciones y renunciar a la política de cambio de régimen, Estados Unidos deberá –entre otras cosas– suspender o modificar radicalmente los programas de ayuda a la oposición interna, desactivar Radio y TV Martí (o al menos lograr que reflejen la política de Washington y no de la calle Ocho) interactuar diplomáticamente con el gobierno cubano “en igualdad de condiciones” y, quiéranlo o no, ir desatendiendo a los opositores que se han opuesto radicalmente a la política de engagement del presidente Obama. El mundo real es así, y así lo será para los opositores, tanto internos como externos.
Así que, ¿de qué hablará Kerry con los opositores, si se reúne, en La Habana?
¿Les explicará que Obama no rompió ninguna promesa de no hacer un acuerdo con el régimen cubano “sin consultar (antes) con la oposición pacífica cubana” porque es el presidente de la nación más poderosa del mundo y solo fue galante con la desproporcionada petición de Coco Fariñas en casa de Jorge Mas Santos en Miami, año 2013?
¿Les dirá también –a los que no lo sepan ya– que dejen de mirar siempre a Washington y de gritar cada cinco minutos “traición”, porque en primer lugar Estados Unidos nunca le ha sido fiel a Cuba ni tampoco a nadie que no le convenga serle fiel?
Tal vez Kerry ni se reúna con los opositores en La Habana. Sería lo mejor; a ver si así acaban de cortarse el cordón umbilical. Estos opositores, o los que vendrán.
No es algo imposible para un país que exista una oposición pacífica saludable. Pero cuando el único mensaje de esa oposición es el cambio de régimen a ultranza, sin aprovechar los muchos o mínimos espacios existentes, catalogando al gobierno que objeta como ilegal, no es ya una oposición, sino un frente de batalla.
De la misma forma, cuando hay un gobierno que no permite dentro de sus ciudadanos corrientes de pensamiento y acción diversos que busquen contribuir libremente al destino de la nación, no es ya un gobierno, sino un frente de batalla. El único problema para la oposición a ultranza es que el gobierno cubano últimamente gana todas las batallas. Y para el gobierno, que solo ganando batallas no se edifica una nación.