Nota del editor: Frida Ghitis es columnista de asuntos internacionales para el Miami Herald y el World Politics Review, y exproductora y excorresponsal de CNN. Las opiniones expresadas en esta columna son únicamente suyas.
(CNN) – Durante unos cuantos años, la nación sudamericana de Venezuela y su histriónico presidente, el fallecido Hugo Chávez, causó revuelo a nivel mundial. Mientras cambió totalmente la economía del país y se aprovechó del conflicto entre las clases en casa, le atribuyó los problemas del mundo a Estados Unidos, insultó al presidente estadounidense en las Naciones Unidas y exhortó a otros izquierdistas en la región a desafiar el imperante modelo económico y a seguir su camino hacia el “socialismo del siglo XX”.
Desde de la muerte de Chávez, el mundo en gran medida dejó de prestar atención. Sin embargo, eso podría cambiar muy pronto.
El escenario ya está preparado para lo que podría llegar a ser una gran confrontación. Bajo la presión de un líder opositor encarcelado en huelga de hambre, el gobierno finalmente ha fijado una fecha para las elecciones. El 6 de diciembre, los venezolanos acudirán a las urnas para elegir a una nueva Asamblea Nacional. Es mucho lo que está en juego, y la posibilidad de que surja un período de agitación es muy real.
El presidente Nicolás Maduro, el sucesor elegido específicamente por Chávez, ya advirtió que si la oposición gana, “ocurrirán cosas muy graves”, y dijo que se desatará “un proceso de confrontación”. Además, advirtió que él será el primero en salir a las calles para “defender la revolución”.
Cuando los candidatos de la oposición empezaron a tratar de registrarse para participar en las elecciones la semana pasada, ellos descubrieron que las autoridades electorales, fieles al gobierno, ya les estaban impidiendo que se postularan para ocupar un cargo. Y el sistema judicial no les ofrece ayuda.
Tal como lo acaban de reiterar los grupos de derechos humanos, el sistema de justicia no es nada más que una herramienta en contra de los críticos y rivales del gobierno, ya que los jueces y los fiscales obedientemente actúan según los objetivos políticos del presidente.
Aun así, la oposición espera ganar las elecciones a medida que la frustración popular ante las condiciones económicas y de seguridad que son cada vez más funestas ha hecho que un creciente número de personas se vuelva en contra del régimen. Un número significativo de venezolanos, quizás el 25%, se mantiene fiel al legado del carismático Chávez. Pero son muchas las probabilidades de que la oposición intente lanzar una campaña de retiro en contra de Maduro, quien se encuentra en una posición desfavorable.
Los ingredientes para una crisis están sobre la mesa: ira, frustración, una enemistad visceral entre ambos bandos y una sensación de juego sucio. La única forma de impedir que se dé un desastre aún mayor es asegurarse de que las elecciones sean justas, al abrir un camino pacífico, una avenida política para trabajar a través de la profunda división del país.
Sin embargo, las perspectivas no pintan bien. El pueblo venezolano ha soportado un catastrófico colapso económico que sin duda empeorará en los próximos meses. Si alguien se hubiese propuesto destruir al país, no podría haberlo hecho de manera más eficiente que como lo hizo Chávez y el heredero de su elección, quien ha seguido las mismas políticas desastrosas, llevando al país al abismo.
Venezuela tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo, pero el país esencialmente está en la quiebra. En noviembre del año pasado empezó a importar, entre todas las cosas, petróleo. Hay escasez de prácticamente cualquier producto de consumo imaginable, desde papel higiénico hasta cerveza, desde leche hasta antibióticos.
Una salida a hacer compras es un ejercicio de frustración y resistencia. Los venezolanos tienen que hacer cola durante horas en el sofocante calor tropical para conseguir productos que la mayoría de las veces están agotados.
Tal y como lo hizo su predecesor, Maduro le atribuye la escasez a la oposición, a sus enemigos políticos y a los ricos. Pero la verdadera razón por la que la economía simplemente no funciona es porque el gobierno ha introducido políticas desatinadas que desafían toda la lógica.
Lo que empezó como un esfuerzo para aliviar la pobreza —el más digno de los objetivos en un país pobre— se convirtió en un experimento fallido de lo que es el socialismo con una infusión populista. El gobierno expropió negocios, trató de controlar los precios y mercados, y generalmente perturbó los mecanismos de oferta y demanda hasta el punto en el que producir cualquier cosa se volvió no rentable.
El primer y mayor objetivo de la intervención del gobierno fue la compañía petrolera estatal, PDVSA, la cual fue utilizada por el gobierno de Chávez como una fuente de financiación para sus programas sociales.
Lo que una vez fue un negocio eficiente, rentable y bien administrado se convirtió en una herramienta política manejada por los partidarios del régimen. En lugar de invertir en el mantenimiento y la producción, el gobierno sacó todo lo que pudo de su empresa petrolera, al utilizar el petróleo barato para comprar la lealtad de regímenes latinoamericanos y utilizar los beneficios para financiar una gran cantidad de proyectos no relacionados.
Si se hubiera realizado con más previsión podría haber funcionado, pero al final todo terminó por desplomarse. Todo comenzó en los años cuando los precios del petróleo se elevaron a 100 dólares el barril; esto generó grandes cantidades de dinero, pero nada de esto se usó para ampliar la producción y mantener el equipo. El gobierno rompió la alcancía.
La producción de petróleo ha colapsado. Y, para empeorar las cosas, y mucho, el precio mundial del petróleo, el alma del régimen y del país, se ha reducido en más o menos la mitad. Los problemas de flujo de efectivo del país ya eran serios antes de que los precios del petróleo se vinieran abajo. Ahora solo empeorarán.
En un intento desesperado por retener los dólares escasos, el gobierno ha impuesto un desconcertante sistema de controles monetarios, con cuatro tasas de cambio distintas. En 2003, la tasa oficial era de 1,6 bolívares por dólar. Hace un año, la tasa estaba en 79 bolívares por dólar. Hoy puedes conseguir más o menos 700 bolívares por un dólar en el mercado negro.
El gobierno también se benefició de las reservas de dinero en efectivo del país, al utilizar lo que está previsto como el contrapeso económico para financiar los programas sociales. Ahora esas reservas han alcanzado puntos mínimos récord, y la economía está a punto de estrellarse contra una pared.
La tasa de inflación es tan alta que las autoridades han dejado de informar sobre las últimas estadísticas. El último informe oficial del año pasado indicaba que la inflación era de 68%, pero los economistas dicen que ahora ha llegado a los tres dígitos. La economía está en una profunda recesión. De nuevo, no hay datos oficiales disponibles.
Lo que hace que la situación sea verdaderamente peligrosa es la polarización que Chávez y Maduro avivaron con gusto. El país está dividido en dos bandos que se desprecian mutuamente. Lo profunda que es la enemistad hace que las divisiones en Washington parezcan inofensivas. Para cada problema, para cada situación de escasez, para cada crimen, para cada política errónea, Maduro culpa a la oposición; él acusa a las empresas de acaparamiento y especular para destruir a su gobierno.
Venezuela será noticia importante en los próximos meses. Si surge un colapso total, las repercusiones se sentirán en toda la región y en el hemisferio. La única manera de prevenir esto es que la comunidad internacional exija que se den elecciones justas. Maduro ya ha rechazado a los observadores internacionales, al afirmar que “Venezuela no es ni será supervisada por nadie”. Pero aún hay una forma de impedir el desastre si se convence a Maduro de que la democracia debe tomar su curso.