El secretario de Estado John Kerry (izq.) junto al canciller cubano Bruno Rodríguez en una conferencia de prensa conjunta el 14 de agosto de 2015 en La Habana. Crédito: Chip Somodevilla/Getty Images.

Nota del editor: Arturo López-Levy es profesor adjunto en el Centro de Estudios Globales de la Universidad de Nueva York. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor.

Los adversarios del actual acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos están teniendo un verano difícil. Las ceremonias de izamiento de bandera en Washington y La Habana tienen a algunos senadores rabiosamente enfurecidos.

Para el senador Rubio, la cuestión es sencilla: la apertura de la embajada en La Habana es apaciguamiento de la peor clase, recompensa el mal comportamiento cubano, y alienta una actitud agresiva contra Estados Unidos. En lugar de enfrentar una condena hemisférica contra el embargo en la VII Cumbre de las Américas en abril, el presidente Barack Obama prefirió ingenuamente apaciguar a Raúl Castro.

Esas opiniones exageran, pero tienen alguna conexión con la realidad. Para algunos en la dirección cubana, el “anti-imperialismo”, que se manifiesta en su peor momento como “antiamericanismo”, es fundamental a su identidad. Hay revolucionarios radicales en La Habana que sueñan con una Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe como plataforma de una revolución hemisférica, derrotando la supremacía estadounidense.

Pero esos radicales -estilo Juana de Arco- escuchando voces de batalla en batalla, son cada día menos en La Habana de hoy. Allí, un nuevo restaurante privado abre todos los días con la esperanza de una avalancha de turistas. Los líderes “históricos” de la generación que luchó en la revolución, no eran demócratas mal interpretados. Rebelados contra un dictador apoyado por el gobierno de Eisenhower, no aspiraban a ser aliados de los Estados Unidos. Querían convertir a los Andes en “la Sierra Maestra de América Latina”. Pero todo esto ya es historia. Los “históricos” están dejando la política cubana. Tienen más de ochenta años.

El presidente Obama y el secretario de Estado John Kerry han pensado una política hacia una nación, no hacia dos octogenarios -sin importar su jerarquía. El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba desata presiones endógenas para la deliberación pública, con más transparencia y oportunidades para aquellos que piensan diferente.

Raúl Castro ya ha cambiado las prioridades -y el lenguaje- de arenga revolucionaria al desarrollo económico. Para modernizar su economía, Cuba necesita un entorno propicio a la inversión; lo que significa reformar su política nacional e internacional. El papel de Estados Unidos en este contexto es esencial, ya que es el mercado más cercano y más grande de turistas, remesas, inversión y tecnología.

Hay un pluralismo creciente no sólo en la sociedad civil, sino también dentro de las élites cubanas. Para los nietos de aquellos que lucharon en la Sierra Maestra o Bahía de Cochinos, la revolución no es el comunismo, sino los negocios. Los verdaderos izquierdistas en Cuba están más preocupados por la corrupción, el autoritarismo, la falta de transparencia y las ineficiencias en casa que en derrotar al capitalismo extranjero, que paga mejores salarios que el estado socialista. Por lo tanto, un final súbito del embargo expondría a la sociedad cubana y sus élites a una influencia directa de Estados Unidos a través de los intercambios comerciales, académicos, educativos, culturales, y ojala pronto el turismo.

Hay formas respetuosas por las cuales Estados Unidos puede reconocer la soberanía de Cuba, mientras que Cuba muestra deferencia a la jerarquía estadounidense como gran poder. Aquí Estados Unidos debe hilar fino. Ninguna cantidad de turistas estadounidenses borrará la memoria de la humillante injerencia de Washington en los asuntos cubanos. Los nacionalistas cubanos tienen razones para ser celosos defensores de su soberanía. Hay una larga lista de agravios históricos; desde la imposición del contrato de arrendamiento de Guantánamo y la Enmienda Platt en 1903 a la Ley Helms-Burton en 1996.

Pero un nacionalismo cubano centrado en el desarrollo económico es compatible con el actual orden mundial liderado por Estados Unidos. Una Cuba orientada al mercado abre dinámicas democratizadoras graduales, sin poner en riesgo la estabilidad y el crecimiento en la cuenca del Caribe, ni ser amenaza alguna a Estados Unidos. Sólo en Miami, el legislador Mario Díaz-Balart rechaza estos argumentos con analogías entre la Cuba de Castro y la Alemania de Hitler. Por supuesto, esto es un delirio. El sistema político comunista ha limitado el desarrollo económico del pueblo cubano y reprimido libertades políticas, pero no hay evidencia de que tenga impulsos genocidas.

¿Dónde cabe entonces la denuncia a la política de Obama de compromiso - o como los críticos la llaman “apaciguamiento”? Son simples berrinches ideológicos de los que fuera de la fiesta se han de quedar.

Irónicamente, fue Winston Churchill, el principal oponente de apaciguar a Hitler, quien escribió en 1950: “Apaciguar a los débiles. Desafiar a los fuertes”. Según esa definición de Churchill, el apaciguamiento no sería una mala política de Estados Unidos hacia Cuba hoy. Sin embargo, el razonamiento detrás de esa palabra -como el de las sanciones contra Cuba- se perdió hace tiempo.

El pueblo cubano tiene fuertes convicciones nacionalistas pero un país de once millones de personas que representa el 0,12% de la economía mundial no puede ser amenaza para una superpotencia. Lo que los nacionalistas cubanos han logrado es un empate asimétrico. A pesar de la disparidad de poder, Estados Unidos no puede imponer una salida imperial a su conflicto con el gobierno cubano. De allí a pensar que Cuba derrotó al orden hegemónico de democracia representativa y economía de mercado va un buen trecho.

El día que levante el embargo, Estados Unidos cerrará una partida de póker que ya tiene perdida, pero empezará otra con mejor mano. Sin condiciones de acoso externo, la descentralización de las decisiones, la transparencia en el ejercicio del gobierno y la expansión de las libertades ciudadanas serán metas nacionalistas. Para desarrollarse, Cuba tendrá que democratizarse.

Cada gran estratega político estadounidense sabe que el embargo es contraproducente desde una lógica de gran estrategia exterior. Cada funcionario cubano razonable también sabe que el precio pagado en desarrollo y libertades por el conflicto con Estados Unidos ha sido tremendamente alto. Es por ello que Cuba está inmersa en procesos de liberalización económica y política. Es por esto que ahora es el momento óptimo para que Estados Unidos termine el embargo contra Cuba.