El día de su desaparición, 'Jhosi' mantuvo comunicación hasta las 6 de la tarde.

Nota del Editor: La historia de este normalista desparecido hace un año, es parte de las 43 que se narran en el libro Ayotzinapa. La travesía de las tortugas (Ediciones Proceso 2015), donde un grupo de periodistas, que forman parte del colectivo Marchando con Letras, salió en búsca de rescatar las historias de los estudiantes que fueron desaparecidos la noche del 26 de septiembre del 2014. Con autorización de la editorial, reproducimos este fragmento del libro.

(CNNMéxico) – La última vez que Jhosivani** vio a Doña Martina, su mamá, fue en su casa en Omeapa, el 19 de septiembre de 2014. Sentado a la mesa, por primera vez en su vida le pidió que le sirviera frijoles. “Le digo ‘¿Ora?’. Yo me admiré, le digo ‘¿frijoles? sí tengo pero sé que a ti no te gustan”, cuenta Martina. Una semana antes había comido tamales, que tampoco le gustaban.

Esa visita a Omeapa fue para conocer a su sobrina Ivana, que había nacido ocho días antes. Sentía temor al cargarla porque “podía quebrarla”, pero aprovechó para pasar tiempo con la hermanita de la recién nacida, Melany, a quien llamaba su “memelita de frijol”. Solía jugar con la pequeña de dos años, ver caricaturas a su lado y cortar guayabas sólo para ella.

Sólo pasó un día en familia y al siguiente regresó a Ayotzinapa. Bastaron 24 horas para que notaran algo extraño en el estudiante, algo diferente, incluso se había puesto a barrer y a limpiar su cuarto, algo que nunca hacía. Sus hermanas siempre lo criticaban porque su habitación era un desastre, entre cables y aparatos eléctricos que le gustaba desarmar y componer. Pero en esa visita se dio el tiempo de dejar todo en orden.

El día de su desaparición, 'Jhosi' mantuvo comunicación hasta las 6 de la tarde.

Su mamá, a quien de cariño llamaba Martha, era la única autorizada para entrar en su habitación. Era ella quien lavaba su ropa, le preparaba comida y atendía donde quiera que estuviera. Cuando llegaba a visitar a sus hermanas y su mamá no estaba, esperaba hasta que llegara para que ella le cocinara y sirviera de comer.

Jhosivani Guerrero de la Cruz es el más pequeño de una familia de siete hijos, se lleva ocho años con su hermana más chica, Alma Rosa. Para cuando empezó a ir a la escuela, sus hermanos se habían ido de la casa: Nahú, Ubisael e Iván se fueron con su papá, Don Margarito, a Estados Unidos cuando Jhosi tenía 2 años; se fueron a perseguir el sueño americano. Sus hermanas se dedicaron a estudiar y formar sus familias, Luzmi estudió en la normal en Tlapa y la acabó en Puebla, Anayeli estudió la secundaria y Alma Rosa terminó la licenciatura en informática en el Instituto Superior de Especialidades Pedagógicas, en Tixtla.

Para cuando su papá volvió a México Jhosi tenía 11 años. Al principio pedía a su mamá que lo corriera, decía que ese no era su padre, que el suyo había muerto. Después aceptó que había regresado para quedarse y trabajaba con él en el campo de vez en cuando, pero la relación con su mamá siguió siendo mucho más estrecha que con su padre, Don Margarito.

Incluso cuando comenzó a estudiar en el Conalep en Tixtla, iba y regresaba a Omeapa todos los días porque no le gustaba dejar sola a su mamá. A ella le pedía dinero cuando no tenía o no le alcanzaba, con ella organizaba el gasto de lo que recibían ambos del programa Oportunidades, y fue ella quien acudió a identificar el cadáver cuando sus compañeros decían que era al que habían desollado (quitarle la piel). Supo que no era su hijo por la forma de los dedos de sus pies y por los boxers que usaba. El difunto los tenía con la bandera americana y a Jhosivani siempre le molestó tener boxers con figuritas.

Portada del libro sobre las historias de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala hace un año.

El día de la desaparición Jhosivani mantuvo comunicación con su familia hasta las 6 de la tarde, aproximadamente. Jhosivani nunca ha salido de México y apenas conoce otros municipios en Guerrero. La Normal fue una oportunidad para conocer otros estados con sus compañeros y aquél día, justo regresaba de Tlaxcala, después de acudir a “botear” —pedir dinero. Ese fin de semana planeaba estar con su familia en el bautizo de una de sus sobrinas.