(CNN) – Las vacaciones de primavera han terminado y hay mucho movimiento en el campus, pero lo único en lo que Sonita Alizadeh puede pensar es en el brutal asesinato de una joven afgana.
Rodeada por las emocionantes conversaciones de sus compañeros que se vuelven a encontrar, Sonita se siente consumida por las noticias procedentes de su hogar en Afganistán, donde una chica de 27 años de edad, llamada Fakunda, fue golpeada y asesinada públicamente en las calles de Kabul en marzo.
A medio camino a través del mundo, desde una pequeña escuela secundaria en Utah, Sonita se siente impotente, angustiada por la noticia de otra mujer afgana a la que le han privado su sustento. En lugar de dormir o concentrarse en la escuela, ella recurre a la única actividad que la conforta: escribe una canción, va al estudio de música de la escuela, inclina su rostro en un micrófono y rapea.
¿Por qué me estás arrastrando así? ¿Demostrando tu poder sobre mi cuerpo herido?
Por amor de Dios, ¡escúchenme primero! No me golpees con tus puños, ¡dame una oportunidad!
Sonita vuelve a su dormitorio y, por primera vez en días, duerme profundamente.
Sonita Alizadeh rapea usando un micrófono en el estudio musical de su campus en la Wasatch Academy.
Huida a Irán
Siendo refugiada de una familia musulmana devota, Sonita ha estado en Estados Unidos durante casi un año. Aunque las montañas de Utah se parecen al país que ella dejó atrás, la vida aquí es absolutamente diferente.
Aquí, ella se siente segura. No tiene miedo de los combatientes talibanes ni del bombardeo aéreo. Puede recibir una educación formal y aprender inglés, historia, matemáticas y música. Y, quizás lo más importante, puede ser soltera. Si su vida hubiera sido como su madre lo tenía previsto, ella dice que ya estaría casada, vendida al mejor postor.
“No me gusta pensar en eso”, dice la joven de 18 años con una pequeña sonrisa. “Huí de eso”.
Desde huir de la violencia en Afganistán a escapar del matrimonio forzado siendo una adolescente, Sonita —una mujer menuda, con cabello largo oscuro y unos ojos grandes y brillantes— irradia una tranquila confianza para alguien que ha tenido que huir de tantas cosas.
Sentada en su acogedor dormitorio, Sonita recuerda su juventud en Herat, creciendo bajo el opresivo mandato del talibán. Perseguida por los rostros cenicientos y las largas y disparejas barbas de los soldados talibanes, Sonita dice que siempre tuvo hambre de niña y siempre estuvo asustada. “Ellos eran horribles”, dice. “Todavía los veo en mis sueños”.
Ella recuerda el peligroso viaje de Afganistán a Irán… a dónde su familia huyó con la esperanza de una mejor vida. Ella dice que un soldado talibán le exigió dinero a su familia para que pudieran viajar de forma segura y amenazó con secuestrarlas a ella y a su hermana. Fue algo aterrador, dice. También fue la primera vez que se refirieron a ella como una propiedad.
De andrajos a rapeo
En Irán, Sonita profundizó en la poesía siendo una adolescente. Sin la identificación adecuada, ella nunca tuvo acceso a la educación formal, así que limpiaba baños en una organización no gubernamental para los refugiados afganos mientras aprendía los conceptos básicos para aprender a leer y escribir. Ella miraba videos musicales en la televisión para pasar el tiempo. En la comodidad de los estilos musicales del rapero iraní, Yas and Eminem, aprendió el estilo y ritmo lírico.
Sonita pronto comenzó a escribir sus propias canciones. Aunque ella luchó para encontrar un espacio en un estudio para grabar su música —cantar como solista siendo una mujer es ilegal en Irán si no cuentan con un permiso especial del gobierno— se las arregló para rapear en secreto con la ayuda de algunos productores de música desafiantes. Su determinación incluso llamó la atención del director de cine documental que comenzó a darle seguimiento a su historia.
Ella rapeaba sobre la guerra en Afganistán y los desafíos que enfrentó como refugiada, niña trabajadora y, sobre todo, como mujer.
En el nombre de esta pluma que es mi arma y mi voz que es la voz de mi generación
Deja que esta historia te cuente la verdad, la historia de las mujeres indefensas en Afganistán
Ella rapeaba sobre sus amigas, quienes frecuentemente llegaban a la escuela con sus rostros magullados y espíritus quebrantados luego de largas noches de discusiones con sus familias. Ellas les suplicaban a sus padres que no las vendieran, que no las casaran, que las dejaran decidir su propio futuro, dice Sonita. Pero sin lograrlo. Una a una, vio como sus amigas desaparecerían para casarse y tener hijos. “Niñas teniendo niños”, agrega. Dice que ella vio como niñas de tan solo 12 años se casaban con hombres mucho mayores.
Así es la práctica en la cultura afgana tradicional, donde el precio de una novia joven puede ganarle a una familia miles de dólares, de acuerdo a las Naciones Unidas.
Aunque la ley civil afgana dice que una chica no puede casarse hasta que tenga 16 años, o 15 con el consentimiento de su padre, la Organización de las Naciones Unidas afirma que alrededor del 15% de las mujeres afganas se casan antes de los 15 años. Del total combinado de los matrimonios afganos, aproximadamente del 60% al 80% de los mismos son forzados, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, citando cifras de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán.
A través de la letra de sus canciones, Sonita intentó empoderar a sus amigas para que protestaran por los deseos de sus padres. En el material documental de la próxima película “Sonita”, a ella se le ve en la ONG, rapeando para una joven amiga que se enfrenta a la perspectiva de ser vendida como una segunda esposa para un hombre de unos 30 años por 4.000 dólares.
Hay ruido, mi papá está llegando, ganaremos muchos dólares por nuestra hija
No más escuela para ti, niña, no es el camino para ti
Siento que he llegado al final
Pero quiero mis derechos y empezar a pelear
“Eso es lo que me gustaría decirle a mi padre”, le dice su amiga entre lágrimas.
En el 2014, la música de Sonita la dio a conocer al mundo. Desde Teherán, ella participó en un concurso financiado por Estados Unidos para escribir un himno a fin de llevar a los votantes en Afganistán a las urnas. Su video musical, el cual desafiaba a los jóvenes afganos para que lucharan por su país, fue el ganador y ella recibió un premio de 1.000 dólares.
Ella le envió el dinero a su madre, quien se había trasladado de nuevo a Afganistán. Sonita dice que su madre se sintió gratamente sorprendida al ver que su hija podía contribuir. “Ella entendió que puedo ganar dinero al igual que un chico”.
‘Hay un hombre, y él te está esperando’
Meses antes de que Sonita ganara la competición, en una estación de tránsito en Teherán, Sonita corrió hacia un gran autobús color gris, abrazó a su madre y se puso a llorar. Su madre, quien vestía un chador largo negro —una prenda tradicional que usan las mujeres musulmanas— también comenzó a llorar. Habían pasado tres años desde la última vez que se habían visto.
Pero la visita que Sonita pensó que era informal, resultó tener intenciones ocultas. Después de algunos días de su visita, su madre le dijo a Sonita, en ese entonces ella tenía 16 años, que debía regresar a Afganistán con ella. “Ella dijo: ‘hay un hombre, y él te está esperando”, recuerda.
El hermano de Sonita necesitaba una dote de 7.000 dólares para su futura novia. Su madre pensó que podría obtener 9.000 dólares al vender a Sonita en matrimonio.
“Le pregunté: ‘¿Cómo puedes vender a tu hija?’”, exclama. “Ella dijo que era la tradición en nuestro país”.
De hecho, la tradición de ponerle un precio a la novia se practica en todo el mundo en desarrollo, explica Noorjahan Akbar, una franca activista de los derechos de la mujer. Sin embargo, para las familias más pobres, dice Akbar, a menudo se traduce en una práctica que puede perjudicar a las niñas.
Ella dice que las chicas ya se consideran una carga económica, ya que el empleo femenino es particularmente un tabú en la cultura afgana. Además, las familias afganas son grandes… con un promedio de cinco hijos por familia afgana, según datos del Banco Mundial.
“Así que la tradición se repite”, explica Akbar. “Las familias enfrentan la carga de pagar por las esposas de sus hijos, así que tienen que utilizar a sus hijas”.
Debut de ‘Hijas para la venta’
Devastada, Sonita respondió de la única manera que sabía: con una canción de rap. Con la ayuda de un cineasta iraní, hizo un video musical llamado “Hijas a la venta”. En ella, se usa un vestido blanco contra un fondo negro. Con moretones pintados y un código de barras en la frente, ella suplica ante la cámara que no la vendan y que la consideren más que un precio.
Déjame susurrarte mis palabras
Así nadie escuchará que estoy vendiendo a mis hijas
Mi voz no debe ser oída, ya que es en contra de la sharia
Las mujeres deben permanecer en silencio, esta es la tradición de nuestra ciudad
Ella publicó el video en YouTube, donde ya ha sido visto casi 75.000 veces.
“A la gente le encanta el video”, dice Akbar, también afgana. Realmente resuena y “ha sido compartido ampliamente entre las mujeres afganas”.
Unas semanas más tarde, Sonita fue contactada por Strongheart Group, una organización que ayuda a las personas directamente afectadas por las cuestiones sociales a contar su historia.
“Ella tenía el el factor ‘eso’ para nosotros”, dice Zoe Adams, directora ejecutiva de la organización. “Sabíamos que podíamos ayudarla a lograr sus sueños, a desarrollarse como artista y sorprender al mundo”.
Se ofrecieron a patrocinar una visa de estudiante para que fuera a Estados Unidos, donde ella pudo asistir al Wasatch Academy con una beca completa. Finalmente, ella podría recibir educación formal en una escuela secundaria. Además, no tendría que preocuparse de ser vendida.
“Vimos un gran potencial en Sonita”, dice Joseph Loftin, director de Wasatch Academy. “Pensamos que ella podría ser una voz muy especial para nuestros estudiantes”.
Nueva canción, nuevo comienzo
Sonita, en ese entonces de 17 años, aprovechó la oportunidad, pero no le dijo a su madre por miedo a lo que podría decir. Se necesitarían meses para que Sonita pudiera obtener su pasaporte y visa. Ella llegó a Estados Unidos en enero. Unas semanas más tarde, llegó al campus de Wasatch Academy y finalmente llamó a su madre para decirle dónde estaba.
Estaba furiosa, dice Sonita. Ella le dijo que siempre usara su hijab y que llegara a visitar tan pronto como pudiera. Pero su madre cambió, dice ella. Incluso se sintió feliz por ella una vez que Sonita pudo enviar dinero a casa después de su primer concierto en mayo. Ahora, Sonita dice que su familia anima su música. “Incluso están esperando mi nueva canción”.
Como alguien que casi fue vendida, Sonita dice que no tiene resentimiento contra su madre. “Ella me ama, lo sé”, dice ella. Su madre, quien también fue una novia niña, no conoció a su esposo hasta el día de la boda. Ella simplemente estaba repitiendo el ciclo, dice Sonita.
“Las generaciones mayores nos están enseñando estas antiguas tradiciones”, dice ella. “Pero podemos cambiarlas. No todos ellas. Pero sí algunas”.
Sonita disfruta de la vida en Estados Unidos. Ella espera extender su visa de estudiante para asistir a la universidad después de graduarse en dos años. Ella ama a los amigos que ha hecho en el campus. A ella le gusta aprender inglés, ya que le permite comunicarse con personas de todo el mundo.
Sin embargo, al final quiere volver a Afganistán como una rapera para luchar por los derechos de las mujeres. Ella sabe que es peligroso ser una activista femenina en un país profundamente conservador, pero, dice, “mi país necesita una persona como yo”.
“En el caso de mi familia, ellos cambiaron de opinión”, dice Sonita. “Si puedo cambiarle su forma de pensar con mi música, entonces quizás pueda cambiar al mundo”.