Nota del editor: Alejandro García Padilla es gobernador de la Mancomunidad de Puerto Rico. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.
(CNN) – ¡Auxilio! Esta es una llamada de auxilio que la población de Puerto Rico le hizo al Congreso.
La mancomunidad de Puerto Rico está experimentando la peor crisis financiera de su historia. La crisis que se ha desarrollado durante décadas inició en 1996, cuando el Congreso derogó los incentivos económicos a las empresas estadounidenses en la isla, enviando cientos de miles de empleos estadounidenses al extranjero.
Ahora, esto se ha convertido en una crisis humanitaria con efectos devastadores que se ha extendido a lo largo de los mercados de capitales de Estados Unidos. En tiempos de calamidad las personas huyen y Puerto Rico está experimentando un histórico nivel de emigración, lo cual por lo general solo se ve después de fenómenos naturales catastróficos y conflictos armados.
Esa migración amenaza con llevar a la isla a un espiral de muerte, paralizando su economía aún más y reduciendo su base de ingresos como nunca antes. Este resultado casi seguro no será de beneficio para nadie. En cambio, perjudicará a nuestros acreedores y provocará una situación insostenible que podría costarle al Congreso una cantidad inconcebible de dinero a largo plazo.
Mi administración ha tomado medidas de emergencia enérgicas, pero ya hemos usado todas las herramientas con las que contábamos. Hemos reducido los gastos en más del 20%, hemos aumentado los ingresos a un nivel que pronto podría perjudicar nuestra recuperación y hemos cambiado el sistema de pensiones del gobierno de un beneficio definido a una contribución definida, incluyendo a los empleados actuales. Incluso hemos reencauzado los ingresos prometidos a ciertos acreedores para pagarles a otros y nos hemos visto obligados a retener la devolución de impuestos y pagos a vendedores no críticos. Hemos hecho nuestra parte, pero aun así no podemos retomar el control de nuestra isla.
Para que quede claro, nadie está pidiendo o ha pedido un rescate. Simplemente estamos pidiendo lo que creemos que es justo: contar con un marco legal similar al que tienen los estados para reunirnos con nuestros acreedores ante un tribunal federal y resolver este asunto de una manera ordenada.
A diferencia de un rescate, esto no costaría nada. Esta simplemente es una solicitud para proporcionarles a todos un debido proceso y evitar batallas legales largas y costosas que podrían obstaculizar la capacidad de Puerto Rico para contar con policías y bomberos en las calles, enfermeras en los hospitales y maestros en las escuelas. Un proceso caótico también perjudicaría a nuestros acreedores.
Habiéndose quedado sin opciones y dinero en efectivo, la última opción que tiene Puerto Rico es hacer este llamado de auxilio al pueblo estadounidense y a sus representantes en el Congreso. También es el llamado de más de 5 millones de puertorriqueños que viven en el continente de Estados Unidos, más de un millón de los cuales residen en Florida. El pueblo estadounidense tiene la opción de responder o ignorar este llamado, pero ellos deben saber que esta elección determinará el destino de millones de sus hermanos y hermanas, así como de la isla que consideran su hogar.
Durante décadas, los puertorriqueños han cumplido con una expectativa clara de que todos los estadounidenses están unidos en su travesía común hacia la libertad y la movilidad social, y que todos somos guardianes de nuestros hermanos. Esta expectativa conlleva responsabilidades compartidas, las cuales encontramos todos los días.
Puerto Rico siempre ha respondido a las llamadas de auxilio que se le han presentado. Miles de puertorriqueños han respondido con valentía al más alto llamado, sirviendo y dando sus vidas en cifras desproporcionadas en todos los conflictos armados desde que fueron enviados por primera vez a la línea de frente en la Primera Guerra Mundial. Millones de mujeres y hombres puertorriqueños continúan sirviendo con orgullo y desinteresadamente nuestro bien común, nuestra “riqueza común”, no solo por servir en las fuerzas armadas de Estados Unidos y contribuir de manera significativa a sus comunidades en el continente, sino también para trabajar sin descanso en la isla.
El impacto de su trabajo se hace sentir en todos los sectores, en todos los estados. Cada día, los puertorriqueños trabajan para mejorar la calidad de vida de los estadounidenses al fabricar seis de los diez medicamentos recetados más vendidos en el mundo. Ocho de las 10 principales compañías de dispositivos médicos tienen operaciones en la isla. Cada día, miles de puertorriqueños contribuyen al más alto nivel en los deportes, las artes, el gobierno y el mundo académico.
Los puertorriqueños se sienten orgullosos de contribuir de una manera tan rica y significativa, así como estar ahí para los demás cuando y donde nos sea posible. Esto no es algo que hagamos porque esperamos lo mismo de los demás, sino porque entendemos el profundo sentido del deber derivado de nuestras aspiraciones compartidas y porque esperamos un futuro brillante para todos los estadounidenses.
Los puertorriqueños siempre responden a su llamado, sobre todo en tiempos difíciles. En nuestra época difícil, estamos haciendo nuestro llamado. Hasta ahora, en esta crisis, algunos miembros del Congreso piensan que los puertorriqueños solamente son buenos para ser enviados al frente de batalla de la guerra. Los puertorriqueños no pueden ser otra víctima del Congreso.
Congreso, ¿me copian?