Nota del editor: Ryan Cummings es el principal analista de seguridad para África subsahariana en red24, una consultora de gestión de crisis, y también es miembro fundador de Nigeria Security Network, un comité de expertos no lucrativo. Síguelo en Twitter @Pol_Sec_Analyst. Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las del autor.
(CNN) - “Y les aseguro que derrotaremos a Boko Haram para finales de este año”. Esta fue la promesa que el presidente nigeriano Muhammdu Buhari le hizo a su homólogo de Benín, Boni Yayi, durante una cena de gala en conmemoración de la independencia de Benín en el verano de 2015.
Fue una promesa que el jefe de Estado nigeriano también le reiteraría a sus compañeros nigerianos, quienes ansiosamente esperaban que él cumpliera su promesa y actuara con la firmeza que Buhari acusó que le faltaba a su predecesor, Goodluck Jonathan.
Sin embargo, a medida que el 2015 llegaba a su fin, el espectro de Boko Haram se acercaba más que nunca al estado más poblado de África.
De hecho, menos de 48 horas después de que el régimen de Buhari anunciara que había cumplido su promesa de derrotar al grupo, por lo menos 50 personas murieron en una ola de violencia en los estados de Nigeria asediados por los insurgentes, Borno y Adamawa.
Los escépticos de la derrota de Boko Haram fueron reivindicados y los que residen dentro del alcance mortal de los terroristas siguen viviendo en el miedo.
Sin embargo, el ministro de Información de Nigeria, le restó importancia a los ataques del 27 de diciembre y reafirmó aún más que Boko Haram estaba a punto de ser “aniquilado”. Lai Mohammed les afirmó a los medios locales que todo el territorio controlado por los insurgentes había sido reclamado y que Boko Haram ya no poseía la capacidad operativa para lograr su razón de ser, la creación de un “dawlah” —o estado islámico— en el noreste de Nigeria.
El problema con la narrativa de “desaparición inminente” de Mohammed es que equiparó la pérdida de territorio con la derrota. Antes de que Boko Haram capturara en julio del 2014 a Damboa, el primer pueblo nigeriano en caer ante la secta extremista, su insurgencia de casi una década se había caracterizado por la tradicional guerra de guerrillas. El modus operandi favorecido del grupo había incluido atentados suicidas e incursiones de atacar y correr, no la captura y control del territorio.
Los actos de violencia que el gobierno nigeriano ha ridiculizado como indicativos de las debilidades de Boko Haram, en realidad son los mismos mecanismos que la han convertido en una de las —si no es que la única— organizaciones terroristas más mortíferas del mundo.
Aparte de ser ejercicios para salvar las apariencias, los relatos sobre la destrucción inminente de Boko Haram también pueden ser un intento del régimen de Buhari para desviar la atención de los innumerables problemas que han —y que continúan— obstaculizado su estrategia de contrainsurgencia.
Lo más importante de esto es el fracaso de Nigeria y sus vecinos del lago Chad para formular una respuesta regional coordinada ante la insurgencia. Aunque se originó como una organización nigeriana de base, las ambiciones y las operaciones de Boko Haram se han vuelto transnacionales, ya que exporta cada vez más su insurgencia a través de la frontera con Camerún, Chad y Níger.
Si bien estos países acordaron formar un grupo de trabajo conjunto contra Boko Haram en el 2014, los rumores de conflictos diplomáticos tensos, los desacuerdos sobre la dirección de las operaciones y la falta de financiación han hecho que la unidad incumpla con varios plazos de despliegue.
A pesar de la intensificación de las iniciativas contra el terrorismo por parte del ejército nigeriano, el fracaso de los países vecinos para responder de la misma manera le ha brindado espacio a Boko Haram en el que puede reagrupar, reclutar y revitalizar su levantamiento armado contra el Estado nigeriano.
La presunta mala administración dentro del ejército de Nigeria es otro tema que reduce la eficacia de la respuesta de lucha contra el terrorismo en el país. En junio de 2015, Amnistía Internacional publicó un informe condenatorio detallando presuntos crímenes de guerra cometidos por los militares nigerianos en sus iniciativas de contrainsurgencia. Estos incluían detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, tortura y ejecuciones extrajudiciales de miles de sospechosos de Boko Haram, según el informe de Amnistía.
Aunque tanto la presidencia de Nigeria como los líderes militares prometieron investigar estas denuncias, se desconoce si se tomaron medidas hacia la investigación.
Si las afirmaciones son ciertas, entonces tales acciones podrían hacer que el ejército no solo pierda los corazones y mentes de las comunidades locales —lo cual es esencial para que tenga éxito cualquier cooperación contra la insurgencia—, sino que también podrían ayudar a Boko Haram en su proceso de radicalización y reclutamiento.
La detención de un exasesor de Seguridad Nacional también ha destacado cómo la corrupción presuntamente ha influido en la respuesta de Nigeria ante Boko Haram. Sambo Dasuki ha sido acusado de malversación de fondos militares destinados a la lucha contra Boko Haram en un momento en que los soldados nigerianos se quejaron de falta de municiones, combustible e incluso alimentos cuando eran desplegados en el campo de batalla. Dasuki ha negado las acusaciones de corrupción. Él permanece en custodia.
Aunque la detención de Dasuki y otros demuestra el compromiso de Buhari para luchar contra la supuesta corrupción, su presencia sistémica en Nigeria sugiere que la posible malversación en el sector de la defensa muy probablemente no será solucionada de la noche a la mañana. Transparencia Internacional, la cual vigila la corrupción alrededor del mundo, reportó en el 2014 que Nigeria obtuvo solamente 27 puntos de 100 en el índice de percepción de la corrupción. Buhari ha convertido la lucha contra la corrupción oficial de Nigeria en algo clave de su presidencia desde que llegó al poder en el 2015.
Una consideración final es el impacto que la promesa de lealtad que Boko Haram le hizo al Estado Islámico en marzo ha tenido en la longevidad del grupo africano. Aunque el gobierno de Nigeria denunció que el juramento de fidelidad no era nada más que propaganda superficial, el hecho es que sabemos muy poco sobre el modelo de expansión de ISIS —y menos aún sobre el funcionamiento interno de Boko Haram— para saber con exactitud cuáles son las implicaciones de la promesa.
Lo que sí sabemos es que Boko Haram se ha convertido en la afiliada más importante de ISIS en cualquier lugar y ha aumentado sus credenciales yihadistas en una zona de África subsahariana, donde el clima social, político y económico imperante es considerado como favorable para la radicalización.
La incómoda verdad es que Nigeria no ha derrotado a Boko Haram, sino que simplemente ha revertido los logros que el grupo terrorista ha marcado en contra del mismo. Aunque el territorio ha sido recuperado de manos de los rebeldes, las vidas inocentes han sido, y continúa siendo así, tomadas por el mismo.
No se puede declarar ninguna victoria en esta guerra hasta el día en que el gobierno de Nigeria pueda proteger la tierra y las vidas humanas del alcance mortal de Boko Haram. A pesar de las afirmaciones que sugieren lo contrario, es un día que ahora tendrá que abrirse paso con el inicio de un nuevo año.