Después de 438 perdido en el mar, Alvarenga contactó a los residentes cerca de la playa donde él desembarcó el 29 de enero de 2014,

(CNN) – “Buenos días”, le dijo Salvador Alvarenga a su amigo, quien estaba apoyado en la proa de su barco de pesca. “¿Cómo es la muerte?”.

Ezequiel Córdoba, cuyo cuerpo se estaba endureciendo y se estaba poniendo morado, no respondió. Entonces, Alvarenga respondió por su compañero de mar muerto. “Bien. Es tranquila”. Alvarenga vio hacia el horizonte… el océano lucía tan interminable como lo había hecho durante los últimos dos meses que habían estado perdidos en el mar.

“¿Por qué no fuimos los dos? ¿Por qué soy yo quien continúa sufriendo?  le preguntó Alvarenga al cadáver. Él recordó a Córdoba, histérico en los primeros días, llorando por su madre y hambriento por tortillas. Pero en las horas finales, el sufrimiento se fue. Alvarenga anheló la paz que Córdoba había encontrado injustamente en la muerte.

Alvarenga continuó su conversación unilateral con el cuerpo de Córdoba durante seis días antes de que se percatara de que estaba conversando con un hombre muerto. Alvarenga se despabiló, sabiendo que lentamente se estaba volviendo loco. Decidió que necesitaba arrojar el cuerpo de Córdoba al océano para mantener su propia cordura. Alvarenga fácilmente cargó el cadáver de su amigo, el delgado cuerpo ahora oscurecido bajo el ardiente sol, y lo arrojó al agua.

¿Con quién voy a hablar? ¿Por qué es él quien está muerto y no yo?” Alvarenga ahora sufría un viaje horroroso e inimaginable en el océano… solo.

Un número inimaginable

Cuatrocientos treinta y ocho.

Incluso ahora cuando Alvarenga repite el número de días que pasó en el océano Pacífico flotando en un barco pesquero de 7,6 metros sin vela o motor, el número parece ser demasiado grande como para comprenderlo. Pero sobrevivió cada uno de esos días.

El 17 de noviembre 2012 comenzó como cualquier otro día para los pescadores de tiburones intrépidos de Costa Azul, México, recuerda Alvarenga. Los pescadores renegados, quienes operaban desde pequeños barcos pesqueros de fibra de vidrio, se hacían llamar “Los tiburoneros”. Ellos pescaban en las profundas y arriesgadas aguas 80 a 160 km costa afuera. Alvarenga, originario de El Salvador y con poca educación formal, encontró una manera de ganar dinero en la aldea costera mexicana. Pero también encontró una forma de vida: diviértete, trabaja mucho y pesca en lo profundo.

Alvarenga, quien en ese momento tenía 35 años, planificó un viaje de pesca de dos días con Córdoba, un joven de 22 años sin experiencia. Alvarenga sabía que se avecinaba una tormenta, pero ya había superado muchas antes.

“El problema no fue la tormenta”, recordó Alvarenga. “Mi motor se apagó”.

Durante siete días, la tormenta azotó su bote. Los mares eran tan fuertes que Córdoba fue lanzado al agua en una ocasión y fue rescatado solo porque Alvarenga lo tiró de vuelta del pelo. Además del motor, Alvarenga perdió su radio y su equipo de pesca. El bote no tenía cubierta… solo una nevera, una caja grande que los pescadores usaban para guardar sus peces hasta que llegaran a la orilla. Los hombres también tenían un balde, el cual usaban para sacar el agua del bote.

Para cuando la tormenta pasó, Alvarenga sabía que se habían alejado mucho de México. Él podía ver aviones que volaban sobre ellos. Pero debido a que no tenían mástil ni bengalas, el pequeño bote era invisible en el inmenso océano.

“Al principio no pensábamos en el hambre”, dijo Alvarenga. “Pensábamos en la sed. Tuvimos que tomarnos nuestra propia orina después de la tormenta. No fue sino hasta un mes después que finalmente tuvimos un poco de agua de lluvia”.

Pescar sin gancho

Alvarenga había pescado desde que era niño. Esa habilidad arraigada ahora lo mantendría a él y a Córdoba con vida. En El Salvador, él había aprendido a atrapar peces sin ganchos o cañas al meter nada más que sus manos al agua. Ahora en lo profundo del Pacífico, los peces lo pasaban rozando hasta que los lograba agarrar con sus dedos.

Pero los pocos peces que atrapó no fueron suficientes. Sus organismos carecían de agua y proteína; Alvarenga podía sentir cómo su garganta se iba estrechando. El sol extremo abrasaba a los hombres, y su único refugio era acurrucarse en su nevera.

Las aves marinas comenzaron a permanecer cerca de su barco. Para ellas, la embarcación de fibra de vidrio era un lugar inesperado para descansar en el inmenso mar. Cuando Alvarenga tomó la primera, recordó, Córdoba lo vio con horror. La partió como si fuera un pollo crudo. Pero a diferencia del pollo procesado, estas aves marinas tenían una vital fuente de líquido: su sangre.

“Cortamos sus gargantas y bebimos su sangre. Nos hizo sentir mejor”. Debido a que estaban desesperadamente hambrientos, trataron de comerse todas las partes de las delgadas aves, hasta sus plumas. La única parte que desecharon fue el contenido de los estómagos de las aves, los cuales a menudo estaban llenos de plástico y basura. Todo en el océano se convirtió en una posible fuente de alimento: tortugas de mar, tiburones pequeños, y algas. Pero el océano y los cielos rara vez les proveían alimentos de forma constante. Los hombres contaban los días en medio de la comida. Tres días, atrapaban un pescado. Otros tres días, atrapaban dos aves.

“Escuché sobre dos mexicanos que hicieron esto antes”, dijo Alvarenga. “¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo se salvaron? ‘No tengo que ser cobarde’, me decía a mí mismo. Rezaba mucho. Y le pedía a Dios paciencia”.

La paciencia desde hacía mucho tiempo había abandonado a Córdoba, dijo Alvarenga. “Él lloraba mucho, hablaba de su mamá, de comer tortillas y beber algo frío. Yo lo ayudaba tanto como podía. Lo abrazaba. Le decía ‘Pronto nos rescatarán. Pronto llegaremos a una isla’. Pero él a veces se ponía violento, y gritaba que íbamos a morir”.

Llovía el día en el que Córdoba murió, recuerda Alvarenga. Los dos hombres, como lo habían hecho casi todos los días durante semanas, se acurrucaron dentro de la nevera. Ellos rezaron. Córdoba le pidió a Alvarenga que visitara a su madre, y dijo que él ahora estaba con Dios.

“Nos despedimos. Él no sentía dolor. Estaba tranquilo. No sufrió”.

Los celos por la muerte de Córdoba abrumaron a Alvarenga. Él contempló el suicidio luego de lanzar el cuerpo de su amigo al océano. Solo el temor de que Dios condenaría su alma al infierno impidió que se suicidara.

Mantener la fe

Alvarenga era más de diez años mayor que Córdoba. Alvarenga cree que él sobrevivió, en parte, debido a su experiencia en el mar abierto, pero también lo atribuye a su optimismo y fe en que Dios lo salvaría.

Él se enfocó en encontrar comida. Rezó más y cantó himnos, incluso en los momentos más devastadores en el mar. Alvarenga recuerda ver a varios barcos de carga que pasaban a su lado, pero no recuerda si los barcos eran reales o si los imaginaba. “Les hacía señas y no sucedía nada”, dijo. “Pero pensaba que Dios iba a decidir qué barco me iba a salvar”.

Al final, no fue un barco lo que salvó a Alvarenga. Luego de 438 días de flotar en aguas interminables, vio montañas. Cuando sintió que estaba lo suficientemente cerca, se metió al agua y nadó hacia lo que más adelante conocería, era una en la cadena de las islas Marshall.

“Toqué tierra primero. Luego llegó mi barco. Sentí las olas, sentí la arena, y sentí la costa. Estaba tan feliz que me desmayé en la arena. No me importaba si moría en ese momento. Estaba tan aliviado. En ese punto sabía que no tenía que comer más pescado si no quería”.

Alvarenga contactó a los residentes cerca de la playa donde él desembarcó el 29 de enero de 2014, pero nadie hablaba español así que recurrieron a imágenes y gestos para comunicarse. Le dieron agua pero él inmediatamente empezó a hincharse, así que los residentes llamaron a la oficina del alcalde y Alvarenga fue acompañado a un gran barco que lo transportaría al hospital más grande de las islas Marshall.

Con ropa destrozada y con su cabello y barba enmarañada tras 14 meses en el mar, Alvarenga bajó del barco para encontrarse con cámaras de noticias y reporteros. En cuestión de días, pasó de la existencia más solitaria imaginable a ser el entrevistado más buscado en el planeta.

Alvarenga se describió a sí mismo como un prisionero que ha estado en confinamiento solitario durante más de un año. No tenía idea de cómo comportarse. “Estaba tan asustado. Le tenía miedo a las personas. No podía encontrar las palabras correctas después de estar solo tanto tiempo”.

¿Está diciendo la verdad?

El escepticismo siguió inmediatamente a las imágenes difundidas alrededor del mundo del sorprendente náufrago. Alvarenga no podía enfrentarse a ellos. Le pidió al hospital que lo protegiera de los reporteros que trataban de ingresar al hospital. Comenzó a llamarlos “las cucharas”. Incluso en su vuelo de vuelta a El Salvador, su primera vez en un avión, los reporteros se sentaron cerca de él y trataron de tomarle fotos.

A Alvarenga no le importó que los periodistas no creyeran su historia. La Universidad de Hawái y varios oceanógrafos independientes más adelante dijeron que su improbable supervivencia era del todo posible. Boyas y modelos meteorológicos muestran que una desviación en el océano concuerda con su viaje de 9.656 km hacia el oeste. Él ha colaborado con el periodista Jonathan Franklin en un libro acerca de su extraordinaria supervivencia, llamado “438 días”.

Alvarenga mantuvo su promesa a la madre de Córdoba. Él la visitó en México y le entregó el mensaje de su hijo muerto. Ahora vive en El Salvador, y está tratando de restaurar la relación con su hija, Fátima, a quien había abandonado cuando era niña. No bebe y sigue rezando todos los días.

El hombre que alguna vez se deleitaba en su vida como un miembro de “Los Tiburoneros” ahora no soporta entrar al mar. Ya no pesca. Alvarenga dice que él ve a una terapeuta que la está ayudando a regresar al agua, para su cordura. “Tengo miedo”, dice. “Todavía hay noches en las que no puedo dormir. El océano sigue atormentándome”.

Sin duda es un hombre diferente. Podría ser un mejor hombre. Y Salvador Alvarenga dice que definitivamente es un hombre agradecido. “Estoy feliz de estar vivo. Estoy feliz de estar con mi familia.  Estoy orgulloso de ser quien soy. Simplemente estoy feliz de estar aquí”.