Steven Avery tras ser aprehendido por uno de los crímenes por los que fue acusado. (Archivo).

Nota de editor: Issac Bailey ha sido periodista en Carolina del Sur durante las últimas dos décadas, y recientemente fue el principal columnista para The Sun News en Myrtle Beach. En 2014 fue becado de la Fundación Nieman en la Universidad de Harvard. Twitter: @ijbailey Las opiniones expresadas son suyas.

(CNN) - Me pusieron una multa por exceso de velocidad recientemente por supuestamente viajar a 78 kilómetros por hora en una zona de 56. Mi reacción a eso explica por qué muchos de nosotros nos hemos obsesionado con el documental de Netflix “Making a Murderer”, y antes de eso, con el primer año del podcast “Serial”.

Menos de 1,6 km después de desviarme de una autopista estatal por la que había conducido a 96 km/h, un oficial de la policía que se encontraba sentado en su patrulla al otro lado de varios árboles en la señal de que el límite de velocidad era de 56 km/h, me detuvo. Estaba bajando la velocidad, pero aparentemente no lo suficientemente rápido. No merecía la multa porque no estaba siendo un peligro y estaba en proceso de cumplir con la ley.

Las leyes están diseñadas para mantener el caos a raya, para establecer las bases a fin de tener una sociedad civil. El hecho de que no bajara la velocidad lo suficientemente rápido no era una amenaza para el orden social.

Inicialmente me quejé con mi esposa de que había sido víctima de un injusto control de velocidad en un pueblo pequeño que rara vez visito. Pero entonces tuve que admitir que a pesar de que era mi primera multa por exceso de velocidad en 20 años, no era la primera vez que excedía la velocidad durante las últimas dos décadas.

He sido castigado mucho menos de lo que de otra manera pude haber sido castigado. He estado cometiendo incumplimientos de tránsito en casi todas las ocasiones que manejo —como la mayoría de conductores— aún cuando no me doy cuenta.

Más o menos cuando me pusieron mi última multa, el país peleaba por O.J. Simpson. La mayoría de estadounidenses blancos estaban escandalizados porque ellos creían que logró salirse con la suya en un asesinato doble, y no querían saber nada sobre los errores de la fiscalía y las dudosas acciones de la policía.

La mayoría de personas negras aclamaron que un sistema que desde hace mucho tiempo creían que era corrupto, había sido derrotado para variar. Uno de los principales detectives que mentía en el estrado, usaba la palabra-N y hacía alardes sobre alterar la evidencia no fueron datos incidentales para ellos.

Enfrentar la realidad

“Making a Murderer” nos obliga a confrontar estas opiniones distintas de nuevo, así como nos anima a entender de mejor manera que a las personas a quienes se les imponen más multas de tránsito, o son encarceladas con más frecuencia, y de manera más dura que el resto de nosotros, no necesariamente son más merecedores de un castigo que aquellos de nosotros que hemos quedado libres por una marca de nacimiento, casualidad o diseño de políticas.

Michelle Alexander hizo un trabajo excelente al detallar la arbitrariedad en “The New Jim Crow”.

Este es uno de muchos ejemplos:

“La clara mayoría de estadounidenses de todas las razas han violado las leyes sobre drogas. Sin embargo, debido a restricciones de recursos (y a las políticas de la guerra contra las drogas), solo una pequeña fracción son arrestados, condenados y encarcelados”, escribió. “En 2002, por ejemplo, hubo 19,5 millones de usuarios de drogas ilícitas, en comparación con 1,5 millones de arrestos por drogas y 175.000 personas ingresadas a prisión por una infracción relacionada con las drogas”.

Sin embargo, es más que eso, ya que más de nosotros nos estamos empezando a dar cuenta de que los principios antiguos y fundamentales del sistema de justicia estadounidense —todos son inocentes hasta que se demuestre que eres culpable; solo serás condenado si no existe una duda real de que cometieras el crimen— son mentiras categóricas o relatos fantásticos que nos decimos a nosotros mismos.

“Simplemente es sencillo. Una vez que Steven Avery sea acusado de este asesinato —y una vez muchas cosas parezcan señalar evidentemente hacia el hecho de que él lo cometiera— por mucho que quieras darle el beneficio de la duda, se vuelve imposible”, dijo el representante de la Asamblea Estatal de Wisconsin, Mark Gundrum, en “Making a Murderer”.

Para apreciar completamente el poder de ésta declaración, tienes que saber que Gundrum impulsó un importante proyecto de ley de reforma al sistema de justicia penal en honor de Avery. Avery pasó casi 18 años en prisión por una violación que no cometió. Pruebas de ADN realizadas por el Proyecto Inocencia demostraron que el agresor había sido un hombre distinto. Mientras él cumplía su condena, el verdadero violador se encontraba libre para lastimar a otras mujeres. Ese hombre, Gregory Allen, está cumpliendo una sentencia de 60 años en prisión por una violación de 1995.

Gundrum dirigió un esfuerzo por disminuir las probabilidades de que otro hombre inocente pudiera ser condenado, eso hasta que Avery fuera acusado de asesinato por la muerte de Teresa Halbach, una fotógrafa cuyo cuerpo fue encontrado en el depósito de chatarra de la familia Avery, mientras él demandaba por su previo encarcelamiento falso. Avery fue condenado por el asesinato en el 2007.

Gundrum sabía de las fallas en el sistema, sabía que no todo es lo que parece, sin importar qué tan seguros parecen estar los policías y los fiscales. Y aun así, incluso cuando no pudo mantener el estándar de asunción de inocencia que fingimos, es una base de nuestro sistema.

Desde la transmisión del documental, hemos sabido que un miembro del jurado en el caso de Avery dijo que el veredicto era un tipo de compromiso, que no todas las personas en la habitación creían que él había hecho aquello por lo que lo acusaban: la definición de duda razonable, si es que alguna vez la hubo. Independientemente de esto, lo enviaron a prisión.

Historia de ‘duda razonable’

Eso no debería ser sorprendente, considerando que el estándar de duda razonable hoy en día es responsable de cosas para las que no fue diseñado. Si bien muchas personas asumen que el estándar surgió de un fundamento legal, inició como algo del todo distinto, escribió James Q. Whitman de la Facultad de Derecho de Yale en un artículo titulado “Los orígenes de la duda razonable”.

“La regla de la ‘duda razonable’ no fue originalmente diseñada para cumplir con el propósito que se le pide que cumpla hoy en día: originalmente no fue diseñada para proteger al acusado. En cambio, fue diseñada para proteger las almas de los miembros del jurado en contra de la condenación”, escribió. Condenar a un acusado inocente era reconocido por la antigua tradición cristiana como un posible pecado mortal. El propósito de la instrucción sobre la ‘duda razonable’ era abordar esta espantosa posibilidad, tranquilizando al jurado de que ellos podían condenar al acusado sin arriesgar su propia salvación, siempre y cuando sus dudas sobre la culpa no fueran ‘razonables’”.

Eso sería un poco más que una curiosa nota histórica de pie de página si no siguiera ocasionando tanto daño hoy en día. El año pasado, documenté durante una serie de cinco días en el periódico The (Myrtle Beach) Sun News la díficil situación de un hombre llamado Jamar Huggins. Él está cumpliendo una sentencia de 15 años de prisión por su supuesto papel en una invasión a una casa.

Fue condenado a pesar de que nada lo vinculaba al crimen o a las víctimas, y la única persona que lo acusó fue una mujer condenada de un crimen similar con un hombre distinto.

Ella era adicta al crack en aquel momento y se retractó en el estrado. Un miembro del jurado con el que hablé dijo que ellos no creyeron una palabra de lo que el dijo, pero lo declararon culpable únicamente en base a su afirmación inicial de todas formas.

Un miembro del jurado suplente me dijo que no hay duda de que él habría sido votado no culpable si él hubiera sido el miembro no. 12, y no el no. 13 del jurado, lo cual habría sido suficiente como para poner a Huggins en libertad. Hablemos de algo arbitrario. Debido a ese golpe de suerte, Huggins se encuentra en prisión a la espera de que una apelación tenga éxito, en lugar de criar a sus hijos pequeños y cuidar de su madre de edad avanzada.

Yo me quejé sobre la arbitrariedad de que un policía me impusiera una multa en un control de velocidad. Eso no es nada comparado con lo que hombres como Avery y Huggins —y muchos otros— enfrentan. Finalmente, el público parece estar reconociendo la desagradable realidad.