Nic Robinson hace una comparación de las guerras de Bosnia (en 1992) y de Siria, que ya completa 5 años de barbarie.

Nota del editor: Nic Robertson, editor diplomático internacional de CNN, ha estado reportando desde Múnich, donde altos diplomáticos de las potencias más importantes del mundo acordaron el viernes llevar a cabo un “cese de hostilidades” en Siria, luego de una brutal guerra civil de cinco años. Las opiniones expresadas aquí son suyas.

Múnich, Alemania (CNN) – Tengo un mapa en mi oficina. Está un poco estropeado, pero es un recordatorio de la inutilidad y la pérdida de la guerra.

Las montañas, los pueblos, los ríos y las rutas de Bosnia hoy se encuentran en un relieve plano, pero hubo un tiempo donde estuvieron de pie como imponentes gigantes, presentes en todos mis pensamientos.

Podía recitar los nombres de decenas de aldeas ocultas, sabía cuál era croata, serbia o bosnia, dónde estaban las líneas de frente y cómo navegar por el mosaico mortal de un país tan destruido que parecía que el conflicto nunca terminaría.

Soñé con el día en el que las barricadas ya no estarían presentes, con cuán glorioso sería caminar por las calles destrozadas de Sarajevo de un extremo al otro sin correr el riesgo de recibir el disparo de un francotirador.

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Cuando ese día llegó, y así fue, me sentí vacío. No emocionalmente, sino físicamente; sentía algo parecido a un vacío en el estómago.

No había nada mágico sobre la libertad de deambular por ahí cuando tantas vidas han sido arrebatadas simplemente por estar dentro del alcance de un rifle de francotirador al otro lado de la división.

Una pareja que se dio a conocer como los “Romeo y Julieta de Sarajevo” fue parte de las primeras personas en ser abatidas a tiros en la ciudad cuando los jóvenes amantes intentaron cruzar la línea de frente y vivir las vidas que el resto de nosotros en Europa disfrutábamos.

Un cuarto de millón de personas murieron de esta forma. Una corriente de nacionalismo los envolvió, y luego los desechó.

¿Cuándo terminará la locura?

Es por eso que conservo el mapa. Podría no recordar los nombres ahora, pero sí recuerdo la matanza sin sentido, y la pérdida exagerada de vidas. Es por eso que hoy veo a Siria y me pregunto cuándo terminará la locura y la matanza.

El conflicto ya lleva cinco años ahí, en comparación con los tres de Bosnia. Y el rompecabezas sectario y ético en Siria es mucho más complicado que la situación en Bosnia.

Además, sus conflictos se centran en medio de una fogata regional de febriles males religiosos que datan de milenios, no décadas atrás.

Lo que le puso fin a la guerra en Bosnia fue la culpa colectiva. Los vecinos europeos de la antigua Yugoslavia y su aliado de Estados Unidos se dieron cuenta de que después de años de aflicción, no podían regresar a las fuerzas del nacionalismo, sin importar cuán oscuras y cuán incestuosas parecieran.

Slobodan Milosevic, quien una vez fue el presidente de Yugoslavia y murió ignominiosamente mientras esperaba su juicio como criminal de guerra en 2006, resultó ser un tigre de papel. Fue él quien primero desató los crueles tormentos del nacionalismo.

El comunismo se estaba extinguiendo, y él necesitaba rescatar su carrera política.

Optó por cambiar de una ideología a otra, lo que desencadenó amargas rivalidades que se recuerdan a medias.

Debido a que una vez fue un destino predilecto para pasar las vacaciones, ningún europeo que disfrutó del sol yugoslavo podía entender cómo su mesero había criticado al entrenador de tenis y a la camarera.

Entonces, cuando veo a Siria hoy en día, y veo cómo los vecinos se enfrentan unos a otros, pienso en Bosnia, en las barricadas, francotiradores, líneas de frente y vidas que se perdieron.

No puedo evitar preguntarme ¿dónde está la moral rectora que dirigió al mundo para expulsar a los demonios de Bosnia?

La masacre que le puso fin al conflicto

En julio de 1995, los representantes de Milosevic, los serbios de Bosnia ultranacionalistas, finalmente llegaron demasiado lejos.

Después de incontables enfrentamientos sangrientos de limpieza étnica, la brutal masacre de 7.000 hombres y niños musulmanes en Srebrenica ocurrida en el transcurso de unos cuantos días finalmente inclinó la balanza. El mundo pidió tiempo y los ataques aéreos se dirigieron a las fuerzas serbias.

Esta es una simplificación excesiva, pero fue el momento en el que los asesinatos no podían ser ignorados. Las fosas comunes podían ser vistas vía satélite. Nadie podía dar la espalda.

Ahora, los satélites sobre Siria rutinariamente registran pueblos demolidos, fosas comunes, movimientos de tropas y artillería. Los drones le añaden detalles granulares y los videos de ISIS de culto a la muerte superan la barbarie tan de cerca que pocos son los que se atreven a verlo.

Quizá ese es el problema: vemos demasiados asesinatos, hay muchas imágenes, se está volviendo un aspecto de fondo. Sin duda, nuestra moral rectora no es menos verdadera de lo que fue hace dos décadas.

El horror y la indignación hicieron que el mundo se enfrentara a los intimidadores de Bosnia luego de que esa imaginación y temor hubiera ascendida a una proporción casi insuperable.

Victoria apagada en las calles vacías

Hoy en día, son las fuerzas del presidente ruso Vladimir Putin las que se encuentran junto al ejército del presidente sirio Bachar al-Asad. Juntos se han convertido en una fuerza que ninguna nación se atreve a desafiar. Su poder aparentemente es inquebrantable.

La lección de Bosnia es una lección saludable. Efectivamente, tuvo que ser aprendida de nuevo media década después en Kosovo. Las fuerzas serbias ahí masacraron un pueblo de inocentes antes de que los bombardeos de la OTAN finalmente ayudaran a derrocar a Milosevic del poder.

Su propia recompensa es la brutalidad indiscutible. Sin embargo, debido a que un décimo de la población ya ha muerto, la victoria —si es que llega algún día— será un asunto apagado.

No conozco Siria como conocí Bosnia; el gobierno me ha negado la visa durante más de tres años.

Seguro, estudio los mapas, pero la conexión visceral no está ahí. Mi vida no depende de hacer el giro correcto. Esto no significa que no me duela por dentro por los cientos de miles que ya han muerto. Quizá mi piel es más delgada ahora y lo hago incluso más fácilmente.

Sin embargo, sé que me siento vacío de entendimiento, y me pregunto cuándo la brújula del mundo apuntará de nuevo en dirección a casa.