Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Encuentro. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
La que acaso sea una de las peores crisis políticas de Brasil da para llenar un manual de sorpresas. Y de hechos difíciles de explicar y encajar.
De nada han valido las sospechas que pesan en contra del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva de blanqueo de dinero, enriquecimiento ilícito y falsificación de documentos para que Dilma Rouseff, su pupila y compañera de ruta, lo nombrara superministro.
Tan pronto la noticia se convirtió en un titular, la Bolsa de Sao Paulo bajó por segundo día consecutivo y banqueros, inversionistas y especuladores, se preguntaban qué haría Lula desde esa nueva posición de poder. Supongo que Lula respira aliviado porque reconvertido en lo más parecido a un primer ministro se habría blindado ante los zarpazos de quienes quieren enjuiciarlo. Ahora solo la Corte Suprema podría enviarlo a la cárcel. Lula ha dicho siempre que está libre de polvo y paja y su pupila, también, algo que creen sus seguidores. Pero otros millones de brasileños que hanprotestado en las calles en los últimos tiempos creen lo contrario.
Para muchos, la “caída en desgracia” de Lula y por extensión de su ahijada política, o viceversa, representa el principio del fin de un proyecto, de un sueño, de una posibilidad. Y también, de una esperanza.