(CNN) – Cada vez que Haroun Zamouri sale de su casa, existe una posibilidad de que lo registren. Él ya se está cansando de esto y cuando termine la universidad, se irá.
Hace poco Inga Skaara se mudó a Bruselas desde Cisjordania porque estaba cansada de la violencia. Pero pareciera que el derramamiento de sangre la siguió hasta aquí.
Alicia Gabam esperaba que esto ocurriera, solo que no sabía cuándo sucedería. Ahora se pregunta si sucederá de nuevo.
Fue la hora más oscura de Bruselas… tres explosiones que presagiaban el terror puro y desenfrenado en el corazón de Europa.
El temor a un ataque local se ha incrementado durante meses, acumulándose en la mente colectiva de la capital belga como nubes grises en el cielo. Y cuando finalmente llegó la tormenta, el martes, 31 personas perdieron la vida en ataques suicidas en un aeropuerto y en un subterráneo en horas de gran afluencia a manos de un grupo de jóvenes que crecieron aquí.
El más mortífero ataque terrorista en la historia de Bélgica ha convertido el centro de atención en una ciudad llena de contradicciones en sí misma. Bruselas está en guerra en tiempo de paz, la belleza de sus calles hechas de adoquín medieval se ha visto ensombrecida por la presencia de camiones militares verdes que parecen estar en todas las esquinas.
El estado de ánimo es de desafío mezclado con el temor de que otro ataque pudiera ocurrir en cualquier momento.
Y mientras que todo el mundo en esta ciudad que padece neurosis de guerra está de duelo y en busca de respuestas, no todos hacen la misma pregunta.
En los rascacielos con cristales relucientes del barrio europeo, los líderes del país se preguntan cómo las fuerzas de seguridad que cubrieron la ciudad durante meses todavía permitieron que los atacantes se infiltraran por las grietas.
En el tranquilo barrio de Anderlecht, los padres se preguntan cómo explicarle a sus hijos pequeños los terribles acontecimientos de los últimos meses… y si sus hijos estarán seguros en la escuela.
Y en el desgastado vecindario de clase trabajadora de Molenbeek, las madres no saben si sus hijos lograrán llegarán a casa… y se preguntan cuánto tiempo tendrán que seguir pagando por los pecados de unos cuantos.
Si el Berlaymont es uno de los edificios más destacados de la ciudad, el más notorio es un edificio de tres pisos gris y con ladrillos rojos en Molenbeek.
Fue aquí que Salah Abdeslam, el hombre más buscado de Europa, fue capturado por las autoridades belgas a mediados de marzo, después de cuatro meses prófugo, cuando se escondía en un apartamento a 500 metros de la casa en la que creció.
En los cuatro meses transcurridos desde los atentados de París, este vecindario de inmigrantes –a tan solo 20 minutos en auto al oeste de la sede de la Unión Europea– se ha convertido en sinónimo del yihadismo. Pero aquí la comunidad cuenta una historia diferente, una historia de personas trabajadoras que se sienten enojadas y desconectadas de una sociedad que no parece quererlos a ellos.
Extraños en su propio país
En el Bienvenue Café, los estandartes de fútbol cuelgan de las descoloridas paredes color rosa. Los ancianos toman café y juegan cartas mientras que los últimos boletines de noticias emanan de la televisión en la esquina.
Un hombre llamado Said está almorzando en la mesa de al lado. Como muchos otros en el vecindario, él se negó a dar su apellido. “Las personas aquí son tan agradables como en cualquier lugar”, dice. “Esta es una comunidad… nos conocemos todos y nos ayudamos unos a otros”.
Él dice que los hombres como Abdeslam le están dando a Molenbeek una mala reputación. “Estas explosiones no son parte de nuestra cultura. El terrorismo no es parte de nuestra cultura y ellos están haciendo que nuestra cultura se vea muy mal”.
La expresión cansada en la voz de Said revela el agotamiento general de las personas en Molenbeek. Están cansados de los medios de comunicación, cansados de tener que disculparse y cansados de vivir con miedo en su propia comunidad.
Molenbeek puede ser el vecindario más fuertemente patrullado en Europa. Los soldados y vehículos militares están estacionados casi en cada esquina. Aquí, los allanamientos antiterroristas en todo momento del día son un hecho de la vida ahora. Los niños juegan cricket en las calles, pero sus padres algunas veces tienen demasiado miedo como para salir de sus casas.
En el mercado de los jueves, los hombres discuten sobre el precio de las manzanas mientras las mujeres examinan detenidamente las casetas y arrastran sus carritos de compara detrás de ellas. Podría ser una escena de cualquier ciudad.
Halima Abdelkader tiene cuatro hijos y ha vivido en Molenbeek la mayor parte de su vida. Ella dice que las personas aquí son unidas, que todos conocen a todo el mundo… incluyendo las familias de los hombres más conocidos del vecindario.
“Conozco a Salah Abdeslam desde que era un niño pequeño. Conozco a su familia desde hace décadas”, dice ella. “Iniciamos nuestras familias al mismo tiempo, y ellos sin duda no son personas radicales”.
Pero Abdelkader ha visto un cambio recientemente. Molenbeek está tratando de mantener su unidad, dice ella, pero la distancia entre las diferentes comunidades en Bruselas es cada vez mayor.
“En la década de 1980, Molenbeek era como Marrakech. Ahora es como Kabul. Aquí parece que fuera una guerra”, dice. “Las personas en otras partes de la ciudad no ven la realidad de la situación… pero nosotros la estamos viviendo”.
“Cuando cruzo la carretera tengo miedo… es mi país y tengo miedo de salir.
“También estamos sufriendo a raíz de estos ataques. Una mujer en nuestro vecindario salió a trabajar y nunca regresó”.
Kamal, de 35 años de edad, es el dueño de una carnicería que no está lejos del mercado. Su hijo de 7 años, Bilal, es demasiado pequeño como para entender la mayor parte de lo que ha ocurrido aquí durante los últimos cuatro meses, y Kamal parece estar agradecido por ello. “Yo no le hablo a él sobre la situación aquí, y no lo dejo ver las noticias en la televisión… él es muy pequeño y tiene otras ocupaciones”.
Kamal dice que con el paso de los años, él se siente cada vez más como un extraño en su propio país.
“La situación aquí ha empeorado a lo largo de los últimos cuatro meses. Todas las personas belgas ven Molenbeek como un problema. Somos belgas, pero muchos nos ven como extraños”.
Esta es la misma antigua narrativa, dice Khadija Zamouri, un miembro del Parlamento que nació en Molenbeek. “Es poner todo junto en una olla y decir: ‘Es la culpa de los musulmanes’, y ellos esperan que nosotros pidamos disculpas por eso. Y en mi opinión, no quiero disculparme por algo de lo que yo no soy parte”.
Zamouri dice que las personas olvidan que la comunidad musulmana también ha sido traumatizada por los atentados. Y, según lo que ella dice, aunque el país está unido en el dolor, la integración social de las comunidades minoritarias de Bélgica se ha quedado corta.
“Esto afecta nuestras vidas”, dice ella. “Mi hija está en tercer grado y una de las tías de su compañera de clase ha desaparecido. Ella estaba en el metro el martes y eso es algo que nos afecta de manera muy cercana”.
Los hijos de Zamouri también saben lo que es sentirse como extraños en su propia ciudad natal.
“Mis dos hijos se ven muy árabes, y a Haroun, el más joven de los dos, siempre lo detiene la policía, incluso antes de que ocurrieran los ataques de París. Cada vez que sale, y eso es una o dos veces a la semana, lo revisan”, dice ella.
“Incluso tiene una cadena en los pantalones para poder sacar su pase para mostrárselo a la policía… y eso lo está afectando. Ahora está estudiando en la universidad y dice: ‘Cuando haya terminado con mis estudios, me iré’. Y su hermano mayor ya está ahorrando dinero para darse el lujo de salir del país”.
“Eso es muy preocupante”, dice ella. “Si incluso mis hijos –que lo han tenido todo, que no tienen necesidad– están buscando una manera de salir de aquí, ¿qué pasa con los niños que no tienen posibilidades, que no tienen padres con ellos que los guíen?”
‘Ella puede sentir el miedo que nos rodea’
En un día normal, los patios que rodean el edificio Berlaymont se llenarían de diplomáticos y profesionales que se apresuran de un lado para otro entre el almuerzo y las brillantes torres que representan el centro de la democracia europea.
Pero el jueves el barrio europeo estaba prácticamente vacío. Schuman, la estación de tren que le presta servicio al “corazón de Europa”, como dice un letrero cerca, estaba cerrado al público… a pesar de que la escalera mecánica seguía encendida.
Jonathan Williams trabaja cerca, pero vive en Anderlecht, justo al sur de Molenbeek. Como miles de padres en todo el país, él está luchando por encontrar formas de explicarle a su hija acerca de los ataques.
“Ella todavía es pequeña, pero puede sentir el miedo que nos rodea”, dice él. “Sus profesores tratan de encontrar las palabras adecuadas para explicarle lo que está pasando sin traumatizarla. Pero aún así, puedes sentir miedo”.
“Así que tratamos de usar algunas palabras sin ser demasiado dramáticos… no queremos preocuparla. Intentamos explicarle las probabilidades… hay muchos metros. Para explicarle a un niño necesitas generalizar para que no se preocupe”.
Lo que le preocupa a Williams es la incapacidad del mundo para evitar que este tipo de ataques ocurran.
“Nueva York, París, Bruselas… lo más triste es para los niños, el mundo en el que van a crecer. Y encontrar una solución para este problema parece ser sumamente difícil. Estas personas no se preocupan por la vida y tú no puedes controlarlo todo”.
Mi pareja y yo estábamos platicando ayer que nos gustaría mudarnos a una isla y cultivar tomates”, dice él mientras se ríe. “Pero tenemos que vivir con esto, con amor. Estas cosas podrían sacar el lado bueno de las personas”.
‘Ahora es demasiado tarde’
La entrada de la estación Maelbeek, a cinco minutos sobre la carretera, en donde 20 personas murieron el martes, sigue cerrada. Un pequeño grupo de personas depositan flores en el suelo afuera, algunos demasiado afectados como para hablar.
Joelle Scott estaba en su oficina a la vuelta de la esquina cuando la bomba estalló. La madre de tres niños parece visiblemente afectada mientras recuerda la impotencia que sentía.
“Nos quedamos encerrados en el edificio”, dice ella. “Durante todo el día escuchamos las sirenas de la policía y a las ambulancias llevándose a las personas. No podíamos hacer nada aparte de ver a través de la ventana, ver y escuchar a estas personas que murieron en las calles”.
“El domingo mi hija estuvo en el aeropuerto pues se dirigía a Estocolmo para un viaje de estudios”, dice ella. “Ella toma el tren todos los días en Maelbeek. A pesar de que yo sabía que ella estaba en Estocolmo, continuaba pensando que ella estaba en el metro. Si ella no hubiera estado en Estocolmo, ella podría haber estado allí”.
Scott, de 53 años de edad, vive cerca del aeropuerto, pero incluso allí, ella ya no se siente segura. Ella comienza a llorar mientras sigue con su relato.
“En los últimos cuatro meses las cosas han cambiado”, dice ella. “Tengo miedo… tengo miedo de salir de mi casa, tengo miedo de sacar a mis perros a caminar. Cuando salgo veo hacia todos lados… talvez (los terroristas) están aquí o por allá”.
“Creo que quiero decirle a mi familia y a mis amigos todos los días que los amo, ¿sabes? Porque talvez este es el último día que podrás decírselo”.
“No creo que esto se haya acabado. Están por todas partes, en todos los países”, dice ella. “Los políticos no hicieron lo suficiente antes… y ahora ya es demasiado tarde”.
‘Algo pesado en la atmósfera’
No es más que otro paseo de 20 minutos en auto desde Molenbeek hasta Ixelles, en el este, pero los dos distritos parecen ser mundos aparte.
Majestuosas casas de ladrillo rodean las lagunas que atraviesan la acomodada parte residencial de esta área. Los padres recogen a sus hijos de la escuela de música y las parejas adineradas beben café en la cafetería cercana.
Parece que el estruendo de las sirenas de la policía que siempre está presente en otras partes de la capital, no llega hasta aquí… pero el miedo sí llega.
Para Lisa Croonenberghs, una jubilada que ha vivido su vida entera en Bruselas, el cambio más grande han sido los militares en las calles. Esta puede ser la nueva norma en la así llamada “croissant pauvre” –la calle curva de vecindarios pobres al oeste, incluyendo Molenbeek– pero es una vista discordante en un vecindario próspero como este.
“Tú (quizá) te puedes sentir más seguro en Molenbeek”, dice ella con una risa. “Es posible que la seguridad allí sea mejor de lo que es aquí”.
Aldona, una modelo de 26 años de edad, ha crecido acostumbrada a ver soldados que patrullan las calles, pero ella dice que algunas de las medidas de seguridad son excesivas… y ella está preocupada por pagar sus cuentas después de que los oficiales cerraron la escuela donde trabaja por su cuenta durante la semana.
“Ha sido una conmoción para mí… soy una persona muy sensible”, dice ella. “Me duele el sufrimiento de las personas, pero personalmente también me veo perjudicada debido a mis finanzas. En realidad contaba con ese dinero. Para algunas personas no significa nada perder algo de dinero, pero para otras personas es importante”.
“Es una locura, ellos dejan que los terroristas ganen por partida doble… algunas personas mueren y otras se empobrecen”.
Inga Skaara se mudó a Ixelles recientemente proveniente de Belén, debido a la violencia en Cisjordania. Pero es como si ella no puede escapar del derramamiento de sangre.
“Vine aquí porque quería dejar atrás una situación similar”, dijo ella. “No es que estuviera aterrada por mi vida cotidiana, pero no era fácil. Tengo un niño pequeño y con él era realmente estresante”.
“Vine aquí para alejarme de eso y ahora estoy pensando: ¿a dónde voy a ir ahora?”
Su compañero, Pablo Avendano, dice que la vida ha llegado a ser menos espontánea desde los ataques de París.
“En los últimos cuatro meses, la vida se ha reducido”, dice. “Menos películas, conciertos, salidas al parque… ya no salimos tanto. Existe algo pesado en la atmósfera que comenzó en noviembre cuando el nivel de alerta (por el terrorismo) aumentó”.
La calle menos abarrotada
Moumen Hamdouch trabaja para la Comisión Europea y oyó explotar la bomba a través de la estación Maelbeek. El esposo de una colega estaba en el andén cuando el tren explotó, pero sobrevivió.
“Las personas no tienen confianza en que el Estado pueda mantenerlas seguras”, dice. “Si tengo que elegir entre dos calles por donde caminar, siempre elegiré la que está menos aglomerada, y no voy a estar en las zonas comerciales y peatonales en las que hay muchísimas personas”.
Hamdouch, un expatriado francés que ha vivido en Ixelles durante una década, cree que el gobierno necesita hacer un mejor trabajo en cuanto a la unificación de las comunidades inquietas.
“Cuando me presenté en este país siempre pensé que, en comparación con Francia, Bélgica ha integrado a sus minorías de mejor manera”, dice. “Todavía creo que es verdad, pero los servicios de seguridad y la policía han hecho un lío de esto y no han hecho su trabajo durante años”.
“Algunas de estas autoridades en comunidades como Molenbeek se han hecho de la vista gorda frente a lo que está sucediendo. Ellos no tienen idea de quién está viviendo en su propia ciudad, así que si tú no tienes idea de quién alquila qué, los principios fundamentales en cuanto a la recolección de información no existen”.
Hamdouch, como casi todos los demás en Bruselas, se ha sentido nervioso por los ataques, pero está decidido a no ceder ante el miedo.
La noche de los atentados, él vio a las personas que llenaban los restaurantes y los bares de la ciudad, aparentemente intentando seguir adelante de la manera más normal posible.
“Eso es lo que he hecho, era el cumpleaños de un amigo mío y él quería cancelar su fiesta… pero le dije que no, que no la cancelara”.
Él se entusiasma con la reacción de las personas en esta ciudad que están “sacándole el dedo a estos tipos y continúan viviendo”.