Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de historia y asuntos públicos en la Universidad de Princeton y miembro de la New America. Es el autor de “Jimmy Carter” y de “The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society” (La urgencia extrema del ahora: Lyndon Johnson, el Congreso y la batalla por la Gran Sociedad). Las opiniones expresadas en este comentario son suyas.
(CNN) – Los escándalos son parte integral de la tradición política estadounidense.
Desde la fundación de la república, los candidatos presidenciales a menudo han participado en ataques brutales el uno contra el otro, publicando cosas escandalosas sobre sexo, corrupción u otros tipos de afirmaciones con el fin de empañar su reputación.
Desde cuando los opositores de Andrew Jackson difundieron rumores en relación a que él había dormido con su esposa, Rachel, cuando todavía estaba técnicamente casada con otro hombre hasta el infame descubrimiento de una aventura amorosa que derribó al demócrata de Colorado Gary Hart en 1987, los escándalos no solo son parte de nuestras elecciones sino también de las votaciones y mítines.
No todos los escándalos están relacionados con sexo. Cuando en 1972 se reveló que el compañero de campaña del demócrata George McGovern, Thomas Eagleton, había sido sometido a tratamiento con choques eléctricos como terapia contra la depresión, por ejemplo, se convirtió en una crisis devastadora que hizo que se retirara de la contienda.
Este año no es diferente. Los candidatos del Partido Republicano, Donald Trump y Ted Cruz, recientemente se lanzaron mutuamente una serie de ataques virulentos que involucraban a sus esposas e informes no confirmados en el periódico sensacionalista The National Enquirer.
El factor pegajoso
Aunque no todos los escándalos logran prosperar, y este es uno de los aspectos más fascinantes de este fenómeno: no hay una explicación o razón clara en cuanto a qué tipo de escándalos logran derribar a un candidato y qué tipo de político puede sobrevivir.
A veces hemos visto que un candidato hace lo mismo y continúa con su campaña. La lección es que no todos los escándalos son iguales y a veces el hecho de que un incidente no logre derribar a un candidato nos dice mucho sobre el momento político cambiante en el que se están postulando.
Este fue el caso en 1992 con el gobernador de Arkansas, Bill Clinton.
Clinton había sido el candidato que surgió de la nada y que armó una formidable campaña que se centró en la economía y que luchó contra una dura recesión. Clinton era una mezcla de la política democrática tradicional y del entonces nuevo Consejo de Liderazgo Demócrata, el cual había presionado para un enfoque más centrista. Su esposa, Hillary Clinton, una abogada con talento y con experiencia política, también era el símbolo de la familia moderna en la que los dos tienen sus profesiones y que brindaría elementos adicionales a la Casa Blanca.
Entonces estalló el escándalo que parecía que podría ponerle fin a su candidatura.
Clinton tenía una reputación bien conocida de ser mujeriego. Justo antes de las primarias de Nueva Hampshire, un periódico sensacionalista de supermercado llamado The Star reveló una historia sobre Gennifer Flowers, quien trabajaba para el estado de Arkansas y que había sido una bailarina de cabaret. Flowers dijo que había estado involucrada en una relación sexual de 12 años con Clinton. Se habían conocido en la década de 1970 cuando era reportera local.
El artículo se basó en los documentos legales de una demanda que un exempleado del estado había presentado contra Clinton en la que afirmaba que el gobernador había utilizado los recursos del Estado para una serie de aventuras amorosas. The Star al parecer le había pagado más de 100.000 dólares a Flowers para que confirmara la historia.
Al principio, algunos en los medios de comunicación ignoraron la historia debido a la fuente que publicó la primera versión. “Esto es lo que pienso de la historia”, dijo el productor ejecutivo de CBS News, antes de tirar el tabloide a la basura.
Pero pronto tuvo que considerarlo de nuevo. Después de cinco días, el frenesí mediático estaba en su apogeo y todo el mundo quería saber más sobre Flowers.
Hillary Clinton defendió incondicionalmente a su esposo. Ella le dijo a la prensa, “no es verdad”, y luego agregó: “solo tenemos que confiar en que el votante estadounidense sacará sus propias conclusiones”.
La respuesta
Clinton respondió al estilo de Clinton. No se ocultó, respondió.
Decidió recurrir a “60 Minutes” el 26 de enero, en la emisión que tuvo lugar justo después del Super Bowl, y admitió que habían tenido problemas en su relación, pero que habían seguido adelante y que esto no debería ser parte de la campaña.
“He reconocido que he causado dolor a mi matrimonio”, le dijo al reportero de CBS, Steve Kroft. Tanto él como Hillary negaron que él hubiera tenido un romance con Flowers. La entrevista recibió una inmensa cobertura. Los demócratas estaban sorprendidos e impresionados por la forma en que pudo mantener la calma durante toda esta crisis.
Al ver la entrevista, Flowers estaba furiosa. “Vi un lado de Bill que nunca he visto antes”, dijo, “sin duda está mintiendo”.
Poco después de que Flowers, de 42 años, publicara cintas sugerentes, pero muy confusas, de las conversaciones telefónicas en las que discutían como debía responder cuando fuera interrogada por los periodistas.
Flowers no era la testigo más creíble. El hecho de que le pagaran por la historia levantó sospechas, mientras que las grabaciones telefónicas no confirmaron exactamente lo que había dicho. Ella también aceptaría dinero de Penthouse por una historia ilustrada. Un año antes, también había amenazado con demandar a una estación de radio por emitir las acusaciones.
Seis años más tarde, bajo juramento durante una deposición en un caso de acoso sexual, Clinton volvió a negar las acusaciones de una relación de larga duración con Flowers, pero admitió que tuvieron un encuentro sexual.
Además de sobrevivir al escándalo, Clinton actuó con maestría en Nueva Hampshire, inspirando a las multitudes mediante la demostración de su atractiva personalidad y su impresionante dominio de la política. También compró abundante tiempo de aire para poder comunicarse directamente con los votantes en los eventos de las asambleas ciudadanas.
Clinton ganó las primarias y el escándalo, aunque nunca fue juzgado como incorrecto, no terminó con su candidatura. Después de Nueva Hampshire, el “Comeback Kid” dijo que se sentía “liberado”. Derrotó al presidente George H.W. Bush en noviembre.
La estrategia de Clinton y los tiempos cambiantes
Al final, el escándalo se desvaneció. ¿Por qué sucedió esto?
Parte de esto tiene que ver con Clinton y su estrategia. Aquí es donde el individuo tiene importancia. Entendió que en la era moderna de la política, los candidatos tenían que ser agresivos cuando los atacaban —estableció lo que su gente llamó un cuarto de guerra— y no permitir que sus oponentes los definieran.
Sin embargo, otra parte de la historia tenía que hacer algo más grande, un cambio que se estaba produciendo en la política estadounidense que sigue siendo pertinente en las próximas décadas.
Aunque los conservadores culturales como Patrick Buchanan, el redactor de discursos de Richard Nixon y comentarista de televisión político que desafió al actual presidente en las elecciones primarias de 1992, aún estaban luchando contra las guerras culturales —tratando de defender alguna imagen de los valores nostálgicos— la verdad es que la mayor parte de la nación había continuado moviéndose hacia la izquierda cuando se trataba de la sociedad y la cultura.
La Era de Acuario tuvo un impacto mucho más duradero que lo que podían entender los conservadores.
Los estadounidenses estaban más cómodos con la complejidad de las relaciones sexuales y las opciones culturales, en estados rojos y azules. Ellos vieron MTV, con toda su sexualidad, en todo el país y vieron películas y programas de televisión que estaban muy lejos de “Leave It to Beaver”.
La verdad es que a muchos estadounidenses realmente no les interesaban los pecadillos personales de los políticos, siempre y cuando sus acciones privadas no afectaran radicalmente las posiciones políticas que ejercían. Los tiempos estaban cambiando”.
Bill Clinton nunca pretendió ser algún tipo de conservador cultural que afirmaba que cada uno debe vivir de acuerdo con ciertos estándares personales. Tampoco era un político que quería algunos tipos de regulaciones sobre las formas en que otros estadounidenses vivían sus vidas.
El hecho de que esto no lo destruyó reveló que el espíritu de la época había cambiado drásticamente.
Incluso en la era de Ronald Reagan, Estados Unidos se había inclinado hacia la izquierda en las cuestiones sociales y culturales. Los republicanos pagarían el precio por no aprender estas lecciones cuando trataron de impugnar a Clinton posteriormente en su presidencia con base en una relación sexual con una interna, Monica Lewinsky.
Lo que aprendieron, una vez más, es que el público no quería que este tipo de cuestiones dominaran su política y, al final, la reacción de los procedimientos de juicio político contra Clinton giró en contra de los republicanos, no del presidente.
En las elecciones del 2016, una vez más estamos viendo que el público está más interesado en la necesidad de arreglar la economía y Washington que lo que sucede con la vida personal de la mayoría de los candidatos en esta campaña, al menos los que no reclaman algún tipo de virtud personal especial.