Abu Israa y su familia pasaron dos años viviendo bajo control de ISIS.

(CNN) – Cuando ISIS llegó al pueblo de Abu Israa, él no huyó.

Su madre ya es una anciana y apenas puede caminar, así que cuando los militantes instaron a la gente para que se quedara, su familia decidió permanecer en su hogar.

Al principio, los combatientes de ISIS prometieron que se mantendrían a sí mismos. Pero pronto la vida en el pueblo, en la provincia de Nínive, se había convertido en un infierno. Recibían castigos brutales y les imponían multas por infracciones menores; además, la constante amenaza de ejecución pesaba sobre la población.

Abu Israa (no es su nombre real) dice que los militantes lo usaban a él y a otros civiles como escudos humanos, y no les permitían irse.

Él nos ha pedido ocultar su identidad, explicando que aunque ahora está a salvo, en un nuevo hogar provisional en el campo de refugiados de Digba, aún tiene familiares a merced de ISIS.

“No quiero perder más de lo que ya he perdido”, dice.

Amenazas de ejecución

Bajo el control de ISIS, los hombres del pueblo eran obligados a dejarse crecer la barba y a acortar sus pantalones. Dos veces, dice Abu Israa, fue multado con 40 dólares debido a que su barba no cumplía con las especificaciones de largo.

ISIS también exigía que las mujeres locales usaran el niqab negro completo. Dice que a su hija de 12 años estuvieron a punto de azotarla debido a que cuando se dirigía al baño exterior —en su propio patio trasero— los miembros de ISIS notaron que no llevaba la prenda que cubría su cabeza y cuerpo.

Abu Israa trabajaba como un asistente de un otorrinolaringólogo en Mosul, por lo que viajaba 45 kilómetros al día. Cuando ISIS se hizo cargo del hospital, él trató de marcharse, debido a que no podría hacerse cargo de los costos del transporte. Dice que ISIS no pagaba los salarios regulares, en su lugar dividía los honorarios de cirugía.

“Yo dije ‘no tengo dinero para poder trabajar de gratis’. Él me dijo, ‘ese es tu problema, te debería ser suficiente trabajar para Alá’”, explica Abu Israa. “Ya sabes, ellos todo lo giran en torno a la religión, pero eso no es el Islam”.

Luego, dijo, que ISIS lo amenazó con cortarle la cabeza.

“Dejaré tu cabeza en la puerta del hospital para que todos los que vengan pregunten por qué esta persona fue asesinada”, le dijo el militante. “Y sabrán que fue porque se negó a trabajar para nosotros, era un infiel”.

Aunque esa amenaza en particular no se materializó, otros no tuvieron tanta suerte; Abu Israa dice que en Mosul lo obligaron a ver como mataban a la gente.

Niños de guardia

“Lo peor que vi fue una ejecución. Reunieron a la gente en la calle y nos obligaron a ver”, dice, estremeciéndose. “Los mataron como ovejas. Para cualquier persona que se atreviera a hablar en contra de ellos, este era su destino”.

Otro día se dirigía hacia el mercado cuando vio varios cuerpos colgados de un poste de electricidad. Le dijeron que habían sido colgados para que sirvieran de ejemplo, mostrando a los posibles fugitivos lo que sucedería si alguien trataba de huir.

“Aprendimos a esperar nada. Pero hubo una cosa que realmente me sorprendió”, dice. “Cuando dejaron a los niños en las calles en los puestos de control… vigilando los controles”.

Señala a un niño que nos está escuchando, quien tal vez tiene 10 años.

“Más o menos de ese tamaño”, explicó. “Ellos simplemente los dejaban allí como blancos de los ataques aéreos. Pero ni siquiera podías hablarles, porque a pesar de que solo eran niños, podían reportarte y multarte con 16 dólares por detenerte”.

Liberación y pérdida

Abu Israa mantuvo la boca cerrada, obedeció las normas y rezaba para que todo terminara pronto.

Finalmente, unos dos años después, parecía que el final se había acercado. A medida que el ejército iraquí comenzó a avanzar hacia su pueblo, pudo escuchar sus altavoces a la distancia.

“ISIS nos reunió y nos puso en el centro del pueblo”, recuerda. “Pusieron cinco familias en cada casa”.

Los intensos combates se extendieron durante días, dice… o por lo menos creemos que así fue.

La familia se acurrucó en una habitación, trató de mantenerse alejada de las ventanas y se mantuvo con pan y té. Hacia el final de la batalla, su hija menor corrió a la ventana y descorrió la cortina.

“Mi hermano más joven saltó detrás de ella para jalarla. Luego gritó, ‘¡me dispararon, sosténganme!’”, Abu Israa hace una pausa, perdido en el recuerdo, el dolor y el horror. Sostiene su cabeza, se limpia los ojos.

“Él dijo, ‘no quiero morir’, y yo le dije, ‘no morirás’. Abu Israa recuerda, tratando de reponerse.

“Lo llevé al ejército y mi esposa gritó que éramos civiles. Yo tenía una barba larga, éramos un desastre, parecíamos ser de ISIS. El ejército dijo, ‘pónganlo en el suelo’”.

Los liberadores del pueblo habían llegado, pero su ayuda llegó demasiado tarde para el hermano de Abu Israa, quien murió en sus brazos.