Nota del editor: Michael D’Antonio es el autor del nuevo libro “Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success” (St. Martin’s Press). Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente suyas.
(CNN) – En 2008, una pandilla de adolescentes que frecuentemente perseguían y agredían a inmigrantes latinos asesinaron a un hombre de Ecuador llamado Marcelo Lucero en el pueblo de Patchogue, Nueva York.
Esta semana, el aspirante presidencial Donald Trump, la voz líder en contra de los inmigrantes en Estados Unidos, el hombre que ha hablado de deportar a 11 millones de inmigrantes indocumentados, planifica hablar en un evento de recaudación de fondos del Partido Republicano desde el lugar en donde Lucero murió desangrado.
Para cualquier otro candidato, la decisión de aceptar una invitación para dirigirse a más de 1.000 partidarios cerca del lugar de un notorio crimen de odio sería un error que se corregiría rápidamente. Ningún político razonable querría salar las heridas de una comunidad que ha trabajado mucho para reponerse del tipo de violencia que ocurrió en Patchogue. El amigo de la familia Lucero, el reverendo Allan Ramirez, dice que Trump “nos está ofendiendo a todos los que consideramos el área como una tierra sagrada”. Para Trump, es más de lo mismo.
En su infame discurso para anunciar su candidatura en junio, Trump dedicó mucho tiempo y energía emocional a la idea de que Estados Unidos está siendo invadido por delincuentes violentos “enviados” intencionalmente por el gobierno mexicano.
Dijo lo siguiente: “Cuando México envía a su gente, no están enviando a lo mejor de su gente… Envían a las personas que tienen muchos problemas y están trayendo esos problemas a nosotros. Traen drogas… Traen crímenes. Son violadores”. (De hecho, los inmigrantes indocumentados son mucho más pacíficos que otros y cometen menos delitos que los ciudadanos estadounidenses).
Incitar el fervor en contra del inmigrante
Después de su anuncio, Trump se dirigió a Arizona para su primer mitin importante. Treinta y un estados votarían por el presidente antes que Arizona, por lo que otros candidatos todavía no habían estado de visita allí. Pero Arizona es el hogar de rabiosos grupos en contra de la inmigración como la Minuteman Militia, una organización justiciera que ha dirigido patrullas armadas a lo largo de la frontera.
La aparición de Trump fue anunciada como una oportunidad para que los lugareños puedan “hacerle frente a la inmigración ilegal”, y arrastró a una entusiasta multitud de personas que se empujaban por tener un lugar en la fila y se precipitaron hacia la entrada una vez que las puertas se abrieron.
Trump apareció en Phoenix con el alguacil Joe Arpaio, cuyo departamento está bajo supervisión federal después de que el Departamento de Justicia determinara que era culpable de utilizar perfiles raciales. Como Trump, Arpaio ha sido la parte del movimiento de conspiración “birther”, que afirma que el presidente Barack Obama podría no ser un ciudadano estadounidense.
En 2012, él anunció que sus agentes habían descubierto que el certificado de nacimiento de Obama era una falsificación. Se demostró que esta afirmación, junto con la acusación de Arpaio respecto a que el registro del Servicio de Selección Militar de Obama también fue falsificado, eran erróneas.
En Phoenix, donde un pequeño número de manifestantes acogieron su presencia, Trump dio a conocer su propuesta para construir un enorme muro fronterizo por el que quiere obligar a México a que lo pague. También resucitó el plazo de Richard Nixon para aquellos que apoyaron su candidatura, refiriéndose a ellos como la “mayoría silenciosa” y también hizo eco de las generaciones de los nativistas mientras que prometió “recuperar nuestro país”.
A pesar de que la campaña de Trump podría inflar la asistencia al mitin hasta 15.000 asistentes (lo que supera, por varias veces, la capacidad de la sala), esta no exageró el entusiasmo de los asistentes. Trump había elegido aparecer en un lugar donde la inmigración es un tema candente y estaba garantizado que atraería a una multitud que le daría la bienvenida y aclamaría su alarmismo.
Un mes más tarde, Trump habló frente a una gran multitud en un estadio en Mobile, Alabama, donde los delegados no serían seleccionados sino hasta el 1 de marzo. Aunque las personas a lo largo del sur habían comenzado a reconsiderar el significado de los símbolos de la Confederación después de un reciente asesinato racista en masa en Carolina del Sur, las estrellas y las barras estaban en evidencia en el mitin en el que un folleto de un supremacista blanco fue distribuido en el parqueo y un hombre gritaba “¡poder blanco!” mientras Trump hablaba.
Una vez más, Trump se enfocó en los inmigrantes, con el argumento de que a los niños nacidos en Estados Unidos de padres indocumentados se les debe negar la ciudadanía.
En Mobile, así como en Arizona, Trump jugó con los temores de su base de apoyo, quienes en su mayoría son personas blancas y chivos expiatorios que, fundamentalmente, son impotentes para enfrentarse a él. Sin embargo, consiguió lo que quería… multitudes de grandes admiradores que sugerían que él era mucho más popular que lo que los expertos políticos y los encuestadores permitían.
El impulso proporcionado por estos eventos lo ayudó a colocarlo en el primer lugar de la contienda para la nominación del Partido Republicano, en donde permanece en la actualidad.
Dolor y miedo
Sin embargo, el éxito de Trump también ha provocado el dolor y el miedo en los corazones de millones de personas, la mayoría de ellos ciudadanos legales, quienes se ven físicamente como los inmigrantes a quienes él demoniza, tienen nombres como los de ellos y hablan inglés con acento. Ese dolor no es más agudo en ninguna parte que en el pequeño rincón de Long Island, donde él tiene la intención de dirigirse a 1.000 partidarios fieles que pagarán 150 dólares por cabeza por entrar al salón.
En este lugar, todo el mundo sabe acerca de la tragedia del asesinato de Marcelo Lucero, el cual fue precedido por años de agitación a manos de aquellos que trataron de hacer que el tema de la inmigración fuera un problema.
En los años previos a la muerte de Lucero, una división local de Minutemen Militia fue fundada en Long Island y uno de sus partidarios le dijo a The New York Times que si la policía no hacía cumplir las leyes de inmigración “entonces alguien tenía que hacerlo”.
En el mismo período, un ejecutivo del condado, quien tenía diseños en una oficina superior, convirtió a los inmigrantes indocumentados en un importante asunto político. Al igual que Trump, Steve Levy se refirió a los niños que nacían de inmigrantes indocumentados como “bebés ancla”. En 2006, él también afirmó erróneamente que un hospital local cerró su pabellón de maternidad porque “ellos no pueden lidiar con todos estos bebés ancla”.
En el mismo discurso, el cual fue pronunciado antes de que Lucero fuera asesinado, él dijo “Tiene que haber un final a hacerse de la vista gorda o simplemente vas a vivir en una nación de caos”. Una década después, no ha habido caos, pero el temor en contra de los inmigrantes persiste.
El jueves, Trump llevará su versión de la histeria al lugar que la sangre de Marcelo Lucero santificó. Quienes lo recuerdan tienen planificado permanecer cerca en señal de protesta y rezar para que el discurso de odio no conduzca a una mayor violencia.