Las Madres de la Candelaria esperan la integración de las FARC a la vida civil para reconstruir el país entre todos. Lo único que quieren es que los integrantes de la organización guerrillera pidan perdón y digan la verdad sobre los desaparecidos.
Se trata de un colectivo de madres que buscan visibilizar las desapariciones forzadas en Antioquia, un departamento al oriente de Colombia, y en el resto civil. Es similar a la organización de las Madres de Mayo de Argentina, y al igual que ellas no se han resignado a esperar, sino que le piden al Estado que les ayude a buscar a sus seres queridos desaparecidos. Quieren encontrarlos, así sea vivos o muertos.
Teresita Gaviria, directora de la asociación y quien fue a La Habana como parte de una comitiva de víctimas frente a la mesa de negociación en donde el Gobierno de Colombia y las FARC discuten los acuerdos de paz, cuenta que inicialmente los guerrilleros no contemplaban la opción de pedir perdón. “Pero eso ha cambiado y ellos van a llegar a este país que dejaron vuelto nada, para que recojamos el descontento. A sus familias tenemos que apoyarlas porque también están llorando sus muertos y desaparecidos. Los estamos esperando”.
Cada viernes, desde hace 17 años, esta mujer y decenas de madres se paran en el atrio de la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, en Medellín –capital del departamento colombiano de Antioquia– para gritarle al mundo: “¡A los vivos les debemos el respeto, a los muertos les debemos la verdad!”. Con esa consigna, las mujeres de la asociación Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria le apuestan al perdón y la verdad como la única opción de un país que empieza otra etapa en su historia de guerra: el posconflicto.
Teresita perdió a su hijo el 5 de enero de 1998. Él viajaba por carretera de Medellín a Bogotá con un compañero. Hoy sabe que cayó en manos de los hombres del paramilitar Ramón Isaza. La última vez que los vieron vivos estaban en Doradal, en el suroeste de Antioquia
Hasta allí llegó la mujer. Iba por todo el pueblo gritando “¡Me devuelven a mi hijo, bandidos asquerosos!”. Caminaba mirando los montículos de tierra por si estaba enterrado. Un mes después encontraron al compañero, sin cabeza.
Su hijo sigue engrosando la lista de los 100.687 casos de personas desaparecidas en Colombia entre 1938 y 2014, según datos del Registro Nacional de Desaparecidos del Instituto de Medicina Legal de Colombia. 72.809 de esas personas continúan desaparecidas, y se estima que más de 20.000 corresponden a desapariciones forzosas.
Con este flagelo a cuestas, las Madres de la Candelaria decidieron trabajar por el perdón y la reconciliación, así sus hijos no hayan aparecido. Mientras caminan, investigan y recorren el país, visitan paramilitares en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, Antioquia, para tratar de conseguir información y adelantar su proceso de perdón.
“La reconciliación para nosotras es encontrarnos con el que nos hizo daño y entablar un diálogo con base en la verdad”, dice Teresita.
Saber algún día qué pasó con sus hijos es lo único que mantiene a estas mujeres en pie y su principal condición para recibir a los miembros de las FARC en la vida civil y respetarlos como ciudadanos. “Los queremos vivos, libres y en paz”, cantan en sus plantones cada viernes.
Teresita es enfática en la necesidad del reconocimiento de los delitos y la verdad sobre ellos como forma de reparación.
“A mí que no me traigan cheques porque eso no ve a calmar este dolor tan horrible. Que nos digan la verdad. En nuestras visitas a las cárceles sensibilizamos al desmovilizado. Les pedimos que nos digan lo que sepan y les decimos: Bueno, cómo nos reconciliamos usted y yo. Si tú me dices la verdad y me tomas como una amiga, me iré de aquí tranquila y perdonándote. Muchos dicen que quedan livianos y nosotras también”.
Lo mismo, en concepto de estas madres, tendría que pasar con las FARC tras la firma de los acuerdos. Teresita continúa: “Cuando fui a La Habana, lo primero que hice fue decirle a Jesús Santrich: ¿Se acuerda cuando se burlaban de nosotras porque queríamos que nos pidieran perdón? Y me respondió: ‘Sí doña Teresita, usted tiene toda la razón. Usted es una mujer que ha perseverado por la paz y se nos va a volver realidad’. Ese día me dieron la mano. No me dejé abrazar porque todavía no me habían pedido perdón y no iba a dejar pisotearme mi honor. Pero me trataron con dignidad”.
Santrich es miembro del Estado Mayor Central de las FARC y uno de los negociadores del grupo guerrillero en La Habana.
En ese viaje Teresita también se reunió con algunas guerrilleras de las FARC. Escuche lo que conversaron allí.
Teresita y sus muchachas, como les dice a las otras madres, saben que el perdón no llega solo. Una de ellas dice que es difícil perdonar a quienes descuartizaron a su hija.
Pero el perdón, insiste Teresita, libera dolencias y enfermedades. Ella misma lo vivió con Ramón Isaza y por eso se atreve a hablar de recibir a los miembros de las FARC ‘como amigos’.
“Si hoy tuviera a Ramón Isaza de frente, ya no le diría que lo quiero masticar”, asegura la mujer. Está segura de que eso tendría que pasar entre las FARC y sus víctimas. Pero “para llegar al posconflicto primero tienen que preparar a los afectados. Eso no es tan de ligereza, es una cosa muy seria. Si yo y mis compañeras estamos preparadas es porque hemos trabajado para la paz”.
Las Madres de la Candelaria sueñan viviendo en un país libre de miedos. “Salir a una finquita tranquila y ser todos amigos. Que todos hablemos de pedagogía para la paz. Yo invito a los actores a que me miren como una amiga y no como una enemiga porque no los voy a juzgar”. Las mujeres esperan que se cumpla la promesa de “mapear” las fosas comunes. Esa es su esperanza: verdad para poder perdonar y vivir libres.
Sin embargo, la posible participación política de los grupos armados les parece aun impensable porque creen que es lamentable ver en el Congreso personas que han hecho tanto daño.
“Cuando Navarro Wolf sale allá uno siempre dice: a él se le olvidó todo lo que hicieron en Bogotá… Ahora ver uno a un Iván Márquez, ¡Por Dios!”.
Antonio Navarro Wolff fue militante del grupo M19, un movimiento guerrillero que nació en 1970. Tras su desmovilización y entrega de armas en 1990, varios miembros entraron a la vida política. Wolff actualmente es senador, fue gobernador de Nariño de 2008 a 2011, alcalde de Pasto de 1995 a 1998, miembro de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991 y ministro de Salud de 1990 a 1991.
Esta líder se confiesa optimista y confía en la sensatez de los violentos que quedan.
“Mire que la Oficina de Envigado quiere negociar”. Se refiere a la organización narcoparamilitar que después pasó a ser organización criminal por cuenta propia y que forma parte del conflicto armado en Colombia.
“Aquí en Medellín hay combos que se quieren desmovilizar. Hay personas que dicen que ‘esos bandidos no tienen por qué llegar a la vida civil’. ¡Por favor! Nosotros no tenemos por qué echarle más agua sucia a ellos. Qué tal que uno de mis hijos estuviera ahí.”.
La madre Teresita, como le dicen las mujeres a las que apoya, sueña con recorrer el país para reunirse con cada uno de los guerrilleros desmovilizados y decirles: “Muchachos, ustedes son los únicos que quedan”.