Era una época en la que la violencia en Colombia alcanzó su nivel más crítico ya que las guerrillas se fortalecieron militarmente y el Estado enfrentaba una profunda crisis económica, así como la amenaza de la expansión de grupos paramilitares, según explica el informe del Centro de Memoria Histórica Nacional (CMH) publicado en 2013.
Según datos de la Fundación Ideas Para La Paz (FIP), un centro de estudios del conflicto, entre 1996 y 1998 “las FARC contaron con la capacidad de cometer acciones armadas tales como ataques a poblaciones e instalaciones militares”, tal como sucedió en Boyacá y otros cientos de municipios de todo el país.
Para esa época el grupo insurgente contaba con al menos 13.000 combatientes según datos del Ministerio de Defensa Nacional, y la cifra iba en aumento.
Los ataques hicieron que la Fuerza Pública se ausentara de muchos territorios y permitió que los grupos armados llegaran a ocupar la posición de autoridad ante la población civil, según el reporte del Centro de Memoria Histórica.
La violencia, que minimizó al país y lo sumió en el temor y la desesperanza, seguía engrosando el número de muertos que en los últimos 50 años aumentó a 220.000, según cuentas oficiales presentadas por el Registro Nacional de Víctimas en 2013: 81,5% de esas personas eran civiles y 18%, combatientes.
La cifra más reciente de víctimas totales del conflicto armado en Colombia asciende a más de 7,8 millones de personas, según el Registro Único de Víctimas del gobierno nacional.
Una granada le cambió la vida
En el fragor de la guerra, para Pablo William todo era confuso. Durante el enfrentamiento militar una granada estalló a su lado. Después del estallido no sentía las manos y pensó que ya no las tenía, también sintió que su cara estaba destrozada y que la cabeza le retumbaba. La oscuridad se apoderó del él. Pedía a gritos que lo mataran.
“Yo les decía a mis compañeros que no podía seguir viviendo. Me quería poner un arma en la sien y disparar”, recuerda Roa.
El caso de Pajarito es sólo una muestra del accionar de las guerrillas que en esa época atacaban alcaldías y puestos de policías “con armas no convencionales como cilindros de gas o carros bomba”, causando graves daños a la infraestructura y a su paso, la muerte de miles de civiles, según el CMH.
Según Martha Nubia Bello, Investigadora del Grupo de Memoria Histórica, en esos años la guerra en Colombia “tuvo su mayor nivel de degradación”.
Un paso hacia la paz
Roa duró dos meses hospitalizado debido a la gravedad de sus heridas y otros seis meses más aprendiendo a caminar solo luego de perder la vista. En ese momento, según él, que quería morirse. Antes del accidente Alba Milena Torres era su novia y después de la tragedia Pablo William le pidió, “le rogó”, que se lo abandonara, porque ella no podía cargar con semejante carga, según relata.
Pero para ella no había vuela atrás. La mujer decidió acompañarlo en su tragedia, quería quedarse con él a pesar de los obstáculos que representaba su nueva vida. Hoy en día Torres es su esposa, madre de sus dos hijos: Kevin, de 17 años y Sharid, de 8.
Entonces, el expolicía consideró que era hora de empezar su vida de nuevo.
Sus ganas de salir adelante y trabajar por la paz, para evitar que episodios de guerra como la que él vivió se repitieran, no le dieron tiempo para odiar a sus victimarios.
“Me di cuenta de que el odio no traía nada bueno; que debía empezar a trabajar para construir paz, para cambiar la mentalidad de las personas”, le dice Roa a CNN en Español.
“La guerra lo único que trae es dolor, llanto, tragedia en todas las familias de Colombia en general. Donde hay guerra hay mucho dolor”, agrega.
Pablo William Roa recuerda la guerra como “devastadora” pues el grupo guerrillero que atacó Boyacá tenía mucha fuerza y pasó arrasando todo el norte de ese departamento.
De 25 policías que luchaban contra cientos de guerrilleros 4 murieron, 5 resultaron heridos y el resto sobrevivió.
“Uno está vivo es de milagro”, dice.
Para él el esfuerzo de reconciliación es un grito que no debe ahogarse en la férrea oposición por frenar la paz.
“Si no tenemos una verdadera reconciliación vamos a seguir en guerra, que es negocio para pocos y dolor para muchos”, asegura.
Roa es consciente de que debe haber verdadero perdón y reconciliación y darle la oportunidad a exguerrilleros —como los que lo hirieron— de que puedan rehabilitarse y volver a la vida civil, porque sino lo hacen van a regresar a tomar la vía de las armas.
Roa asegura que la guerra es un negocio de “los altos mandos”, que “los guerrilleros y los policías son hijos de campesinos que se están matando por ideologías sin sentido”.
Por eso dice que es necesario hacer un esfuerzo para perdonar porque “indistintamente del bando, nos estamos matando entre colombianos”.
Una nueva oportunidad
Hace unos años gracias al apoyo de algunas organizaciones para víctimas de la violencia, Pablo William se inscribió en la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá en la que estudió Derecho y se graduó con honores. Durante gran parte de su carrera fue el estudiante con el mejor promedio entre 150 alumnos.
Actualmente gracias a una beca que le otorgó la universidad por su alto rendimiento académico adelanta una maestría en Derechos Humanos que ya está finalizando y la Policía Nacional lo contrató en la sección de defensa de derechos humanos.
Una de las cosas que lamenta Roa de perder la vista es que nunca sabrá cómo se ven sus hijos físicamente.
“Me llevo esa ilusión a la tumba”, afirma.
Sin embargo insiste en que su familia es su motor y su alegría y su razón de ser
“Ahora no veo con dos ojos, sino con seis; los de mi esposa y los de mis hijos”.