Nota del editor: Ana Navarro es estratega republicana y comentarista. Fue presidenta nacional de la campaña hispana de John McCain en 2008, copresidenta nacional de la campaña hispana de Jon Huntsman en 2012 y apoyó la candidatura de Jeb Bush para el 2016. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente al autor.
(CNN Español) – En el lapso de un mes, como muchos de ustedes, me han conmocionado los asesinatos sin sentido que han afectado a la comunidad gay, la comunidad negra y las fuerzas del orden en Estados Unidos.
He seguido de cerca las interminables horas de cobertura televisiva, hasta aprenderme los nombres y las historias de los muertos. 49 víctimas en el club nocturno Pulse de Orlando. Alton Sterling en Baton Rouge. Philando Castile en Minnesota. Los cinco policías de Dallas: Brent Thompson, Patrick Zamarripa, Michael Krol, Michael Smith y Lorne Ahrens.
No soy gay. No soy negra. Y tampoco soy policía. Soy estadounidense. Y cada una de esas muertes me parecen tristísimas, indignantes e impactantes. Estamos juntos en esto. Tenemos que funcionar mejor como país. Tenemos que funcionar mejor como sociedad. Tenemos que funcionar mejor como individuos. No hay más remedio.
Todas estas muertes tienen algo en común. Odio. Fanatismo. Esa sospecha consciente o inconsciente que proviene de la percepción de los demás como diferentes a nosotros. Las vidas de los homosexuales son importantes. Las vidas de los negros son importantes. Las vidas de los policías son importantes. Toda vida importa. Me niego a aceptar o creer que haya que elegir una u otra. Me niego a creer que tengamos que tomar partido.
Las etiquetas son irrelevantes para el padre que tiene que enterrar a un niño. El color es irrelevante para los cónyuges que se quedaron viudos o los niños que quedaron huérfanos en un instante. Lo importante es que nunca volverán a estar juntos. Nunca volverán a abrazar o escuchar la voz de la persona amada. Cada día de fiesta, a partir de ahora, estará empañado por el vacío que dejan las personas que se pierden. Estos asesinatos sin sentido son una tragedia personal para quienes conocían y querían a las víctimas. También son una tragedia nacional.
Nos encontramos en una encrucijada como una nación. Nos hemos dejado polarizar. Hemos sido víctimas de una política de división. Con orgullo nos declaramos independientes de la corrección política y pensamos que eso significa liberar nuestros sentimientos más negativos. Algunos ven el civismo y la cortesía como un signo de debilidad. Algunos estadounidenses se sienten atacados y, a su vez, se ponen a la ofensiva. A menudo solamente escuchamos, vemos y leemos las opiniones con las que estamos de acuerdo y despreciamos las opiniones diferentes, y las consideramos propaganda. Con demasiada frecuencia, nos rodeamos únicamente de personas que se parecen a nosotros y piensan como nosotros y actúan como nosotros.
Amigos, los pensamientos y las oraciones no nos llevarán demasiado lejos. Debemos hacer más. Este mes de trágicas muertes y violencia debe servir como una llamada de atención para los estadounidenses. Mirémonos a fondo y reconozcamos nuestras faltas. ¿Hemos sido parte del problema? ¿Hemos sido meros espectadores? ¿Podemos ser parte de la solución?
En momentos como estos, los líderes suelen llamar a un “diálogo nacional”. Y aquí propongo una idea: empecemos con un diálogo individual. Hablemos el uno con el otro. Escuchémonos el uno al otro. Respetemos las diferencias y la diversidad de cada uno.
Yo vivo en Miami, una ciudad donde coexisten personas de diferentes colores, nacionalidades y credos. No siempre es fácil. El trabajo me lleva por todo el país. Voy conociendo a todo tipo de personas. A menudo hablo de la experiencia del inmigrante, que sale de su país de origen, aprende un nuevo idioma y costumbres, y que es adoptado por Estados Unidos y termina amando a este país como el suyo propio. He pasado horas y horas escuchando a amigos afroestadounidenses acerca de lo que era crecer como negro y a menudo pobre en Estados Unidos. Todos mis amigos negros han recibido “la charla” sobre cómo actuar y cómo no actuar si te detiene la policía. Todos. Algunos de mis amigos negros son famosos, ricos y poderosos. Otros son de clase media. Pero Independientemente de lo que sean, han tenido “la charla” con sus hijos.
Yo nunca la recibí. Nadie en mi familia lo hizo. Ninguno de mis compañeros de clase la recibió tampoco. Crecí asumiendo que todos los policías son gente buena, decente, que arriesga su vida para protegerme. Yo nunca jamás temí que un simple infracción de tráfico terminaría en algo más que una citación en corte. La experiencia del negro es diferente. La verdad es que la gran mayoría de los policías están para hacer el bien. Pero siguen existiendo el racismo y el abuso racial en nuestro país. No es un producto de la imaginación del negro. No podemos cerrar los ojos ante ella. Y no podemos pretender que comenzó hace poco, con el advenimiento de los teléfonos inteligentes con cámara de video.
También he tenido muchas conversaciones con los hombres y mujeres que ponen en riesgo su vida a diario para que el resto de nosotros podamos estar más seguros. La mayoría de la gente que trabaja por la ley y el orden lo hacen porque quieren mejorar su comunidad. Quieren lugares más seguros para sus hijos y los hijos de los demás. No olvidemos nunca los miles y miles de agentes de policía que han muerto o resultaron heridos en actos de servicio. Se lo debemos a quienes han pagado con su vida, el reconocer que, aunque hay excepciones, las fuerzas policiales están integradas predominantemente por gente buena con vocación de servir y proteger.
Hablemos también sobre “el juego de echar la culpa”. No, los líderes conservadores que condenan la homosexualidad no tienen la culpa de la muerte de 49 personas en Pulse. El culpable es un hombre lleno de odio, radicalizado, intolerante y loco. No, Donald Trump y su retórica de división no es el culpable de la muerte de Alton Sterling y Philando Castile. Algunas manzanas podridas en la fuerza policial que abusan del poder de su placa y su arma lo son. No, el presidente Barack Obama no tiene la culpa de la emboscada a los policías de Dallas, en la que murieron cinco de ellos. Un hombre trastornad, lleno de odio y sed de venganza fue el culpable.
Pero las palabras importan. El carácter de nuestros líderes importa. A medida que nos acercamos a las urnas este noviembre, elegiremos a nuestros representantes locales, estatales y nacionales. Por mi parte, voy a votar por aquellos que nos llevan hacia adelante, no hacia atrás. Voy a votar a favor de aquellos que nos ayudan a encontrar lo mejor de nosotros mismos, no lo peor de los demás. Voy a votar por aquellos que abogan por la unidad y el optimismo, no por los que avivan la división y el miedo. Hay mucho que podemos hacer cada uno para sanar la herida racial y nuestras heridas nacionales. Nuestras acciones individuales, nuestras palabras, nuestra actitud y nuestro voto pueden marcar una diferencia.