Donald Trump no es la imagen de Estados Unidos, sino el espejo ante el cual se refleja, aunque lejano a él, un perfil de la llamada América profunda: rural, local, beata, conservadora, y en ocasiones racista. Elementos con esa mentalidad pueblan también los suburbios y las urbes, pueden encontrarse en estratos altos, en las sectas y en las corporaciones, entre fundamentalistas y creyentes en la predestinación de su país. A escala nacional, el conjunto puede formar una aritmética electoral capaz de catapultarlo a la Casa Blanca.
En Estados Unidos, como en todas partes, además de por realidades y preceptos, la política es regida por estereotipos, emociones y coyunturas. Algunos liderazgos se fabrican con palabras y son desmentidos por hechos.
En tales menesteres, la casualidad puede resultar decisiva. Incidentes como la emboscada y el asesinato de cinco policías en Dallas son capaces de precipitar reacciones y relanzar el radicalismo de la comunidad negra, promover fenómenos como el Nuevo Partido de las Panteras Negras, la Nación del Islam, el Partido de los Jinetes Negros y otros e inclinar la balanza electoral hacia lo inesperado.
Probablemente esta vez las encuestas no mienten, ni los resultados de las elecciones primarias del Partido Republicano son casuales. Tampoco es la primera vez que, avanzando desde la derecha conservadora, alguien llega a altos rangos, incluso a la presidencia de Estados Unidos, o intenta hacerlo.
Entre los más conspicuos de épocas recientes, son recordados Barry M. Goldwater, ícono del conservadurismo estadounidense, opositor a la Ley de Derechos Civiles de 1964 y adversario del llamado “estado de bienestar” establecido por Franklin D. Roosevelt, que con un provocador discurso belicista compitió con Lyndon Johnson por la presidencia. Aunque no llegó tan lejos, Newt Gingrich, ponente del “Contrato con América” sobresalió por su reaccionaria estridencia y estuvo entre los finalistas para acompañar a Trump.
La guinda del pastel la constituye el Tea Party, una facción ultrarreaccionaria del Partido Republicano, formada por un coctel ideológico ubicado a la derecha de Atila. Entre sus representantes, figuraron algunos de los adversarios de Trump, como Rand Paul y Marco Rubio, haciendo difícil el descarte de lo menos malo.
Sin embargo, es preciso anotar que ser de derecha y conservador no es sinónimo de impopular, como lo evidencia el desempeño de Ronald Reagan, líder de la Revolución Conservadora y uno de los más exitosos y populares presidentes en la historia reciente de Estados Unidos, al cual se le atribuyen los méritos de haber definido el comunismo como intrínsecamente perverso y a la Unión Soviética como el “Imperio del mal”, contribuyendo con su debacle.
La mala noticia no es que Donald Trump sea candidato, sino que puede ganar. Todo no depende de él, sino también de su contrincante, esta vez una mujer, Hillary Clinton, que no deja de ser un experimento. El candidato republicano que parece salido de una historia de Ripley, puede alcanzar la presidencia de Estados Unidos, no a pesar de su discurso conservador y reaccionario, sido debido al él.
Todo indica que se necesitará llamar a la caballería, movilizar al país y formar un frente común entre los jerarcas del Partido Demócrata y el socialista Bernie Sanders para frenarlo. No obstante, puede haber de todo. Hace ocho años, no eran pocos los que creían que no había llegado la hora de un presidente negro para Estados Unidos y algunos creen que no es el momento para una mujer. No os asombréis de nada: ¡Es Estados Unidos!