Nota del Editor: Julian Zelizer es profesor de historia y asuntos públicos en la Universidad de Princeton y becario de New America. Es autor de “Jimmy Carter” y “The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society”. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – Hillary Clinton se ha cruzado de brazos y se ha limitado a ver a Donald Trump hacer lo suyo. Con los republicanos rechazando abiertamente a su candidato y con los pobres resultados de Trump en los sondeos de estados predominantemente ‘rojos’ como Georgia, al igual que en estados indecisos como Pensilvania y Ohio, Clinton se sentirá fuertemente tentada a guardar silencio. No hay necesidad de entrar en la refriega cuando tu oponente parece estar desmoronándose.
Pero sería un gran error de Clinton adoptar este camino.
La verdad es que la complacencia es enemiga del éxito político. Si hubiera una crisis de política interior o exterior que sacudiera fundamentalmente al electorado, la posición de Trump podría mejorar rápidamente.
Como demócrata que experimentó la crisis financiera de 2008, que se produjo justo en el medio de la campaña presidencial, ella debería saber esto de primera mano.
Si tal crisis se diera de nuevo, sería importante que los votantes tuvieran una clara idea de qué tipo de temas y políticas defiende Clinton para contrarrestar cualquier crecida que registrara la actual posición de Trump. Ofrecer a los votantes un sentido marcado y fuerte de su visión también será importante si Clinton quiere crear una mayor distancia entre ella y Trump en estados como Florida, donde las encuestas todavía muestran una contienda muy cerrada.
Igual de importante es el hecho de que las campañas no giran únicamente alrededor de lo que sucede en noviembre, sino también en torno a la preparación para los meses que siguen a la toma de posesión. Si Clinton gana, la realidad es que tendrá un plazo de tiempo muy corto para asegurar la legislación, como descubre todo nuevo presidente.
El mejor de los casos para Clinton sería que el impacto de Trump en las boletas sea tan perjudicial que produzca coletazos en el legislativo, dando a los demócratas el control de la Casa Blanca y del Congreso. Lo más probable, sin embargo, es que una victoria de Clinton resulte en un Senado demócrata, con los republicanos reteniendo el control de la Cámara de representantes. Y existe, por supuesto, la opción de que los republicanos logren mantener el control de ambas cámaras, dejando a Clinton con un gobierno dividido.
Con cualquiera de estas alternativas, una presidencia de Clinton sería difícil. Los republicanos estarían decididos a recuperarse de la candidatura de Trump evitando que un presidente demócrata obtenga algún avance en los órganos legislativos. Incluso en el mejor de los casos, los republicanos del Senado emplearían el filibusterismo para bloquear la administración.
Y un par de años más tarde, los demócratas podrían perder fácilmente el control de ambas cámaras, dado el número de escaños que quieren defender (y, al igual que en 1964, los distritos republicanos que se volvieron demócratas debido a un controvertido candidato a la presidencia pueden volver a ser republicanos cuando éste ya no esté en la boleta).
Los presidentes más exitosos entran por la estrecha ventana que goza un presidente para legislar después de haber articulado una visión amplia de lo que esperaban lograr y de cuáles serían sus prioridades clave.
Cuando Lyndon Johnson se presentó a la reelección en 1964, por ejemplo, había dejado claro que tenía la intención de promover la revolución de los derechos civiles y forzar una serie de leyes que por décadas habían eludido a los liberales, incluyendo la atención sanitaria para los adultos mayores y la ayuda federal para las escuelas primarias y secundarias.
Cuando Ronald Reagan llegó a la Casa Blanca en 1981, la mayoría de los votantes sabía que la reducción de impuestos y el aumento del gasto militar serían sus principales prioridades. Y el presidente Barack Obama asumió el cargo en 2009 después de haber prometido restaurar el papel del gobierno en una nación que se había deslizado hacia la derecha desde Reagan.
Como resultado de la crisis económica que se desarrolló en medio de la campaña, Obama desplazó sus prioridades legislativas hacia la regulación financiera y el estímulo económico. Y lo hizo manteniendo su promesa de solucionar por fin la ley de salud.
Clinton tiene muchas fortalezas como candidata. Su vasta experiencia en Washington es tan formidable como hemos visto en cualquier campaña reciente y su férrea actitud ante los ataques debería preocupar a los partidarios de Trump. También ha hecho un buen trabajo desde el verano uniendo a un partido que se vio duramente dividido durante las primarias.
Con todo, Clinton no hace lo suficiente para delinear y remarcar por qué está luchando y para quién gobernará. Este vacío de información es la razón por la cual tantos votantes se muestran reacios a confiar en lo que ella dice y a menudo creen en los ataques contra su persona.
En los próximos meses Clinton debe hacer más para completar el retrato que los votantes tienen de quién es ella como política. Ha llegado el momento de que Clinton se explique ante los electores como algo más que una ganadora y alguien que sabe cómo hacer el trabajo. Los votantes necesitan conocer sus ideas, su visión de lo que el gobierno debe hacer para mejorar la vida de los estadounidenses trabajadores, cuál debe ser el papel de Estados Unidos en el exterior y qué significa para ella el liderazgo político.
Aunque muchos analistas creen que la convención demócrata hizo un buen trabajo planteando este tema, sobre todo con la película biográfica que puso de relieve sus antecedentes, la conversación se ha interrumpido en las últimas semanas con Donald Trump una vez más en el sitio protagónico gracias a sus polémicas hazañas.
Clinton acostumbra asumir una actitud pasiva cuando las cosas van bien. Pero estos son los momentos en que los que se vuelve más vulnerable. Por muy tentador que pueda ser sentarse a ver cómo Trump implosiona, ella tiene que convencer a los votantes de que es la persona que quieren en la Casa Blanca o de lo contrario empezará con una gran desventaja si gana en noviembre.
Clinton también debe tener cuidado de no dejar que la oportunidad de atraer a los votantes republicanos defina su campaña. El mensaje de las primarias demócratas fue claro: los votantes demócratas quieren que su candidata defienda y represente los valores demócratas. Será importante en las próximas semanas dejar claro que Clinton escuchó ese mensaje.
Dada la continua inquietud acerca de sus principios, no es el momento de hacer demasiados movimientos en torno a los votantes republicanos en vez de centrarse en los de su propio partido.
Hoy, no después, es el momento de que Clinton emprenda el difícil trabajo de definirse a misma. De esa manera, si ella es efectivamente elegida, sus aliados sabrán lo que ella hará, sus partidarios estarán entusiasmados y preparados para lanzar una lucha a fin de alcanzar sus objetivos en lo que será un entorno legislativo complicado, y los republicanos no tendrán éxito cuando intenten definirla en términos desfavorables.