Irbil, Ira1 (CNN) – “¿Cuándo fue la última vez que oyó hablar de Arwa o de Brice?”, pregunté.
Eran casi las 2 de la tarde del primer viernes de noviembre. Estaba a las afueras de la ciudad iraquí de Mosul llamando a nuestro productor senior, de regreso en Irbil, para saber si nuestro equipo que había reportado desde la primera línea de combate en la batalla por Mosul ya se había registrado.
Unas horas antes me despedí de mis colegas y amigos, la corresponsal senior internacional de CNN Arwa Damon y el fotoperiodista Brice Laine, mientras se montaban en un vehículo blindado con las fuerzas especiales iraquíes. Antes de que se fueran, los tomé entre mis brazos.
“Muchachos: cuídense mucho”, les dije. “Que Dios esté con ustedes. Los espero aquí”.
Normalmente, yo me hubiera ido con ellos, pero esta vez el ejército solo pudo dejar libres dos sillas para esa misión. Los soldados, parte del regimiento Salahuddin, necesitarían cada arma que pudieran llevar.
El tanque blindado o MRAP, como también se le conoce, que llevaba a Arwa y Brice era parte de un convoy de más de 35 vehículos blindados que preparaban un peligroso ataque en el territorio dominado por ISIS en el este de Mosul, como parte de una operación masiva para recuperar el control de esa ciudad.
La ofensiva empezó hacia las 7 de la mañana. Los Humvees blindados cruzaron la larga berma que separaba dos nuevas áreas liberadas de ISIS, cuando comenzaron los disparos de proyectiles de artillería y ametralladoras pesadas. Un segundo convoy de otro regimiento, llamado Kirkuk, decidió seguirlos.
Más de dos horas después de que ellos hubieran desaparecido de mi vista, el sonido de los proyectiles y de la artillería pesada de las fuerzas iraquíes no se había detenido. Los militantes de ISIS disparaban esporádicamente una andanada de morteros que aterrizaban en una tierra desocupada, a unos 500 metros de donde el resto del equipo y yo habíamos estado, en el techo de un tanque HQ del ejército iraquí.
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Las comunicaciones telefónicas eran terribles; la red estaba saturada y hacía más difícil que pudiéramos saber de ellos.
De repente, hacia la 1 de la tarde, aparecieron varios Humvees blindados, la mayoría de ellos averiados, regresando hacia donde estábamos desde la línea de combate.
Emboscada, dar marcha atrás
A medida que corría para encontrarme con ellos, podía ver la conmoción en las caras de los soldados. Al menos seis de los que resultaron heridos fueron sacados de los tanques, uno de ellos en condiciones realmente malas.
Eran del regimiento Kirkuk, que había partido justo detrás del regimiento con el que Arwa y Brice se habían ido.
“Los combatientes de ISIS nos disparaban a cinco metros de distancia desde todas las direcciones”, dijo un soldado. “Les di a tres de ellos, pero mi arma se atascó y no pude seguir disparando”.
El regimiento estaba compuesto de al menos 35 Humvees y un par de MRAP, pero solo volvieron 12 Humvees. ¿Dónde estaban los demás?
“Solo quedamos nosotros”, me contó un soldado. “Hay otros siete soldados atrapados en un almacén del barrio de Karkukli y solo Dios sabe si todavía están vivos”.
Me preocupé por Arwa y Brice. Llamé a nuestro productor senior y le pregunté si se habían registrado con él. “Se esperaba que Arwa hiciera un reporte para CNN en vivo, por teléfono, durante la hora que acaba de pasar. Pero su llamada nunca entró”, respondió.
Junto con otros miembros de CNN alrededor del mundo, que también estaban preocupados, comenzamos desesperadamente a tratar de comunicarnos con Arwa y con Brice por teléfono o vía mensajes de texto. Nada.
Entonces, por fortuna, entró una llamada de la mesa internacional de CNN, en Atlanta, con la que me pondrían en conferencia con Arwa.
La conexión no era buena, Arwa llamaba desde su teléfono satelital, pero por su voz puedo decir que estaba aterrorizada.
“Hamdi, fuimos emboscados”, explicó. “Un carro bomba suicida atacó nuestro convoy y estamos recibiendo fuego pesado. Estamos rodeados por todas partes”.
Al escuchar esas palabras, sentí como si alguno de mis familiares estuviera en peligro. Arwa es como una hermana menor para mí y supe que tendría que hacer todo lo que estuviera a mi alcance, utilizar todos mis contactos, para sacarla a ella y a Brice de allí.
Conocí a Arwa cuando llegué a la oficina de CNN en Bagdad, en el 2004. Era una joven productora, inteligente, llena de energía y con un gran corazón: el tipo de persona con la que me conecto de inmediato.
Cuando ese año bombardearon mi casa e hirieron a mi hija, ella le llevó un reproductor personal de CD para que pudiera usarlo. Eso significó mucho para mí.
Cientos de llamadas
Cuando supe del peligro que Arwa y Brice estaban enfrentando, llamé inmediatamente a los comandantes militares iraquíes y les pedí que enviaran refuerzos para salvar al regimiento Salahuddin con el que se habían ido.
“No se preocupe”, dijo un comandante de brigada. Y me aseguró que la situación del regimiento era buena y que sus fuerzas estaban bien preparadas para mantener su posición.
Uno de los comandantes de la lucha antiterrorista me prometió que estaban en proceso de desplegar un regimiento de refuerzo, llamado Diyala, que estaría en su posición en aproximadamente una hora.
Pero cuando volví a llamar al comandante para ver dónde estaban los refuerzos, dijo que el plan había cambiado. En el momento en que el regimiento Kirkuk se retiró, Isis pudo reforzar su posición y acercarse desde esa dirección ya no era una opción viable. Ahora avanzaban por una ruta diferente.
“No se preocupe, están bien”, afirmó.
Pero claro que yo estaba preocupado. Con cada minuto que pasaba mi pecho se apretaba un poco más.
De vez en cuando, mi mente vagaba por recuerdos de mi trabajo con Arwa: discutiendo por el guión de una historia, riéndonos de algo tonto. Cada explosión desde el campo de batalla me sacudía y me traía de nuevo a la brutal realidad en la que estaban ella y Brice.
Lo que salió mal
Desde la época del Imperio Otomano y hasta la era de Saddam Hussein, los hombres de Mosul tuvieron la fama de ser los soldados más comprometidos y temidos de Iraq.
Cuando las fuerzas militares iraquíes fueron desmanteladas, después de la caída de Saddam en el 2003, muchos de esos soldados se unieron a Al Qaeda y luego a ISIS.
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El 4 de noviembre, el día en que Arwa y Brice entraron, ISIS mostró inicialmente poca resistencia durante las primeras horas de la batalla. Las fuerzas iraquíes atravesaron tres barrios rápidamente, haciendo ver que las cosas serían fáciles.
Pero ese era el plan de ISIS.
Entonces, los militantes de ISIS emboscaron a las tropas iraquíes y destruyeron dos Humvees que estaban en la retaguardia del convoy Kirkuk. El ataque obligó al resto del regimiento a retirarse y dejó abandonado al regimiento Salahuddin, donde iban Arwa y Brice, en el barrio de Aden, expuesto al fuego de ISIS que provenía de todas las direcciones.
“Partieron esta pobre unidad”, explicó Arwa vía texto. “No tienen ningún apoyo, nada. Sé que lo estás intentando”.
Una noche larga y difícil
Ahora eran las 5 de la tarde, faltaba solo una hora para la puesta del sol. El comandante me dijo que el regimiento de refuerzo, Diyala, estaba a 400 metros de la unidad que estaba en medio del fuego enemigo. Pero antes de que pudieran alcanzarla y sacar a Arwa y Brice, necesitaban cruzar un riachuelo.
ISIS sabía que los refuerzos venían en camino y, de nuevo, se prepararon para ello.
Sobre las 7 de la noche, cuando el regimiento Diyala cruzó el cauce, ISIS atacó. Dos Humvees sufrieron daños, otros dos resultaron inmovilizados y varios soldados fueron heridos.
El regimiento Diyala tuvo que enfocarse en defender su posición para evitar mayores pérdidas en sus filas; rescatar a Arwa y a Brice ya no era una opción.
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Desesperado, seguí llamando a los militares, buscando una solución. Uno de los comandantes me dijo que no me preocupara: “Los dos regimientos, Salahuddin y Diyala, están bien”, afirmó, y agregó que enviaría a su mejor regimiento con el primer rayo de luz para sacarlos de allí.
Sobre las 11 de la noche, regresaron más Humvees de la línea de combate. De allí salieron periodistas extranjeros, pero habían estado en un frente diferente y no sabían nada de la situación del Salahuddin.
Ni la artillería pesada ni las explosiones, ni los carros bomba suicidas se detuvieron durante toda la noche. La unidad de Arwa y Brice estaba frustrantemente cerca, a menos de una milla de distancia.
Poco después de medianoche se oyeron tres explosiones muy fuertes, que sonaron como a carros bomba. Le envié un mensaje de texto a Arwa para saber si estaba bien. Afortunadamente, me respondió. Dijo que esas explosiones habían sonado distinto a las otras y también pensaba que podían ser carros bomba.
45 minutos que son como 2 años
Casi a las 3 de la mañana escuché otra explosión enorme; de nuevo, sonó como un carro bomba que venía del lugar donde estaba Arwa.
Inmediatamente, le escribí: “R U OK?” (“¿Estás bien?”).
No hubo respuesta.
Le escribí otra vez, y luego una vez más, pero nada. Llamé a mis contactos entre los comandantes y los oficiales, e incluso consideré acercarme yo mismo un poco más al frente de batalla, para tratar de saber cómo estaban Arwa y Brice. Caminé de un extremo a otro, como un hombre enloquecido, en la vía detrás de la berma.
Después de 45 minutos Arwa me respondió: “Sí”.
Me dijo que intentarían dormir, dado que estaban exhaustos.
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A la mañana siguiente, a las 8:25 a.m., el regimiento Mosul por fin desplegó una misión de rescate con 36 Humvees blindados y un MRAP para alcanzar a las unidades atrapadas. Conté cada vehículo que pasó.
Les llevó una hora llegar hasta el riachuelo. Tuvieron que cambiar su ruta porque ISIS los esperaba.
Mantuve a Arwa al tanto de la operación a medida que se iba desplegando. De pronto, el sonido de los tiroteos y las explosiones se intensificó en donde ellos estaban. Le escribí a Arwa para preguntarle qué pasaba. A las 9:02 de la mañana me respondió: “Estamos rodeados de nuevo. No podemos movernos”. Llamé a más comandantes, suplicándoles que hicieran que los refuerzos fueran más rápidos.
Otro mensaje de texto a las 9:12 de la mañana: “Municiones escasas. Sonidos de explosiones. Un edificio se sacude”.
El reencuentro
Traté de llamar al comandante que lideraba la misión de rescate, pero mis llamadas no podían completarse. Lo intenté con otros.
A las 10:13 de la mañana logré hablar por teléfono con el comandante del regimiento Mosul, quien me explicó cuál era su situación. Sería un milagro: alcanzar a los que estaban allí, sobre todo en pleno frente de batalla, era imposible.
Le conté al comandante cuál era la situación del regimiento que había quedado atrapado bajo el fuego enemigo. “Los soldados se están quedando sin munición”, le dije. “Necesitan su ayuda cuanto antes”.
“Mis fuerzas están combatiendo ferozmente con el enemigo”, dijo. “Solo estamos a 350 metros de distancia. Sé cuál es la situación del otro regimiento y estamos haciendo todo lo posible para unirnos pronto con ellos”.
Un poco antes de mediodía le escribí a Arwa para preguntarle cómo lo estaban llevando los soldados. Me contestó que todavía estaban peleando, pero que la mayoría estaban heridos y se les estaban acabando las municiones.
Finalmente, a las 12:30 de la tarde, los refuerzos pudieron alcanzar al golpeado regimiento Salahuddin, combatiendo con los militantes de ISIS para asegurar un camino y rescatar a los soldados heridos, junto con mis exhaustos y traumatizados colegas.
Hacia la 1:30 de la tarde, después de lo que fueron las 24 horas más duras de mi vida, dos Humvees blindados trajeron de vuelta a mi posición a Arwa y a Brice, junto con los heridos más graves.
Ver a mis colegas caminando hacia mí es algo que me llenó de una alegría indescriptible.