(CNN) – Bienvenidos a la presidencia de Donald Trump.
Después de su improbable victoria y en la cúspide de una presidencia impulsada por un movimiento que podría indicar un realineamiento generacional para la política de Estados Unidos, el país emerge profundamente dividido y con muchos sentimientos de que vendrán más ajustes.
Así como los últimos 16 meses pusieron un enfoque implacable en los candidatos, la elección presidencial de 2016 también sirvió como un espejo para la sociedad en general. Por todas sus idiosincrasias, Trump tenía algo muy común con otras grandes figuras culturales: la habilidad de provocar y suscitar reacciones enfáticas y emocionales con cada una de sus declaraciones.
Al concederle a Trump la presidencia, los estadounidenses se revelaron a sí mismos. A continuación algunas cosas que aprendimos.
1. Estados Unidos es parte de una comunidad global, nos guste o no
Cuando Trump se llamó a sí mismo “Mr. Brexit”, muchos de nosotros nos reímos.
Así haya visto o no venir su triunfo —algunos reportes sugieren que incluso sus más cercanos colaboradores estaban sorprendidos— la realidad es que una marea creciente de nacionalismo renaciente de Europa Occidental, provocado en parte por el estancamiento económico, alcanzó nuestras costas.
Era algo que la campaña aparentemente conocía. El líder de la derecha británica Nigel Farage hizo campaña en Estados Unidos y sus aliados políticos en Francia, Alemania, Hungría y Grecia aplaudieron los resultados electorales.
Así que cuando la ola electoral golpeó el pasado martes, dio a un nuevo presidente electo y, quizás más instructivamente, una lección de que este país es susceptible al más amplio movimiento de la historia como cualquier otro.
Fue un final sin precedentes para una historia familiar.
En 1930, el padre Coughlin y Charles Lindbergh difundieron el extremismo y xenofobia de derecha que estaba haciendo metástasis en el extranjero. George Wallace le dio vuelta al movimiento de derechos civiles para su beneficio político en la década de los sesenta. Años después, Trump se apoderó de la rabia de un electorado problemático, diciéndoles al aceptar la nominación republicana a la presidencia, “lo puedo arreglar solo”.
El martes, decenas de millones de votantes decidieron darle una oportunidad.
2. Nuestra política está más desordenada de lo que pensábamos
Izquierda y derecha, rojo o azul: algunos de nuestros conocimientos más fundamentales sobre la vida política estadounidense fueron hechos añicos por Trump y por su campaña ganadora.
Al ver las elecciones a través del prisma usual, con muchos analistas de luto por la ausencia de problemas “serios”, nos perdimos ampliamente de uno de los debates más elementales de la política moderna.
Esta campaña estuvo alineada con serios y radicales enfrentamientos sobre el futuro. Los estadounidenses lidiaron durante cerca de dos años sobre cómo visualizaban nuestra sociedad mientras se movían hacia el siglo XXI. A los blancos, en particular, se les pidió que lucharan contra una mayoría que se desvanecía.
De Trump aprendimos que en esta mesa de nuevas y altas apuestas las transgresiones que hundieron a tantos aspirantes políticos han perdido su valor percibido.
Nos lo demostró una y otra vez, rompiendo tabúes destripando vacas sagradas a un ritmo vertiginoso. Trump les dijo a los republicanos que el presidente George W. Bush no “nos mantuvo seguros” como insistía Jeb Bush. Y, a pesar de su mentira sobre haberse opuesto fue rápidamente expuesta, argumentó abiertamente que invadir Iraq en 2003 fue un terrible error.
¿Sobre el aborto? Trump vaciló. ¿Sobre reformas de derechos? ¡No! Trump criticó a Paul Ryan cuando se comprometió a no meterse con la seguridad social o con el Medicare.
A menudo, sin embargo, sus herejías conservadoras y desafíos a las normas políticas se combinaron con afirmaciones más oscuras, que regularmente tomaban formas de ataques sobre estándares culturales más amplios. Mientras sus rivales primarios quedaban en el camino, Trump acumulaba porcentajes más altos de apoyo, rompiendo cualquier supuesto “techo”. Para el día de la elección, el candidato había alineado y despreciado a la mayoría de líderes del establecimiento de su partido.
Eso no importó.
La política está hecha un desastre. Es un profundo negocio personal. Nadie está prometiendo nada y si los votantes no creen que los candidatos o funcionarios o a los peces gordos de los partidos tienen su respaldo de una manera fundamental, la fachada de la deferencia se caerá y rápido.
3. No nos conocemos bien
En las semanas antes al día de la elección, los aliados de Trump y su equipo insistieron en que su candidatura podría ser reforzada por los votantes “escondidos” y “encubiertos”.
Para los reporteros que estuvieron durante la mayor parte de los dos años viajando por todo el país, reuniéndose con los seguidores de Trump en eventos de campaña y usualmente en entornos más privados, el argumento parecía un giro débil. Este no era un grupo tímido. Para los estadounidenses que vieron principalmente a Trump en el contexto de eventos en televisión, la idea de su “mayoría silenciosa” parecía confinarse con lo absurdo.
Pero el malentendido era mucho más profundo y se remonta mucho más lejos.
Aunque los seguidores de Trump estuvieran o no asustados de compartir sus lealtades con encuestadores —o incluso ante sus amigos o familia— el hecho permanece: la división en Estados Unidos, en 2016, no se limita únicamente a simples desacuerdos políticos.
Las redes sociales son el mejor chivo expiatorio. Las voces más fuertes prevalecen. Las personas se retiran en burbujas que confirman el sesgo. Sabemos eso. Los estadounidenses se han alejado durante cientos de años de las ideas de sus vecinos: desde la prensa partidaria hasta las noticias por cable, en comunidades cerradas y durante décadas de compromiso cívico disminuido.
Luego de que el presidente Barack Obama llegó a la Oficina Oval en 2009, su nuevo fiscal general, Eric Holder, nos llamó “una nación de cobardes”.
Holder estaba hablando sobre las relaciones raciales, y mientras él reconoció que el problema era algo prescindible en el debate político, “nosotros, los estadounidenses comunes, simplemente no hablamos lo suficiente sobre la raza”.
Mientras la presidencia de Trump se acerca, es difícil no pensar en todas las cosas que se volvieron titulares, pero que no llegaron a ser conversaciones.
4. Millones de estadounidenses nunca votan
Más de 80 millones de personas vieron el primer debate presidencial entre Clinton y Trump. Además de los millones que lo vieron en internet y en los barres o en fiestas, y las cifras podrían alcanzar los nueve dígitos.
Y cuando llegó el momento de elegir, la participación en las urnas no fue impresionante: fue la cifra más baja desde 1996.
Un estimado del 55% de los estadounidenses en edad de elegir emitieron su voto en 2016. Aunque algunas tabulaciones aún no han llegado, esto es cerca de 10 puntos menos que en 2008, un déficit de aproximadamente 18 millones de votos. El total de votos de Trump no fue solo menor que el de Clinton, sino también parece haber sido ser mínimo entre los ganadores de las elecciones en los últimos 20 años.
¿Cómo es posible?
Para empezar, varios estados hicieron más difícil emitir el voto. En Carolina del Norte, donde la legislatura del estado abiertamente buscó maneras de reducir la participación de las minorías, los totales brutos crecieron un poco desde el 2012, pero básicamente se redujeron como porcentaje de la población votante.
En octubre, un funcionario de la campaña de Trump le dijo a Bloomberg que agentes habían hecho “supresión de votantes” un enfoque de sus esfuerzos de última hora, utilizando anuncios en línea para apuntar a la base de Clinton. El objetivo no era ganarlos sino mantenerlos en casa el día de las elecciones.
Pero como muchos activistas progresistas y liberales dirán —junto a un creciente número de demócratas del establecimiento— Clinton cometió algunos errores de cálculo. Su campaña no logró activar la coalición que entregó dos veces a Obama resonantes victorias electorales. Los votantes negros no votaron por ella de la misma manera en que lo hicieron por el presidente y las mujeres blancas, a última hora, se decidieron por Trump.
La sirena de cambio, que había inspirado a muchos demócratas en las encuestas en 2008 y 2012, jugó en 2016, pero esta vez su melodía dibujó un conjunto diferente.
Al final, esta histórica elección con consecuencias profundas será recordada tanto por aquellos que votaron como por aquellos que no lo hicieron.
5. Trump, el arte de la desfachatez
Trump entrará en la Casa Blanca como uno de los más prolíficos prevaricadores de la historia política estadounidense.
Los verificadores de información rutinariamente desafiaban sus incesantes corrientes de distorsiones. En la mayoría de los casos su trabajo no hubieran sido necesario. Pero Trump hizo de la desfachatez un arte.
Atacó grupos étnicos y raciales completamente y luego volvía y decía que ellos lo amaban.
¿Cuándo se convirtió la reacción violenta en una preocupación? Trump negó que eso hubiera pasado. Pero la defensa que más prevaleció, al menos al principio, fue que Trump simplemente “lo dijo como era”. Si no podías lidiar con eso, entonces era tu responsabilidad.
6. Las redes sociales pueden triunfar sobre los donantes
Cuando los primeros favoritos del Partido Republicano estaban haciendo una campaña previa para ganarse a los grandes donantes y Clinton llenaba su propio cofre de guerra, dos candidatos estaban ocupados construyendo algo más: los movimientos.
Y lo hicieron, sobre todo, en las redes sociales.
Los seguidores de Bernie Sanders se organizaron a través del ahora popular hashtag #feelthebern e hicieron uso de herramientas y foros como reddit, WhatsApp y Slack para juntar a las bases.
Entre tanto, la cuenta de Twitter de Trump emergió como la plataforma más potente de comunicaciones de la temporada.
“El hecho de que tuviera ese poder en términos de cifras en Facebook, Twitter, Instagram, etcétera, creo que me ayudó a ganar todas esas carreras donde (mis oponentes) estaban gastando mucho más dinero del que yo gasté”, dijo el presidente electo en una entrevista luego del día de las elecciones en el programa 60 Minutos. “Creo que las redes sociales tienen más poder que el dinero que ellos gastaron, y creo que hasta cierto punto lo he demostrado”.
La influencia del dinero en la política sigue siendo real, pero en el juego político presidencial y nacional, los poderes tradicionales deben ahora competir con una nueva realidad: que la participación en línea y a través de redes sociales no es suficiente.
7. El pluralismo democrático de Estados Unidos es fuertes pero no invulnerable
Trump se negó a decir que aceptaría los resultados de las elecciones, incluso su propia campaña esperaba que perdiera. Le dijo a sus seguidores que el voto podría estar amañado y los instó a ir a “algunas áreas” de Pensilvania para vigilar a los votantes. Y esa era la idea de sutileza de Trump.
La mayoría de las veces el candidato presidencial republicano descartó abiertamente cualquier pretensión de respeto por algunos ideales pluralistas básicos. Los mexicanos eran “violadores” y los musulmanes no estaban haciendo lo suficiente para vigilar a los presuntos terroristas en sus comunidades.
Trump atacó mujeres en términos sexistas y se vio obligado a condenar el comportamiento antisemita de sus partidarios más radicales.
Fue desgarrador, pero al final, instructivo. Los votantes de Trump no son, como algunos opositores sugerirían, una banda de racistas. Pero para votar por él, muchos tuvieron que pasar los elementos de racismo, la misoginia y la islamofobia que brillaron en su campaña.
Durante la mayor parte de su campaña pareció deleitarse en una especie de libertad e iconoclasia. “La rectitud política” y la “identidad política” eran profanidades, no preguntas complejas sobre cómo hablamos entre nosotros.
Esto alimenta a la gran pregunta que nos enfrenta ahora y la siguiente lección que hay que aprender.
Si las campañas políticas son enemigas de los matices, entonces el gobierno debe ser su amigo. Trump ha señalado un interés en forjar la unidad en esta histórica división. Ahora es su oportunidad.
¿La tomará?