Donald Trump está muy ocupado armando su gabinete y planeando su agenda, pero todavía no es oficialmente el próximo presidente de Estados Unidos. Una de las singularidades de la democracia estadounidense es que se reduce a un grupo de 538 “electores” —miembros de un Colegio Electoral— que, en esta nación de 318 millones de personas, son quienes realmente eligen al presidente.
Lo harán, a través de reuniones en sus respectivos estados, el próximo 19 de diciembre. El resultado es previsible, pero hay un espacio, aunque pequeño, para una sorpresa: una rebelión de lo que algunos demócratas e incluso algunos republicanos han llamado “electores desleales”.
Ninguno de los electores está obligado constitucionalmente a seguir el deseo del pueblo que representa y en esta temporada electoral (y poselectoral) tan extraña, un arcaico sistema que se estableció en la Convención Constitucional de 1787, puede —y esto es muy improbable, pero legalmente puede hacerlo— rebelarse y potencialmente negarle la presidencia a Trump.
Escenario 1: El sistema funciona y Trump gana
Más de 136 millones de estadounidenses emitieron su voto para presidente el día de la elección, en noviembre. Aunque Clinton superó a Trump por casi 3 millones de votos, el republicano ganó en una serie de estados disputados y con eso se aseguró una clara victoria en el Colegio Electoral.
Con base en ese voto del 8 de noviembre, Trump proyecta tener 306 votos del Colegio Electoral; necesita mínimo 270 de ellos para ser escogido formalmente durante las reuniones del próximo 19 de diciembre. Esos resultados serán contados y certificados por una Sesión Conjunta del Congreso el 3 de enero del 2017. Cualquier otro resultado arrojaría a la república a una especie de caos que no se ha visto en el país en los últimos 140 años.
En 48 estados y en el Distrito de Columbia todos los votos electorales son otorgados al candidato que gana la mayoría simple del voto popular emitido en ese estado. A ese sistema se le conoce como el del “ganador que se lo lleva todo”.
Dos estados —Maine y Nebraska— operan bajo un “sistema de distrito” que otorga los votos electorales a los candidatos según el voto estatal y según el voto en los distritos electorales. Por primera vez en la historia, Maine está dividiendo sus votos electorales: Clinton tendrá 3 y Trump se quedará con 1, por su victoria en el segundo distrito electoral.
Escenario 2: ‘Electores desleales’ se rebelan y giran la elección a favor de Clinton
Si el voto de cada uno cuenta como tal, entonces Clinton recibirá 232 votos electorales, menos que la mayoría de 270 que necesita para ser elegida presidenta. Así que su destino está sellado. Para reversar esa situación se requiere una extraordinaria rebelión de docenas de electores que pertenezcan a por lo menos 38 de los estados donde ganó Trump, para darle su apoyo a Clinton y hacer que llegue a la mágica cifra de 270.
¿Por qué esto resulta tan improbable? Primero, hay que considerar la composición del Colegio Electoral. Las dos vías más comunes de escoger a los electores —procesos a nivel estatal— son una convención partidaria estatal o un comité estatal, también del partido. Eso significa que los electores suelen ser leales a sus partidos y también suelen ser activistas, así que no abandonarán a Trump desafiando a sus amigos del Partido Republicano y a sus colegas.
Escenario 3: Los electores de Trump se equivocan, pero ningún candidato alcanza los 270 votos
Antes de profundizar en la forma en que la situación puede empeorar, aquí van unas pocas razones por las que eso no sucederá.
Aunque no hay nada en la Constitución o en las leyes federales que prevenga la existencia de “electores desleales” que voten por un candidato que no recibió la mayoría simple del voto popular en su estado, 29 estados tienen leyes que desalientan a potenciales rebeldes. Entre los castigos se encuentran multas o incluso la amenaza de ser reemplazado por otro elector.
Pero esas leyes rara vez han sido probadas y es poco lo que puede hacer un estado para prevenir la rebelión de un elector que esté dispuesto a aceptar un castigo. Siendo así, ¿qué sucede si los “rebeldes” sabotean los resultados y efectivamente le niegan tanto a Trump como a Clinton los 270 votos?
Si el estancamiento persiste y la Cámara de Representantes no puede votar para elegir un ganador —mucho más improbable dado que 33 delegaciones estatales están controladas por el Partido Republicano— el nuevo vicepresidente, elegido como tal en el Senado (con un voto potencial ya decidido por una cara familiar), se convertiría en el presidente en funciones.