CNNE 374564 - 374563
Estas son las nuevas restricciones inmigratorias de EE.UU.
03:20 - Fuente: CNN

Nota del editor: Porochista Khakpour es autora de las novelas “Sons and Other Flammable Objects” y “The Last Illusion” y las próximas memorias tituladas “Sick”. Ha enseñado escritura creativa y literatura en universidades entre ellas Columbia, John Hopkins, Wesleyan y Bard. Las opiniones expresadas en este artículo son de su propia responsabilidad.

(CNN) – Cuando la noticia del decreto de Donald Trump se dio a conocer este miércoles, yo acababa de acababa de comenzar un nuevo semestre de enseñanza adjunta en la Universidad de Columbia. Me sentí aliviada de poner mi teléfono en silencio, archivar mentalmente las noticias, y enfrentar de nuevo a un salón de clase.

Volví a caminar con un bastón (he sufrido el estado tardío de la enfermedad de Lyme por años) y me pregunté con qué broma iba a iniciar: algo que los desarmara sobre mi enfermedad, o algo sobre cómo su profesor podría estar en un campo de concentración antes de sus exámenes finales. Me temía el final de la clase, cuando tuviera que mirar mi teléfono de nuevo, preguntándome qué parte de mi identidad iba a chocar con las noticias que viera allí: parcialmente discapacitada, enferma crónica, iraní, estadounidense, artista, académica, periodista, mujer.

Para este viernes, un día que pasé en gran parte entre los navegadores en mi computador, el rumor era que Donald Trump estaba a minutos, tal vez segundos, de firmar una prohibición en contra de los musulmanes y, alrededor de las 4:30 p.m., me encontraba elaborando los planes de estudio (para otras dos clases que doy en el Bard College). Mi padre estaba haciendo lo mismo a 4.800 kilómetros.

El resto de esa noche para mí fue una no muy diferente a las muchas que he tenido desde el 11 de septiembre, que sucedió cuando tenía 23 años y vivía en East Village como periodista independiente. Lo pasé leyendo artículos de prensa, llorando y preguntándome: ¿qué va a pasar con este país, qué harán con mi otro país? Se puede ser un refugiado una vez, siempre lo he pensado. Pero ¿cómo puede serlo uno dos veces?

Las cosas que creo que tenemos en común

Los estadounidenses a menudo oyen historias sobre los acaudalados iraníes de Los Ángeles, pero muchos de nosotros no encajamos con ese perfil. Crecí con el pequeño ingreso adicional de mi padre, compartiendo con mi hermano un pequeño dormitorio hasta que yo tenía 17 años. Vivo actualmente en una pequeña habitación de un dormitorio en Harlem con un sueldo no muy diferente del suyo, ayudándome con entradas extras y con otros trabajos por aquí y por allá.

De niña, acepté que fuéramos diferentes, pero recordaba la razón de ser de los Estados Unidos, “la tierra de los inmigrantes”: un refugio para los que habían perdido sus tierras. (Me tomó muchos años entender la realidad de los auténticos nativos de aquí, pasando por las trivialidades de los libros de texto difusos.) A la edad de 4 años, había decidido lo que sería mi futuro: convertirme en escritora.

Quería escribir libros porque la lectura y la escritura eran todo lo que teníamos cuando huimos de Irán a Turquía a través de Europa y, finalmente, a Estados Unidos. Mis primeros recuerdos son todos los bombardeos aéreos, las sirenas, los largos viajes en autobús, la angustia de mis padres, las casas temporales giratorias (del convento suizo al motel Skid Row), pero también los libros.

El papel, la pluma y los libros que mis padres me compraron aquí y allá fueron el reemplazo de todos los juguetes que tenía en mi casa en Irán. Mis padres me aseguraron que regresaríamos, pero nunca lo hicimos. Y me acostumbré al papel, la pluma y los libros.

Y siguen siendo mi vida ahora. Es la vida que enseño a mis estudiantes. Es la vida en la que participo socialmente. Creo en las historias, creo en el arte, creo en la cultura. Creo que estas son las cosas que tenemos en común. Tuve que vivir el 11 de septiembre para aprender que muchos encontrarían en mi identidad una imposibilidad, que mis lados tanto estadounidense como iraní representaban una incompatibilidad en el mejor de los casos.

Ese particular día yo aún no era ciudadana estadounidense, como sí lo soy ahora. Tenía una green card, y estaba preocupada en ese momento por su vencimiento. No fue sino hasta noviembre del 2001 que me convertí en ciudadana estadounidense (resultado de los esfuerzos de mi madre muchos meses antes del 11 de septiembre). Mi padre todavía tiene una Tarjeta de Residencia.

Antes del 11 de septiembre, me había reído de los términos “naturalizado” y “extranjero residente”. Pero no fue porque no vi el fanatismo. Supe que nos odiaban en mis primeros años en Estados Unidos en la década de los ochenta. Cuando me preguntaban de dónde era (era el tiempo de las pegatinas “Irán nuclear” en los bumpers de los autos) y ahora tengo un botón de ese período que muestra una palabra diferente de cuatro letras antes del país en el que nací. Pero tuvo que pasar el 11 de septiembre para hacerme comprender que era culturalmente musulmana y orgullosa, a pesar de no ser muy practicante que digamos, siempre sería parte de la historia de la islamofobia.

Pensé en esas experiencias esta semana al escuchar y leer acerca de los afectados por el decreto. Todavía lo estoy procesando todo. Dentro de unos días, el semestre estará totalmente en marcha y estaré de vuelta en mi esencia, entre estudiantes y colegas. Siempre me he sentido más segura en los campus de la universidad, donde la promesa de la libertad estadounidense es más palpable.

Cuando era niña, estaba obsesionada con el concepto de libertad de expresión, sin mencionar el potencial de la educación como un gran igualador, que yo podía tener un lugar junto a los niños más ricos, tener acceso a sus oportunidades, estudiar con mentores que me ayudaran a alcanzar esos sueños . Sólo el potencial ya era algo. ¿Fue una burbuja? ¿Un sueño? Los libros de historia estaban llenos de ejemplos de aquellos como el mío, inmigrantes que habían huido de la persecución religiosa, o cuyos antepasados comparten esa historia, que habían hecho realidad sus sueños.

¿Qué es lo que une nuestras complementadas identidades?

He estado hablando con muchos amigos sobre lo que podría suceder a continuación y esta es la única cosa que siempre pienso: espero no tener que salirme a mitad del semestre. Hay rumores de que los ciudadanos naturalizados pueden ser los siguientes objetivo.

Y el tener a Irán como lugar de nacimiento en mi pasaporte nunca me ha causado problemas. He sido detenida e interrogada sin descanso durante muchas horas en Tel Aviv el verano pasado en un viaje de trabajo. Hice bromas durante horas con otra “gente de color” e irlandeses en nuestras “líneas especiales” en el aeropuerto de Heathrow, y tengo muchas más historias de contratiempos en viajes internacionales y nacionales gracias a mi nombre y país de origen.

Lo he aceptado eso. Pero cuando me imagino alejándome de mi vida en este país, lo que más me enoja es la idea del interrumpir mis labores, que le han dado sentido a mi vida. Los campus universitarios son los únicos hogares que mi padre y yo hemos tenido. Son los lugares que unen nuestras complementadas identidades.

Algunas personas dirían que mi padre y yo somos exitosos, y nos aplauden por haber logrado el sueño americano. Pero cuando tenemos un presidente que se jacta de no leer libros, no usar computadoras, que tiene una profunda sospecha acerca de los medios de comunicación, que dirigía una universidad fraudulenta, ¿qué esperanza hay para la vida mental? Dado que este tipo de vida ya está sobrevalorado económicamente en este país, esa pregunta es menos teórica de lo que parece. No podríamos permitirnos el irnos, en varios sentidos. Y ahora se agrega esto, que nuestras vidas reales podrían desvalorizarse por las acciones de este nuevo gobierno nuestro.

El día de las elecciones, mi madre me escribió: “Sé que estás decepcionada, frustrada y triste, como la mayoría de nosotros hoy. Hoy sentí exactamente lo mismo que sentí hace 37 años cuando nuestro país pasó por la revolución y tuvimos que dejar el país que amamos y en el que crecimos. Sobrevivimos, empezamos todo de nuevo aquí, hoy tenemos dos hijos maravillosos y exitosos y un lugar llamado hogar. Eso fue un cambio para toda la vida, ¡pero este no lo es! ¡Sólo va a tomar cuatro años o tal vez ocho! Hay que mantener la esperanza, trabajar duro y estar positivo porque esto no dura para siempre”.

Pienso en cómo, después de horas de intentar consolar a mis desesperados estudiantes, aterricé en que lo podemos hacer. Mi familia y yo lo hicimos antes, les dije, y si se trata de eso, ustedes lo pueden hacer también. Pero el problema es que no puedo decirles con certeza lo que es “esto” (no está claro en absoluto lo que parece ser la nueva realidad). Tal vez una manera de vivir, y últimamente lo he estado pensando, es recordarme que nunca pasó.