Nota del Editor: Angela Pupino es estudiante de la American University y actualmente cursa estudios en Londres. Las opiniones expresadas en este artículo son de su propia responsabilidad.
(CNN) – Caminando hacia mi casa desde mi clase en Londres este miércoles en la noche, esperaba ver una ciudad paralizada por el miedo y la incertidumbre. Esperaba que la calle que conduce hacia mi apartamento, normalmente ruidosa y llena, estuviera callada. Después de todo, un ataque terrorista había ocurrido sólo unas pocas horas antes y a pocos metros de distancia de mi centro de estudios en Russell Square.
Pero no vi una ciudad paralizada. La calle principal todavía estaba llena. Vi todo lo de costumbre: parejas comiendo juntos, ancianos sentados juntos en pubs, padres balanceando a un niño sonriente, estudiantes saliendo de cafeterías. Los autobuses que pasaban por delante mío estaban llenos de pasajeros. Y todavía había tráfico de hora pico. La única señal visible de que había ocurrido un ataque terrorista, y el más letal en la ciudad en doce años, era un cronograma digital en una parada de autobús alertando a los pasajeros que el servicio a Westminster había sido suspendido.
Para ser honesta, estaba confundida por lo que vi. Nunca había estado antes en una ciudad bajo ataque terrorista, mucho menos a tan poca distancia. Había pasado toda la tarde recibiendo mensajes y llamadas de mi familia y amigos en casa. Mi programa de estudios, la oficina de estudios de mi universidad y el Departamento de Estado de Estados Unidos (estudio en el extranjero gracias a una beca administrada por el Departamento de Estado), me habían enviado mensajes solicitando una respuesta urgente sobre mi situación física y mental. Algunos estudiantes en el programa incluso habían estado en el Parlamento o cerca de él cuando ocurrieron los ataques. Estaba ansiosa y conmocionada. Esperaba que la ciudad que me rodeaba reflejara mi propia ansiedad y shock. No ocurrió así.
Cuando me desperté al día siguiente, me sorprendió ver titulares que describían la ira y el miedo de la ciudad. Me sorprendió ver la ciudad descrita como una zona de guerra o como si estuviera “devastada”. Me preguntaba de qué Londres estaban hablando.
La Londres que vi este miércoles y este jueves es inquebrantable. Es descaradamente valiente. Se niega a afrontar el día de hoy de forma diferente a cualquier otro día. Se niega a odiar a sus vecinos. Vive en un continuo seguir adelante, en un regreso a la vida cotidiana, con la cabeza bien en alto.
Por supuesto que hay enojo, miedo, trauma y gran tristeza. Vidas inocentes se perdieron y decenas quedaron heridos. En algún lugar de la ciudad, las víctimas aún estaban en camas de hospital. Familias, amigos y compañeros de trabajo siguen de luto. Los testigos todavía están haciéndole frente a las cosas que han visto. Hay personas para quienes despertarse esta mañana fue increíblemente difícil. Habrá monumentos conmemorativos y funerales. Hay preguntas acerca de la seguridad nacional que necesitan ser resueltas.
Pero me parece que muchas de las caracterizaciones de Londres como una ciudad destrozada, muchas de las publicaciones más angustiadas y muchos de los comentarios más desagradables no proceden de Londres en lo absoluto. El más prominente de estos fue el tuit en el que Donald Trump Jr. asegura “¿¡Tienes que estar bromeando!?”, en respuesta a una afirmación del alcalde de Londres, Sadiq Khan, en el 2016 al periódico The Independent según la cual los ataques terroristas son “una parte intrínseca” de la vida en las grandes ciudades.
La respuesta de Khan a ese tuit un día después fue más que elocuente: “He estado haciendo cosas mucho más importantes en las últimas 24 horas”. Y tiene toda la razón.
Pero las conversaciones acaloradas sobre lo que debió haber sido la respuesta de Londres ante los ataques están a la orden del día. Ya la inmigración, las armas, los musulmanes, e incluso el ‘brexit’ están en el foco del debate. La gente de todo el mundo tiene mucho que decir sobre lo que sucedió, pero no estoy convencida de que muchos londinenses digan lo mismo.
Los ciudadanos de Nueva York, Arlington (Virginia) y el condado de Somerset en Pensilvania, sabían mejor que cualquier “guerrero del teclado” cómo debían responder al 11 de septiembre. La gente de París sabía mejor que nadie cómo deberían responder ante los ataques en el 2015. La gente de Bruselas sabía mejor que cualquier erudito sobre cómo deberían responder a los ataques de hace un año. Y la gente de Londres sabe mejor que nadie en el mundo cómo debe responder en este momento. La gente de estos lugares sabe cómo deben responder ante el terror porque sus comunidades deben ordenar las piezas del rompecabezas. Estas son las comunidades que deben unirse, sufrir y seguir viviendo mucho tiempo después de que se vayan las cámaras de los noticieros y se calmen los espacios de comentarios.
Es cierto que soy sólo una estudiante universitaria estadounidense que vive en Londres. No nací y no me crié aquí. Soy sólo una huésped temporal. Puedo olvidarme de los lugares donde la ciudad está hecha trizas, temblando de miedo o hirviendo de ira.
Podría estar entendiendo mal las reacciones de aquellos que me rodean. Y ese es exactamente el punto. Si no me crees, pregúntale a alguien que vive en Londres. Pregúntale a un británico. Pregúntale a alguien que haya crecido en Londres. Pregúntale a alguien que trabaje en Westminster. Pregúntale a alguien que estuvo allí este miércoles. Sus perspectivas son más importantes.
La gente de Londres es inquebrantable. Todos deberíamos estarlos escuchando.