En 1925, el explorador Percy Fawcett desapareció en el Amazonas mientras buscaba evidencia de una civilización perdida. Lo que siguió fueron 90 años de misterio y una búsqueda mortal por encontrar respuestas.
(CNN) – Cuando David Grann perdió a su guía en lo más profundo de la Amazonia brasileña, sintió miedo.
El escritor de The New Yorker entró a la selva por la misma ruta que en 1925 tomó el desaparecido explorador y teniente coronel Percy Fawcett, esperando descubrir qué había sido del británico. Sus hallazgos se convirtieron en un exitoso libro y son la base de la nueva película The Lost City of Z (Z, la ciudad perdida), pero en ese momento no sabía que nada de eso sucedería. Entonces, todo lo que sabía era que el agua pantanosa llegaba hasta su cintura.
Algunos cálculos sugieren que cerca de 100 personas han muerto buscando a Fawcett, y Grann se negaba a ser el siguiente en engrosar esa lista. La gravedad de la situación era igual a su carácter absurdo, mientras se movía a través de los manglares levantando su portátil. No sabía que ya estaba dañado y no tenía arreglo.
De todas formas, creía estar cerca. A pesar de que no estaba en buen estado físico y no tenía equipos para acampar, el escritor sí estaba ‘caliente’ en el camino de Fawcett. O lo estuvo, hasta que un periodista local que le servía de asistente y su guía se perdieron.
Grann podía estar armado con lo último de la tecnología y varias vacunas, pero en ese momento él y Fawcett estaban prácticamente en el mismo nivel.
“Eso me dio un real sentido, una luz, un atisbo, de lo que Fawcett vivió cada día”, dice Grann.
“(El Amazonas) todavía tiene ese poder… realmente puedes perderte. Tiene esa ceguera verde. Puedes comenzar a andar en círculos, porque la selva comienza a parecer toda igual”.
“No quiero volver a hacerlo”, dice. “Una vez fue suficiente”.
El asistente local de Grann regresó horas después y, a diferencia de Fawcett, emergió de la selva con respuestas. De hecho, escribió un nuevo capítulo en ese misterio épico de 90 años, y aunque no llegó a comprobar qué pasó concretamente con Fawcett, estuvo cerca.
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El hombre, el mito, la leyenda
Fawcett era un hombre con un autoestima inquebrantable. Sus últimas palabras escritas antes de desaparecer, en una carta del 29 de mayo de 1925 a su esposa Nina, fueron: “No tienes miedo de ningún fracaso”.
Oficial militar destinado al Imperio Británico, Fawcett encontró su vocación en un Amazonas inexplorado a principios del siglo XX. Alto y musculoso, se aventuró varias veces en la jungla, durante años en cada oportunidad, haciendo una cartografía de los ríos y trazando fronteras para naciones extranjeras y para la Real Sociedad Geográfica Británica.
Mientras otros hombres flaquearon en las selvas de Suramérica, sucumbiendo a enfermedades, pestilencia y psicosis, Fawcett se movía con soltura en los ambientes hostiles de la selva, aparentemente inmune a la fiebre y la fatiga. Había rumores de que era imposible matar a este gigante británico, nacido con una constitución sobrenatural.
Fawcett trazó la frontera entre Bolivia y Brasil en 1908.
El “fracaso” al que Fawcett aludió en su última carta fue un fracaso para encontrar a Z. Según él, Z era una antigua ciudad enclavada en la profundidad de la selva; prueba de una avanzada civilización que ya no existía en el Amazonas. No era El Dorado, pero no estaba lejos de eso.
Fawcett creía haber visto señales de esa civilización en la topografía y en cerámica de varios siglos que encontró dispersa por toda la selva. Pero otros, incluyendo a los miembros de la Real Sociedad Geográfica Británica, eran escépticos frente a esa teoría. Después de todo, El Dorado nunca fue hallada, aunque muchos lo intentaron.
De ser cierto que existe, la Z de Fawcett cambiaría la compresión que Occidente tiene del mundo antiguo y sería un golpe para la misión “civilizadora” que Europa ha emprendido sobre las comunidades de la selva.
Fawcett buscó a Z en numerosas expediciones con desespero y pasión. Con cada nuevo viaje, crecían su mística y su celebridad. Y luego llegó su final, el acto definitivo: desaparecer a los 57 años con su hijo Jack y el hijo de su amigo Raleigh Rimell, para no volver a aparecer.
La expedición salió en febrero de 1925 de Corumba, en la frontera boliviana, y llegó a Cuiabá, en Brasil, el 3 de marzo. Luego siguieron al este, hacia un puesto de los indígenas Bakairi, en camino a una granja cuyo dueño era el amigo de Fawcett Hermenegildo Galvao, a la que llegarían el 18 de mayo.
Todo el tiempo, mensajeros locales llevaban cartas de ida y vuelta, a lo largo del camino. Las noticias de los expedicionarios fueron enviadas alrededor del mundo y millones de lectores las esperaban con ansias. Pero después de la carta desde Dead Horse Camp (como se conocía uno de los campamentos de Fawcett y donde su caballo murió en una expedición, cinco años antes), no se enviaron más comunicaciones.
El hombre, que ya era una leyenda, se convirtió en mito. Las historias de Fawcett inspiraron previamente la novela El mundo perdido de Arthur Conan Doyle y, en las décadas que siguieron a su desaparición, creció su influencia. Nuevas versiones aparecieron en Hollywood y su historia fue parodiada en las historietas de Tintín en la década de 1930. Se dice además que las hazañas de Fawcett inspiraron, al menos en parte, la creación del personaje de Indiana Jones.
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Decenas de hombres, incluyendo aficionados intrépidos, recorrieron la región del río Xingu en Brasil, en vano. Algunos fueron capturados por tribus, otros perdieron la vida. Se propusieron teorías, que luego fueron rechazadas. Un esqueleto que se cree es el de Fawcett fue revelado por un impostor. Y en el 2004 todavía rondaba por ahí una hipótesis sobre que se había escapado con una “sirena erótica”.
Pero los trabajos de David Grann, con todo y su computador portátil averiado, brindaron nueva información sobre Fawcett y sobre Z. Compiló sus hallazgos, primero en un largo artículo para The New Yorker y luego en el exitoso libro Z, la ciudad perdida, del 2009,
A medida que su adaptación al cine comienza a recibir elogios de la crítica, el lanzamiento se convierte también en una buena oportunidad para hacer un alto y examinar las teorías del fallecido explorador, muchas de las cuales se han comprobado como ciertas desde entonces.
Dirigida por James Gray y protagonizada por Charlie Hunnam como Fawcett, Sienna Miller como Nina y Robert Pattinson como el ayudante de campo Henry Costin, Z, la ciudad perdida introduce nuevos ángulos al misterio de Fawcett.
El Amazonas de Gray está repleto de señores del caucho muy bien vestidos y tribus que primero disparan y luego preguntan. Al cambiar a Xingu, en Brasil, por la no menos intimidante selva colombiana, el equipo de la película, como Grann, terminó familiarizándose con muchos de los caminos que ofrece la selva.
El director dice que Brasil hubiera sido la locación ideal, pero resultó imposible hacerlo allí.
“Es una verdad poco afortunada, pero muchos de los lugares donde estuvo Fawcett fueron talados para producir cultivos de semillas de soja. Toda esa zona que era selva pura básicamente se parece hoy a Nebraska”, explica. En cuanto al río Xingu, había otros obstáculos que atemorizaban.
“Realmente no puedes filmar allí”, dice Gray. “Hay 62 tribus que todavía no han sido contactadas y tendrán tu cabeza. E incluso si no consiguen tu cabeza, si tienes un resfriado común, por ejemplo, y sacudes tus manos y se las das, morirán. No resisten muchas enfermedades que nosotros sí resistimos”.
Gray, también como guionista, tuvo la poco envidiable tarea de condensar una vida monumental en 141 minutos.
“Creo que eso es básicamente imposible”, recuerda que pensó cuando leyó el libro de Grann. Ocho expediciones terminaron convertidas en tres. Algunos episodios fueron omitidos, no porque fueran prosaicos, dice Gray, sino porque en el contexto de una película no resultaban creíbles.
Amarga ironía
Hacer más grande el mito es tal vez inevitable en esta etapa, sobre todo por la imposible tarea de imaginar los últimos días de Fawcett. De todas maneras, Z, la ciudad perdida entrega una perspectiva fresca al respecto.
La película, ingeniosa y especulativa, tiene un desenlace que ilustra algo que solo podía ser probado 80 años después: que, en general, Fawcett tenía razón sobre Z.
“Él fue, de muchas maneras, profético”, dice Grann. “Hubo un gran debate en círculos arqueológicos sobre si esas antiguas civilizaciones pudieron existir. Ahora, en parte por la deforestación, en parte por las imágenes de satélite, no creo que haya más dudas al respecto”.
“Hay tantos descubrimientos, casi cada seis meses”, agrega. “No creo que haya más dudas sobre si esas civilizaciones existieron. Creo que las verdaderas preguntas que hoy buscan responder los arqueólogos son quiénes son realmente esas personas, cómo era su cultura, qué les pasó”.
Cerca de 50.000 personas habrían vivido en varios asentamientos en Xingu entre los años 800 y 1.600, según el arqueólogo Michael Heckenberger, a quien Grann visitó en el Amazonas y a quien se deben varios de los descubrimientos llevados a cabo en esa región, pues encontró evidencia de caminos y agricultura.
Ha vivido por años con la tribu Kuikuro (que hasta le construyó su casa). Los Kuikuro están justo al noroeste de una tribu llamada Kalapalo, la última en ver con vida a Fawcett. Algunos especulan que fueron ellos quienes mataron al explorador, pero la tribu le negó esa acusación a Grann. De todas maneras, tanto los Kalapalo como los Kuikuro comparten vecinos que son conocidos por pertenecer a tribus asesinadas, a cuyo territorio ingresaron Fawcett, Jack y Rimell cuando se despidieron de los Kalapalo, dicen ellos.
Amarga ironía: es posible que los descendientes de la antigua civilización a la que Fawcett dedicó su vida sean los que lo mataron a él y a sus acompañantes.
Noventa años después, la saga de Fawcett sigue seduciendo al mundo. Al revivir a una celebridad y, con él, insistentes cuestionamientos, Grann y Gray han iluminado al hombre y pulido el mito.