En su nariz, la bombera Diana Morales sintió todo el peso de la tragedia y creyó que a sus 28 años empezaría a fumar. Necesitaba algo para mitigar el fuerte olor que desprendía el cuerpo de una víctima que murió aplastada durante el peor terremoto de Ecuador en los últimos 70 años. Fueron 7,8 grados de magnitud y un total de 671 personas muertas. Pero en las primeras horas de la emergencia, cuando Diana llegó a Portoviejo –la tercera ciudad de Manabí más afectada– la situación sobrepasaba las primeras informaciones que apenas se estaban conociendo. Como bombera especialista de búsqueda y rescate en estructuras colapsadas, tenía por delante un desafío enorme que empezaba con salvar vidas. En terreno, Diana se convirtió en una de las primeras mujeres que llegaron a atender los estragos del sismo que sacudió al país.
“Nosotros llegamos a Portoviejo a la madrugada. El teniente coronel que estuvo a cargo de nosotros nos indicó que empezáramos con el ingreso a un edificio del Seguro Social que había colapsado totalmente. Por el horario en que se dio el sismo, había certeza de que iba a haber personas el interior. Ahí empezamos la búsqueda”, relata Diana. Y recuerda que las primeras horas para encontrar a las personas con vida son cruciales. Por eso, todas las operaciones iniciales se enfocaron en ese propósito. Pero no hubo mucha suerte. En Portoviejo se reportaron 137 personas muertas, el tercer lugar con más víctimas mortales del terremoto, según la Secretaría de Gestión de Riesgos.
Entonces, cuando las probabilidades de seguir hallando a sobrevivientes empezaron a caer, Diana y su equipo pasaron a adelantar operaciones para la recuperación de cadáveres. Y en esas horas ocurrió el hallazgo de un cuerpo que le dejó una imagen indeleble y el olor que la quiso hacer fumar. Se trataba de una mujer que fue ubicada bajo los escombros de lo que era un centro comercial pequeño. Los rescatistas y los bomberos la pudieron encontrar porque el hermano de la víctima les dio una información clave, además de rogarles que la buscaran.
“Un señor nos decía que le ayudáramos a buscar a su hermana porque él sabía que estaba en el segundo piso, ella trabajaba en la sección de zapatos y que nunca regresó y nos decía que debía estar ahí”, relata Diana. Tardaron algún tiempo en encontrarla porque la mujer quedó aplastada en medio de dos pisos que cayeron con el terremoto. Además, para poder sacarla sólo tenían un espacio entre “unos 50, 60 o 70 centímetros como máximo”. Sin mencionar los zapatos que debían ir removiendo.
Cuando por fin ubicaron el pecho de la mujer, Diana no le podía encontrar sentido a la posición en la que estaba el cuerpo. “Un compañero y yo fuimos los que terminamos de remover con los guantes la parte donde ella estaba para despejar el borde de su cuerpo. Y a medida que limpiábamos nos fuimos dando cuenta que estaba doblada por la mitad. Quedó aplastada”, cuenta Diana. Esa imagen, continúa Diana, no se la ha podido sacar de la cabeza en parte porque la víctima estaba a muy poco de llegar a la parte del edificio que no colapsó. “He visto muchas personas sin signos vitales, pero bajo otras condiciones, tal vez un paro cardíaco, tal vez en condiciones de enfermedad, pero el ver un cuerpo que ha sufrido un aplastamiento es impactante”.
Hasta hace muy poco Diana no podía contar esta historia sin llorar, por el caso mismo, pero también por toda la tragedia que llegó con el terremoto. Y el hecho de compartirlo ha sido toda una terapia.
“Una de las maneras en las que uno puede seguir trabajando en esto y desahogarse es contarlo, a la familia, a los amigos, a los mismos compañeros y amigos que estuvimos allí, cada uno cómo vivió esto y cómo los supo tomar o cómo lo manejó, eso creo que nos ha servido”, explica, justo antes de agregar que, frente a la tragedia, quienes están adelantando las operaciones de rescate y búsqueda tienen una doble labor con las víctimas: entregarles tranquilidad. “Nosotros somos muchas veces soporte de las personas que sufren incidentes. Ellos no se ven su condición física, ellos únicamente nos tienen a nosotros que les estamos atendiendo y sólo ven nuestra cara. Entonces, uno tiene que ser el apoyo emocional de ellos”. Una parte de su trabajo que, paradójicamente, también le trae algo de gratificación.
¿Y el miedo? Por supuesto hizo sus apariciones en terreno. “Tal vez allá sí tuve un poco de miedo. Es el impacto, una cosa es ver las primeras imágenes en televisión y otra llegar al lugar de los hechos. Es totalmente devastador: las edificaciones, las personas, el estado anímico, el estado de shock. Los que estaban ahí nos contaba algunas experiencias que tuvieron en el momento y es sorprendente”, relata Diana. Y asegura, medio en chiste, que los bomberos están un poco locos, porque mientras todos salen de un lugar ellos entran.
El mismo día del terremoto, ella estaba cumpliendo ocho años de dedicarse a esa labor y ni las fuertes réplicas que sintió —en total fueron 3.429 en las siguientes semanas— la hicieron dudar o pensar en retirarse, renunciar y salir corriendo. Hoy lo define como pasión, como la actividad para la que nació.
“Nos cogió de sorpresa”
A un año del sismo, Diana Morales asegura que quedan varias lecciones por empezar a interiorizar. La primera es la falta de preparación para reaccionar, que se corrige con prevención. “El terremoto nos cogió de sorpresa. En la parte de prevención nos falta mucho, pero está en manos de nosotros, en cada una de las personas de Ecuador”, sostiene Diana antes de sentenciar que esto no se puede quedar en una moda o una tendencia. Los primeros meses después del sismo, sostuvo, hubo muchas solicitudes para simulacros de evacuación y capacitación. Una cantidad que ha bajado conforme pasa el tiempo.
“La gente ha tomado conciencia pero lo único que yo espero es que no se les pase. Va a pasar un año del sismo, va a pasar tal vez otro, dos, tres, cuatro, en fin y que la gente se olvide de lo que había pasado. La gente sólo cuando está en el momento preciso se concientiza y después, desaparece totalmente”, sostiene.
Y para ayudar con esto cree que los niños son un factor clave: “A veces los niños son nuestra mejor herramienta. Ellos absorben todo lo que uno les diga y mucho más si un bombero le dice a un niño que esto es así, ellos van a hacer caso y nunca se les va a olvidar”. Eso, asegura esta bombera, garantiza que ellos se conviertan en la guía de sus padres a la hora de una emergencia.
Y, por supuesto, está el llamado a los constructores y propietarios para que las edificaciones cumplan con todas las reglas antisísmicas y se puedan salvar muchas más vidas. “Las construcciones se diseñan para que en el momento de un sismo la estructura soporte, no colapse y permita que la gente pueda evacuar del edificio o de la vivienda”. Una advertencia que hace con la esperanza de que cuando ocurra un próximo sismo sus efectos no sean tan devastadores.
Diana, la bombera que no le huyó al terremoto, se sigue poniendo sus botas, el uniforme y la valentía. Además de la certeza de que no fumará, tiene la convicción arraigada de que en su vida no hay otro camino diferente a seguir entrando, de frente, a las emergencias.