Nota del editor: Roberto Izurieta es analista político y profesor de la Universidad George Washington. Fue director de comunicación del presidente de Ecuador Jamil Mahuad del partido Democracia Popular entre 1998 y 2000; además fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo en Perú, Álvaro Colom en Guatemala y Horacio Cartes en Paraguay y participó en la campaña de Enrique Peña Nieto en México. Es colaborador político de CNN en Español. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
El plan y la visión que tenía Rafael Correa de esta elección hace un año era muy simple: regresaría Lenín Moreno desde Ginebra, sería aclamado y, con una ley electoral totalmente favorable al gobierno, ganaría en primera vuelta. Sea que Lenín Moreno termine o no su mandato (dependiendo si la crisis económica obliga a medidas económicas impopulares o, peor aún, fuerza la salida de la dolarización), subiría su amigo y vicepresidente Jorge Glas, y luego de cuatro años Rafael Correa podría volver (al igual que Lenín Moreno) como un héroe a seguir gobernando por otros 10 años. Nada de eso se cumplió.
El país que Rafael Correa tenía en mente ya cambió y hoy pide un cambio hasta en las calles. La crisis económica fue paleada con un enorme endeudamiento interno y externo con tasas de interés y condiciones que están asfixiando y asfixiarán más a la economía. Paraguay hace pocos meses colocó bonos a menos del 5% de tasa de interés; el Ecuador llegó a pagar hasta 11% el año pasado. El gobierno de Rafael Correa financió el déficit fiscal con deuda y, a pesar de eso, más de 250.000 personas se quedaron sin trabajo (sumado al subempleo estructural). La gente que pudo conservar su empleo baja sus gastos, pero igual se va a la playa (busca ofertas de hospedajes, que cada vez las hay más por la crisis, y ya no toma la misma cantidad de cerveza); la burocracia dorada (ahora de Alianza País) puede seguir yéndose a Miami y otros destinos, pero los ecuatorianos que sufren los efectos de la crisis, votan, y ahora demandan un cambio.
Cuando Rafael Correa tenía recursos ilimitados (y ha tenido más recursos que ningún otro presidente en la historia del Ecuador), podía y hacía lo que quería: incluyendo ignorar a la oposición. Pero cuando las cosas cambian, por definición más gente quiere el cambio y ya no puede ser ignorada. Eso es lo que el gobierno de Rafael Correa no puede entender. Cuando la gente demanda un cambio, hay solo dos opciones: o darles espacios democráticos o reprimirlos (la opción que tomó Venezuela hace años). Semanas antes de la primera vuelta, se sabía que el país cambió y se debatía si habría o no segunda vuelta. Si el gobierno hubiera sido verdaderamente estratégico, se habría ajustado a esta nueva realidad y habría planteado oportunamente las condiciones y espacios para no llegar a una confrontación.
En su momento sugerí que habiendo ya segunda vuelta se necesitaba un acuerdo político para representar esta nueva realidad política; pues para que exista gobernabilidad o, reconocimiento de un gobierno legítimo, cualquiera de los dos candidatos debía ganar con más de 5% y eso ya no era posible porque el país estaba dividido. En tal sentido, sugerí que se diera un acuerdo político mínimo a nivel nacional y que se cambiara la participación absoluta de Alianza País en el CNE y se incorporaran fuerzas de la oposición como CREO, PSC, ID y otras. Esto hubiera dado la credibilidad que se necesitaba para que el resultado fuera aceptado por la mayoría de la población. Convencidos de que el país seguía siendo el mismo, y que ganarían por más del 10%, Rafael Correa y su gobierno se confiaron y están ahora entrampados. No hay nada que puedan hacer hoy para dar credibilidad al proceso electoral: a menos de que decidan contar todos los votos otra vez o llamar de nuevo a elecciones.
Pero si el problema fuera solo político sería más fácil: dejar que los ánimos bajen, que las fuerzas se cansen y que cada uno vuelva a su vida cotidiana, y este sería como muchos otros gobiernos, un gobierno impopular. El problema es que la política refleja la dificultad económica y la de no encontrar crédito fácil. Si no solucionan el abultado déficit fiscal, y simplemente ahogan la economía lo único que producirán es una muerte lenta, donde cada día habrá más desempleo, menos ingresos, menos ventas y más pobreza.
¿Cómo se puede solucionar este problema económico? Con CREDIBILIDAD. Credibilidad en el gobierno, con una política económica que establezca las condiciones para que el sector privado invierta y genere los empleos que la sociedad demanda, para que el crecimiento del sector privado compense la contracción que proviene del desfinanciamiento del Estado. Credibilidad en un sistema de justicia independiente (donde todos tengamos garantías de que nuestros derechos sean respetados por igual y no conforme a un color político) y donde se respete a la oposición (que sea cual fuere el gobierno, será al menos el 50% de la población).
En otras palabras, para solucionar el problema político, necesitamos credibilidad; para solucionar el problema económico (que es gran parte de la causa del problema político) necesitamos también credibilidad. Y la credibilidad no la hace un individuo o una institución (sea Rafael Correa o el CNE); la credibilidad se construye con transparencia y con participación. La gente me dice: “dices esto porque respaldaste a Lasso” y yo les respondo: “todo lo contrario, respaldé a Lasso porque creo en lo que digo”.