Nota del editor: Amanda Klasing es investigadora de los derechos de las mujeres en Human Rights Watch. Las opiniones expresadas en este artículo son de su propia responsabilidad.
(CNN) – Durante 10 meses, mis colegas de Human Rights Watch y yo hemos estado investigando el impacto de la epidemia del zika en mujeres y niñas en el noreste de Brasil. Entrevistamos a 183 personas, entre ellas 98 mujeres y niñas. Antes de salir cada día, nuestro equipo nos rociaba escrupulosamente con DEET e inspeccionaba cualquier parte de piel expuesta.
Pero hace tres semanas, estaba en un lugar que creía seguro. Estaba visitando Alabama, donde Catherine Flowers, una activista de justicia ambiental, me dijo que no estaba vestida de forma apropiada para una visita. “Esos mosquitos te comerán viva”, dijo ella mientras rascaba un punto en la parte posterior de su brazo antes de que entrara al auto.
De hecho, estaba deplorablemente desprevenida. Es la temporada de mosquitos, así que debería haberlo sabido mejor. Pero con toda mi experiencia, ¿por qué no pensé en traer mi DEET?
Porque yo estaba en el condado de Lowndes (Alabama), y no en Recife (Brasil), que fue el epicentro del brote zika hace 18 meses y el foco de la mayoría de la cobertura de noticias. Pero las comunidades rurales y empobrecidas de Estados Unidos, como el condado de Lowndes, donde ha habido inversiones insuficientes en agua y saneamiento, se enfrentan a riesgos de enfermedades tropicales transmitidas por mosquitos y otras enfermedades olvidadas.
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Flowers me estaba llevando a ver el impacto de fallas en los sistemas sépticos y a visitar los hogares con tuberías que bombeaban aguas residuales sin procesar al suelo detrás de ellas. Una gran tormenta había pasado a principios de la semana trayendo mucha lluvia, lo que empeora la situación.
Los problemas de las zonas rurales de Alabama no son tan terribles como los de las favelas más pobres de Recife: la calidad del agua es más alta, la densidad de población más baja, la vigilancia epidemiológica es mejor y el sistema general de salud pública es más fuerte. Sin embargo, las similitudes son sorprendentes. Estos son lugares olvidados.
En el condado de Lowndes, visité hogares donde los retretes vierten el agua en tuberías que fluyen hacia bosques o campos abiertos. En Recife, se vertían a aguas abiertas detrás de las casas. En ambos casos, las mujeres rurales tienen que viajar largas distancias mientras trabajan para llegar a un lugar seguro para dar a luz. El brote en Brasil expuso viejos problemas de derechos humanos que, a su vez, exacerbaron su impacto.
El virus del Zika se transmite con mayor frecuencia a través de la picadura de un mosquito Aedes infectado. El clima cálido y húmedo del noreste de Brasil, con el cambio climático en el telón de fondo, hace que el lugar sea propicio para el crecimiento del mosquito. A finales del 2015 y principios del 2016, el poco conocido virus originario de África llamó la atención internacional ya que las autoridades vincularon a los bebés nacidos con discapacidades a un brote de zika.
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En sus apresurados esfuerzos por responder, las autoridades brasileñas se enfrentaron a un recuento. Décadas de baja inversión en los servicios públicos de agua y alcantarillado en esta región pobre del país, y en comunidades de color en particular, exacerbaron la proliferación de este mosquito. Los esfuerzos para controlar su crecimiento en los hogares (una responsabilidad que a menudo les correspondía a las mujeres y las niñas) eran engorrosos e insuficientes en las comunidades que visitaba, donde las aguas residuales fluían por las calles o los canales detrás de las casas.
A medida que el virus se agravaba, las mujeres y las niñas se esforzaban por evitar embarazos no planificados y tomar decisiones informadas una vez que estaban embarazadas. Muchas con quienes hablamos no recibieron información adecuada sobre cómo prevenir la transmisión de zika durante el embarazo, y las opciones de salud reproductiva son limitadas en Brasil. Las sanciones penales para el aborto obligan a las mujeres embarazadas y a las niñas a recurrir a procedimientos clandestinos a menudo inseguros para ponerle fin a los embarazos no deseados.
Las mujeres embarazadas y las chicas con las que hablamos tenían miedo de contraer el zika. Muchas, especialmente de comunidades pobres, dijeron que no siempre podían usar repelentes de mosquitos. Son las mujeres de las comunidades pobres las que típicamente aguantan los peores sistemas de acueductos y de aguas residuales y están expuestas a más mosquitos, porque son las que tradicionalmente limpian los recipientes de almacenamiento de agua y controlan el vector en casa.
Inevitablemente, son algunas de las familias más pobres de Brasil las que luchan por criar a niños con síndrome de zika sin el apoyo que necesitan. Un padre nos dijo que tenía que gastar casi todo su salario mensual en medicamentos para su hijo. Muchas madres con las que hablábamos necesitaban renunciar a sus trabajos para poder asegurar que sus hijos tuvieran acceso a servicios y cuidados, viajando largas distancias, a veces diariamente, a los centros de salud.
Las autoridades sanitarias brasileñas declararon la emergencia del zika, pero para estas comunidades sigue habiendo una crisis de salud pública. Podía verlo mientras observaba el flujo de aguas residuales sin tratar a las aguas abiertas.
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Algunas comunidades en Alabama enfrentan condiciones que son similares en maneras importantes. Al igual que el noreste de Brasil, los estados sureños de Estados Unidos son algunos de los más pobres, y hay sectores comunitarios y hogares dentro de ellos que no tienen una eliminación segura de aguas residuales sin procesar.
Los activistas, como Flowers, están aumentando las alarmas sobre cómo los años de saneamiento deficiente tienen un impacto negativo en la salud de las personas y en particular de los niños. Una mujer me dijo que su fosa séptica había colapsado e inundado su casa con desechos humanos en múltiples ocasiones. Ella puso azulejos en su piso por lo que es más fácil de limpiar. Pero tal inundación es común, y el moho es una preocupación. “Todos los niños tienen asma”, me dijo un profesor jubilado.