Nota del editor: Peggy Drexler es autora de ‘Our Fathers, Ourselves: Daughters, Fathers, and the Changing American Family’ (Nuestros padres, nosotros mismos: Hijas, padres y la cambiante familia estadounidense) y ‘Raising Boys Without Men’ (Criando chicos sin hombres). También es profesora adjunta de psicología en el Centro Médico Weill de la Universidad Cornell y exinvestigadora de género en Stanford. Las opiniones expresadas en esta columna son de su responsabilidad.
(CNN) – Durante años, algunos estudios científicos han demostrado que los seres humanos responden más positivamente a las personas hermosas. Nos gustan, confiamos y las valoramos más. Las personas atractivas, se nos ha dicho una y otra vez, obtienen mejores trabajos, reciben un salario más alto y tienen una vida más fácil. Evolutivamente hablando, la gente bonita gana.
Y aunque todo esto sigue siendo cierto, un nuevo estudio reveló que a los más feos tampoco les va tan mal e incluso pueden hasta tener una ventaja. Un artículo reciente publicado en el Journal of Business and Psychology dedujo, a pesar del pensamiento convencional, que las personas bonitas no tienen todo el poder. En una encuesta a empleados, aquellos calificados como “muy poco atractivos” devengaron más que cualquier otra categoría, incluyendo a quienes fueron considerados “más atractivos”. Esta “fealdad premium” significó que el 3% menos atractivo de la población ganó un 50% más que aquellos que son sólo un poco feos o simplemente están en el promedio.
Tú podrías argumentar: pero, ¿no está la belleza en el ojo de quien mira? Puede que así sea, pero también puede ser que no. Los investigadores también escribieron que “se sabe que las clasificaciones del atractivo físico hechas por humanos están altamente correlacionadas con las medidas de simetría facial bilateral de un programa de computadora y son intersubjetivamente estables”.
Los autores del estudio tenían algunas reflexiones acerca de por qué sucedía esto. Una de las teorías sugirió que los muy feos simplemente eran más inteligentes o mejor educados que sus homólogos relativamente más atractivos. Pero otros estudios demuestran un vínculo entre la inteligencia y el atractivo.
Mi opinión: la “fealdad premium” tiene que ver con la tendencia humana a favorecer a los que tienen las de perder, una tendencia especialmente evidente entre las mujeres. Y no es un acto noble. En vez de eso, es una forma de sexismo intra-género o un evidencia clara y preocupante de la misoginia femenina.
Las mujeres tienen un deseo inherente de frenar a otras mujeres, especialmente a aquellas que perciben como más bonitas, más elegantes o más ricas. Esta es una forma de auto-preservación. Menos puntos en la parte superior (de cualquier escala que las mujeres buscan subir) han resultado en una campaña para limitar a aquellas que realmente puedan competir. Recompensar lo feo, lo no amenazante, es una forma de mantener en la parte baja a las mujeres más amenazantes.
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Vemos esta atracción hacia los menos favorecidos todo el tiempo: en las amistades, en el lugar de trabajo e incluso en las familias. Las mujeres favorecen a aquellos que no las opacan. Lo vemos en la adolescencia, cuando las chicas buscan a amigas poco atractivas para hacer que se vean más hermosas en comparación, una tendencia de la vida real completamente solidificada por Hollywood. Nada más hay que mirar “The DUFF” (“El Último Baile”), de 2015, una película en la que el personaje principal descubre que ella es la “amiga gorda fea designada”.
También lo vemos en el ámbito profesional, cuando la jefa emplea a mujeres que son buenas, pero no demasiado como para representar una amenaza a su propio poder arduamente ganado. Lo vemos en las familias, en la suegra que no puede dejar de darle “puntadas” a la mujer que su hijo eligió, y tal vez también en el caso de la nuera que no puede evitarlo y quiere dejarle claro a su esposo que es muy diferente a su madre (incluso si no lo es).
Por supuesto, para lo que sirve la “fealdad premium” es para reforzar la idea de que la belleza importa, sobre todo en relación a la manera cómo consideramos la nuestra. Es la prueba de que preferimos a quienes no amenazan nuestra propia seguridad y la prueba de la tenacidad misma de esa seguridad.
Vale la pena señalar que los autores del estudio encontraron que la “fealdad premium” no se extiende a la política, donde investigaciones previas también han demostrado que la buena apariencia sigue prevaleciendo. Esto también tiene sentido si piensas en mujeres atractivas en la política como las que se consideran menos amenazantes. Sarah Palin: atractiva, pero no amenazante. Es una mujer con la que otras mujeres tal vez puedan relacionarse, y a la que los hombres podrían controlar.
Por su parte, Hillary Clinton es una mujer menos convencionalmente atractiva y es una amenaza para muchas (¿será por eso que tal vez cerca del 53% de mujeres blancas votaron por Donald Trump?). La excandidata demócrata es una mujer con la que menos de sus congéneres podrían relacionarse y una a la que los hombres no podrían controlar.
Tal vez deberíamos estar aliviados al saber que la falta de atractivo trae ciertos beneficios. Seguramente ayuda a equilibrar la balanza, o al menos implica algún tipo de bienvenida para los desfavorecidos físicamente. Pero es difícil regocijarse cuando dicha consecuencia está prácticamente arraigada en la inseguridad y el deseo que tenemos (como seres humanos, y quizás especialmente como mujeres) de mantener a otros por debajo nuestro.
Por esta vez, los feos ganan un poco, pero aún así todos perdemos.