(CNN) – Un nuevo estudio de Harvard encontró que las mujeres que viven en barrios con mayores niveles de luz exterior durante la noche tienen más riesgo de sufrir cáncer de seno, según reporta The Conversation.
Los hallazgos están basados en el Estudio de Salud de las Enfermeras (NHS, por sus siglas en inglés), que por varias décadas ha promovido nuestra comprensión de los riesgos que corre la salud de la mujer.
Para el estudio, el epidemiólogo Peter James y sus colegas monitorearon la incidencia del cáncer de seno en 109.672 enfermeras del NHS, entre 1989 y el 2013. El hogar de cada una de ellas fue geocodificado y se calculó el promedio de nivel de luz en su barrio gracias a imágenes satelitales tomadas por el Programa de Satélites Meteorológicos de Defensa, según The Conversation.
Estos estimados se actualizaron durante el período de 15 años de seguimiento. Por 2013, un total de 3,549 nuevos casos de cáncer de seno habían sido diagnosticados, una cifra cercana a lo que se esperaba entre este número de mujeres.
El estudio encontró que existe una relación directa entre el nivel de luz del barrio donde vivían esas mujeres antes del diagnóstico y el riesgo posterior de desarrollar cáncer de seno: a mayor luz, mayor riesgo.
De acuerdo con The Conversation, los hallazgos se mantuvieron incluso tras tener en cuenta otros factores que podrían afectar el nivel de riesgo como la edad, el número de hijos, el peso y el uso de medicamentos hormonales, entre otros.
La relación entre el nivel de luz y el riesgo fue más fuerte entre las mujeres diagnosticadas antes de la menopausia.
El poder de la luz
La idea de que la luz eléctrica en la noche podría explicar parte de la pandemia de cáncer de seno viene de 1987. En ese momento fue considerada como algo bastante descabellado, porque la luz no parece ser tóxica de ninguna manera que pueda causar cáncer. No puede romper enlaces químicos ni dañar el ADN, y no es una hormona como el estrógeno, que, en exceso, puede causar cambios en los senos que pueden resultar en cáncer.
Por definición, la luz es la parte visible del espectro electromagnético, y por eso no incluye rayos X ni radiación ultravioleta, que puedan quemar la piel.
La diferencia está, según reseña The Conversation, en que los efectos en la salud humana dependen del tiempo de exposición a la luz. Durante millones de años, hemos evolucionado con un ciclo diario de 12 horas de luz brillante (el Sol) y 12 horas de oscuridad. Hay una biología profunda en el hecho de que durante el día nuestro cuerpo espere luz y, durante la noche, espere oscuridad. Por eso, la luz eléctrica está desajustando el proceso.
El estudio se fundamenta en la suposición de que las comunidades que más brillan en las fotos satelitales nocturnas están compuestas de personas que, en general, se exponen de manera excesiva a la luz eléctrica nocturna: se exponen en casa, en su barrio y cuando se divierten en la noche, en la ciudad. En ese sentido, la información de los satélites es un sustituto de la efectiva exposición a la luz eléctrica nocturna que recibe cada mujer, sobre todo en la noche, antes de dormir.
Mucha luz en la noche puede retardar la transición normal a la fisiología nocturna, que debe comenzar con el atardecer. Una parte importante de esta transición es un aumento sustancial en la hormona de la melatonina en la sangre. En ratas de laboratorio, la melatonina ha mostrado tener fuertes efectos anticancerígenos.
Entre más corta sea la longitud de onda de la luz –es decir, entre más colores parecidos al azul tenga–, mayor será la reducción de la melatonina y más se tardará el cuerpo en hacer la transición a la fisiología nocturna.
Según The Conversation, el estudio de Harvard asegura que el riesgo elevado de sufrir cáncer por vivir en un barrio con altos niveles de luz exterior es del 14%, comparado con las mujeres que viven en lugares con menos luz.
La luz eléctrica es uno de los inventos más característicos de los seres humanos. Pero su uso excesivo ha causado una destrucción de la noche en buena parte del mundo moderno. La pérdida de noche tiene consecuencias para todas las formas de vida, incluyéndonos. Y la evidencia creciente de su conexión con el cáncer de seno es alarmante.