Músicos cubanos en La Habana.

Nota del Editor: Wendy Guerra es una escritora, poeta y novelista cubana que vive en la isla. Autora de varios libros traducidos en diferentes idiomas. Escribe en El Nuevo Herald.

(CNN Español) – La “Revolución Cubana” dejó muy pronto de revolucionarse a sí misma y se enquistó al mismo centro del machismo leninismo tropical. Lo que vino después fue un estado de colectivismo ciego, conga infinita que dura hasta nuestros días.

La soledad o la mesura son, hasta hoy, conductas sospechosas en nuestra sociedad. El work in progress lleva pueblo, lleva concentraciones, lleva coro y multitud desbordada, aplastando cualquier tipo de recapitulación.

Inspirados en esto, “Los Carpinteros”, colectivo artístico integrado por Marcos Castillo y Dagoberto González, presentaron en el “Paseo del Prado”, durante la XI Bienal de La Habana, su brillante y masiva obra “La Conga en reversa”, performance realizado con un grupo de estudiantes y bailarines de varias compañías insulares que atravesaban las calles bailando una conga, pero hacia atrás. Mi colega William Navarrete y yo hemos escrito varios textos de ficción relacionados con la conga. Marianne Millon, nuestra traductora al francés, siente gran curiosidad por el fenómeno y aunque le expliquemos que la conga es un hecho endémico, muy arraigado en nuestra cultura popular, ella se pregunta: ¿Posee un sentimiento patriótico? ¿Cuál es la diferencia entre una comparsa y una conga?” Traducirla es como explicar conceptualmente nuestra historia.

Un, dos, tres- tap tap, llegó la conga de Los Hoyos, con la piel de chivo tersa y flameada para que el repiqueteo sea profundo.

Las chancletas de palo, la toalla por el cuello y nosotros siguiendo el enorme animal que nos arrastra en la liturgia sociopolítica. O te sumas o te aplasta, Pa’ lante con los tambores, el quinto, la trompeta china, las congas, las campanas, el bombo y todo objeto percutivo que nos conduzca al laberinto gozador.

Sus letras son inspiraciones rimadas enriquecidas con la vida surrealista del cubano, forman parte indisoluble de la banda sonora revolucionaria, nacen del imaginario político, social y doméstico de sus protagonistas:

- “Ae, Ae, Ae la chambelona, Nixon no tiene madre porque lo parió una mona”.
- “Agostino Neto, Agostino Neto, Santiago te recibe con afe’to y con re’peto”.
- “Nierere, Nierere, vinimo a recibirte sin saber quién eres”.

Vivimos en el díscolo proceso de una conga infinita. Nuestro papel social ha sido construir el proyecto de un líder, bailar al son de sus tambores, seguirlo desde la comparsa, disciplinados, risueños, sin perder el paso. Un, dos tres, un dos… ahí vamos once millones de habitantes.

La mayor parte de la tropa que peleó en la Sierra Maestra emigró a La Habana desde el oriente del país. Llegaron aquí durante los primeros días del año 59 acompañados de sus familiares y colaboradores. De ellos heredamos sus costumbres, especialidades culinarias, acentos, formas de hablar, bailar y modos de relacionamiento que, antes de la década de los sesenta, no eran demasiado visibles en la realidad del cubano nacido en el occidente del país. Nos fuimos relajando, postergamos o desechamos las normas, los protocolos y los rituales, pues. Quienes dictaban las nuevas leyes dictaminaron que todo esto formaba parte de una moral y conducta pequeño burguesa.

Hoy es frecuente ver a muchos habaneros comer en la acera, de pie y con el plato en la mano o jugar dominó sin camisa en cualquier esquina. Todo esto es parte de la mixtura creada en la convivencia con ese mundo caribeño, extrovertido y promiscuo, más cercano a las conductas de los orientales venidos a la capital, llamados popularmente: “palestinos”.

“La comparsa del Alacrán” o “Los Guaracheros de Regla” dejan de ser una celebración pagana para convertirse en una manifestación político-social. Tiene mucho de barracón, recuerda al festín del esclavo, la atrevida antesala del cimarrón y la vigilante desobediencia de quien la baila en el marco de una fila pensando en escapar.

“Uno, dos y tres, que paso más chévere, que paso más chévere, el de mi conga e’ (…)” balanceo hacia adelante con la acentuación a un lado, la cadencia en la cadera y el pie abriendo paso con la chancleta de palo.

Botella de cerveza o litro de ron en mano a punto de volverse un arma blanca, bronca, borrachera, gritos y puñaladas, sangre, policía y delirio épico.
Revolucionar, convocar, arrollar y desmayarse así es, en resumen, la ingeniosa estructura de la conga.

Cómo traducir el aroma a ron y prú oriental, a puro apagado, cerveza y sudor resbalando por los cuerpos. Tocar, sentir, “repellarnos” con lujuria, bailar a tiempo, golpear el cuero y sobrevivir a su delirio.

¿Es alegre la conga? ¿Es realmente nuestra vida un carnaval?

Millones de cubanos han abandonado las filas de esta larga serpiente móvil. En los 60 por Camarioca y los famosos “Vuelos de la Libertad” que duraron hasta los 70, donde el escape de la conga infinita fue mediante las tortuosas salidas definitivas, en los 80 a través del llamado éxodo del Mariel, en los 90 en la Crisis de los Balseros, y ahora, en los 2000 con la autorización de los permisos de salida.

Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Felipe González y miles de seguidores o fanáticos se subieron y se bajaron de esta conga. No todos aguantaron la sed, el sol, la escasez o las contradicciones ideológicas, no soportaron nuestra incoherente inmovilidad o el largo discurso monologar y estrecho de una sola persona, las decisiones radicales, la cultura de barricada y la perenne desconexión con la realidad.

Hoy somos esa isla dispersa y perdida en su megalomanía.

Más allá del presidente en funciones, seis décadas después de la carnavalesca entrada de Fidel a La Habana, somos esa masa compacta que ya no reconoce un líder y poco le importa quién la dirija. Se ha convertido ella misma en concentración, en turba que divaga y baila para no pensar, ríe para no llorar, avanza dos pasos pa’ lante y tres pasos pa’trá, obedeciendo al ritmo enardecido de nada y de nadie.

Hoy nos mata lo que nos salva: el humor, la indolencia y los tambores.