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Nota del editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Vive en la isla. Las opiniones expresadas en esta columna le pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN Español) – Los diálogos políticos funcionan cuando las condiciones maduran, se llega a situaciones extremas, y aparecen riesgos de seguridad que impiden administrar las crisis. En tales circunstancias, las partes suelen identificar intereses comunes, disposición para sostener demandas y concesiones, o sea, dar y recibir, y sobre todo convivir, e incluso cooperar.

Así ocurre con el entendimiento que, venciendo enormes dificultades y prejuicios, se construye en torno al conflicto coreano, en el cual participan tres protagonistas: Corea del Norte y Corea del Sur, y Estados Unidos que, cada uno a su aire y con su estilo, avanzan hacia compromisos decisivos en asuntos de interés común.

Aunque en segundo plano, la participación de China es decisiva, no solo por su peso en la economía y la geopolítica regional, sino porque algunos términos del arreglo aluden a su seguridad nacional. China es, además, el único actor con capacidad real de comunicación e influencia en Corea del Norte, el eslabón, aunque decisivo, más débil, y por ello más sensible, intransigente y precavido.

En las negociaciones en curso, Estados Unidos, Corea del Sur y China pueden no ganar, pero solo Corea del Norte puede perder, incluso desaparecer como Estado. De ahí su cautela y sus aprensiones. De equivocarse, puede no tener una segunda oportunidad.

Los acuerdos previos al encuentro entre Donald Trump y Kim Jong Un están siendo bordados a mano. Han tenido lugar reuniones de Kim Yo Jong, hermana del mandatario norcoreano, con el presidente surcoreano, Moon Jae-in; por otro lado, Kim Jong Un con Moon Jae-in, mientras que Kim Jong Un con Xi Jinping, dos veces, y Mike Pompeo con Kim Jong Un, también en dos oportunidades.

Aunque es imposible saber qué se acordó en estos encuentros, se puede intuir de qué hablaron, porque existen temas sin los cuales la negociación carece de sentido. Ellos son la desnuclearización de Corea del Norte, tratado de paz, asistencia económica y tecnológica en amplia escala de Estados Unidos y Corea del Sur con el Norte, retirada de las tropas estadounidenses de Corea del Sur (tiene 28.000, un legado de la Guerra Fría), y reunificación de la península.

De todo, lo más difícil es el desarme nuclear norcoreano, viable porque una vez que Corea del Norte renuncie a la intimidación y la violencia en sus relaciones con sus vecinos y con Estados Unidos, las armas nucleares —cuyo mantenimiento y seguridad son extremadamente complejos, peligrosos, y caros— le estorban. Las dudas son: ¿cómo será ese proceso?, ¿en qué plazos y con cuáles garantías?

Obviamente no basta con la palabra y la firma de Trump. Tal vez Kim Jong Un reclame un compromiso de Estado que conlleve la ratificación por el Congreso de Estados Unidos.

La otra cuestión peliaguda es la retirada de las tropas estadounidenses, que no están en Corea del Sur para amenazar al Norte, sino como guarnición, que junto a las fuerzas acantonadas en Japón y otros puntos, forman la primera línea ante una hipotética confrontación con China, sobre lo cual Xi Jinping debe haber conversado con Kim.

La solución del problema nuclear coreano, el tratado de paz, y la reunificación de la península, en principio aceptables para todas las partes, serían adornos para la gestión de Trump, como también para la de Kim y Xi, y un premio para Mike Pompeo, que ha invertido capital político en el empeño. Tal vez con tales incentivos los actores asuman que vale la pena.

En cualquier caso, se tratará de un largo proceso que no terminará con el encuentro el 12 de junio en Singapur entre Trump y Kim, sino que comienza allí, y que tomará tiempo, nunca más del que el presidente estadounidense necesita para aspirar nuevamente.

Si logra enfundar los cañones y desembarcar en Pyongyang, flanqueado por Melania e Ivanka, tal vez Trump comprenderá por qué Obama fue feliz al hacerlo en La Habana. Para el caso es lo mismo. En ambos casos, se trata de descontinuar políticas que después de medio siglo no dieron resultados. El realismo es un componente de la sabiduría política, la buena fe es otro.