Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es columnista y analista político de CNN en Español. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor.
Adornada de tiros y manifestaciones, cuando no de juicios sobre “corrupción” realmente políticos, la “Marea Rosa” está siendo barrida poco a poco de Latinoamérica. La pregunta es si la barrida se debe a un legítimo movimiento pendular en la democracia o si fuerzas exteriores al aliento popular quieren forzar cómo debe respirar un continente.
El caso más latente en estos días es Nicaragua, donde una vez más la “santa democracia” se ve atacada, algunos dicen que por la derecha y otros que por la izquierda, aunque lo más probable es que la estabilidad nicaragüense esté siendo atacada por las dos.
Y es que lamentablemente la democracia real, esa que no se proclama en pasquines, promesas ni consignas temporales, es hasta ahora más un ideal que una realidad. Y no solo en América Latina, sino en todo el mundo. Un ideal manipulado por quienes dicen defenderlo, pero prefieren adecuarlo para lo que hoy en día está en alza “del Rio Bravo a la Patagonia”: mantenerse en el poder lo más indefinidamente posible por la imposible razón de que ellos son los únicos que pueden defender la democracia en su país.
¿Por qué en Nicaragua Daniel Ortega hace un cambio constitucional para poder reelegirse indefinidamente?¿Por qué pareciera que terminó la relación entre Ortega y el empresariado nicaragüense que los hizo ganar tanta plata? Ah, esos estudiantes llenos de pasión y ardor por la verdad, poniendo sus cuerpos en contra del designado malvado de turno, pero en realidad defendiendo, acaso sin saberlo, a esos otros malvados que sueñan algún día – todos se ven con la banda presidencial en medio pecho – ser el malvado de turno que a capa y espada defienda la democracia en su país.
¿Quién confía en las elecciones de Colombia? ¿Quién confía en las de Venezuela? ¿Quiénes confían en que después de que un nuevo presidente asuma el poder no enjuicie al anterior? ¿Quiénes confían en las elecciones por la santa democracia en América Latina? Y no solo en la regional, sino en toda América. También en los prístinos países superdemocráticos e incluso en líderes del mundo libre como Estados Unidos y encima, Canadá. Según el Barómetro de las Américas, la confianza de los electores desde Canadá hasta Argentina ha caído al 39 % en 2016–2017, cuando en 2004 estaba en el 61 %, ¡y la confianza en los partidos políticos se encuentra alrededor del 17 % cuando en 2010 era del 24! Para más señas, el nivel de popularidad del Congreso de EE.UU. es también del 17%. Y esos son los que la población ha elegido para que representen sus intereses. ¿Es eso una santa democracia en funcionamiento?
Sin embargo, es curioso que en el clima de desconfianza electoral americana, más del 50% de los nicaragüenses confíe en las elecciones democráticas. De hecho, Nicaragua está entre los primeros cuatro países más confiados del continente, solo por debajo de Uruguay, Canadá y Costa Rica, y por encima de Estados Unidos. Entonces, si los nicaragüenses confían tan razonablemente en el proceso electoral, ¿Por qué no esperarían a las próximas elecciones para librarse de Daniel Ortega? La reforma de pensiones fue retirada por Ortega poco después de que estallaran las protestas por ellas. ¿Cuál es la chispa que no se apaga y por el contrario, quema?
Está en los cables. Al principio, el presidente Ortega y su vicepresidenta consorte, Rosario Murillo, aparecieron muy calmados ante los incidentes, incluso conciliadores, pero poco a poco empezó a funcionar con esteroides la famosa política de las dos P: plata para los amigos y palos para los enemigos. Solo que cuando éramos amigos de los empresarios les dábamos plata y ahora que somos enemigos les damos palo. Hasta el momento de redactarse esta columna había 127 muertos desde que comenzó el conflicto. Y aunque el uso de la violencia gubernamental es siempre condenable, no es evidente que las 127 muertes sean de la absoluta responsabilidad del Gobierno de Ortega, que real y efectivamente quiere ser sacado del poder mediante una sublevación, porque como me repite un colega y amigo periodista, una guarimba a la venezolana o un plantón a lo nicaragüense duran en este gran país exactamente el tiempo que tarda en llegar al lugar la policía acorazada.
Y así, en esa “cintura explosiva”, como —parafraseando a Neruda— llama a Centroamérica Sergio Ramírez, exvicepresidente sandinista y hoy Premio Cervantes, “los nicaragüenses lo que quieren es que les devuelvan la democracia”. Mientras sus antiguos compañeros de lucha sandinista acusan al mismísimo Washington de promover un “golpe de Estado blando” en Nicaragua. ¡Oh, Washington: cuántos golpes, ya sean duros o blandos se cometen en tu nombre! No hay peor cosa que criar fama y acostarse a dormir, ¿pero será verdad que la administración Trump quiere revivir la doctrina Monroe en América Latina? Lo han dicho públicamente.
Entre la plata y el plomo sufre hoy Nicaragua.