Iván Duque, durante un acto en campaña electoral.

Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con posgrado en negocios internacionales y comercio exterior por la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Columbia de Nueva York. Con estudios en Gerencia de la Universidad IESE de España y candidato a MBA de la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

Con el 54% de la votación, el nuevo presidente de la Republica de Colombia es el joven abogado y exsenador, Iván Duque, derrotando al populista, exguerrillero y exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, quien obtuvo el 42% de los sufragios.

La victoria de Duque fue amplia y clara, pues fueron alrededor de 12 puntos porcentuales de ventaja, lo cual deja a Petro políticamente activo como senador y con posibilidades reales de alcanzar la presidencia en cuatro años, pues consiguió la votación más importante en la historia de la izquierda colombiana. Aunque sería pertinente decir que la votación no fue enteramente del líder de la Colombia Humana, quien logró recoger todo el antiuribismoy los votos de los líderes de la capital, Antanas Mockus y Claudia López. Para evitar que esto llegue a ocurrir en 2022, Duque debe hacer un gobierno excelente y fomentar nuevos liderazgos que, en general, se comprometan a mantener el rumbo, ya que no hay reelección.

Para hacer un buen gobierno, hay que partir de la base de que no se puede cambiar ni mejorar todo en cuatro años de gobierno. Es necesario establecer prioridades. Lo cierto es que, como bien decía el expresidente de Colombia, Mariano Ospina Pérez, nuestros líderes “no deben ser mercaderes de ilusiones sino empresarios de realidades”. Así, siendo realistas, los principales retos para el presidente electo son

  1. Un proceso de desmovilización con las FARC totalmente desfigurado por la improvisación del actual gobierno, que deja como una de sus peores consecuencias más de 180.000 hectáreas de coca. Además, las disidencias de la narcoguerrilla de las FARC, según la ONU, ya superan el número de antiguos combatientes ubicados en las llamadas zonas de concentración. Están volviendo al mundo del crimen, engrosando las filas de la otra guerrilla, el ELN, o de carteles locales, conectados con narcotraficantes mexicanos. Las bandas criminales, vinculadas a las mafias de las drogas ilícitas y de la minería ilegal, son más fuertes que nunca, al tiempo que la inseguridad en las ciudades está desbordada y en auge. En Colombia no hay nada parecido a la paz, ni lo habrá mientras el narcotráfico siga creciendo, como lo ha venido haciendo en la administración Santos.
  2. Una economía muy golpeada, porque su crecimiento está prácticamente paralizado, sin pasar del 2% anual, mientras que en los años de Uribe y a principios del gobierno de Santos crecía a niveles de entre el 4 y el 6%. A esto se suma el aumento exponencial de la deuda del Estado, que se duplicó, junto a un déficit fiscal prominente. Por esto, Colombia ha sufrido un deterioro en su estabilidad macroeconómica, tal como lo han registrado recientemente las principales agencias calificadoras de riesgo.
  3. No menos significativa ha sido la fuerte pérdida de credibilidad en las instituciones republicanas del país, como consecuencia, entre otras cosas, de la grave crisis del sistema judicial, carcomido por la politización y por una corrupción desbordada que llega a casi todo el Estado y que también involucra, como nunca antes, al sector privado. Según el contralor general, el fenómeno de la corrupción en el estado representa más de 50 billones de pesos colombianos al año, o sea un pesado lastre para la confianza y para el desarrollo de Colombia.

En suma, el nuevo presidente recibirá una Colombia con graves problemas que requieren soluciones rápidas, realistas y firmes. En general, las ideas del nuevo presidente son vanguardistas y bien evaluadas. Por ejemplo, la de las empresas naranjas y el aumento de su participación en la economía, como lo hace por ejemplo California, hoy por hoy, la quinta economía del mundo.  Además,  la idea de reducir la brecha social por medio de la disminución de la informalidad, es brillante y ya se ha aplicado exitosamente en países como Perú, con las ideas de Hernando de Soto, quien afirma que no hay que formalizar a los informales sino “informalizar” la formalidad, para reducir sus costos y permitir que todos accedan a ella. Duque también acierta al plantear una disminución de impuestos y una simplificación del sistema tributario. Es decir, hacer más simple y sencillo el sistema.

A esto se debería sumar una propuesta de la que no se ha hablado mucho y es la referente a las alianzas público-privadas, las cuales se deberían ejecutar de mejor manera y con mayores garantías y facilidades como el desarrollo de las fiducias en torno a esta figura y el mejoramiento de las” obras por impuesto “para mejorar la infraestructura, en la que Colombia está muy rezagada.

Si en los próximos años no se corrigen los desvíos e injusticias del proceso con las FARC, con unos cambios a los acuerdos que mantengan la desmovilización pero que al mismo tiempo garanticen desmantelamiento del narcotráfico, verdad, justicia, castigo efectivo a los culpables de delitos internacionales, reparación a las víctimas y no repetición del terrorismo;  si no aumenta el empleo formal, con más inversión, menos impuestos y nuevas empresas; y si no se reduce sustancialmente la inseguridad y la criminalidad, con una política de seguridad fuerte y con una reforma judicial que acabe con la impunidad rampante, si nada de eso ocurre, en cuatro años será más difícil impedir que una sociedad desmoralizada, fragmentada y con el virus del populismo socialista cada vez más extendido, decida dar un viraje suicida llevando a la presidencia a alguien como Petro.