Los niños tratan de recuperar el metal de una barricada en el centro de Puerto Príncipe, entre saqueos e incendios provocados por un intento del gobierno de subir el precio del combustible.

Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de más de siete libros y colaborador en publicaciones sobre temas internacionales. Actualmente se desempeña como director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. Colaboró con diferentes medios de su país como Clarín, El Cronista, La Nación, Página/12, Perfil y para revistas como Noticias, Somos, Le Monde Diplomatique y Panorama. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y la televisión argentina.

(CNN Español) – El país más pobre de todo nuestro continente otra vez vive un momento de inestabilidad política y económica, lo que parece una constante desde que finalizó la dictadura de la familia Duvalier en 1986.

Desde entonces se suceden los presidentes, las revueltas populares, los golpes de Estado y las intervenciones extranjeras.  Para colmo de males, la tierra tiembla muy seguido destruyendo las viviendas más precarias y pasan los huracanes que, junto al agua, se llevan todo puesto. En cada ocasión se montan programas millonarios de ayuda que años más tarde se revisan y son cuestionados porque la mayor parte de la ayuda no llega a los damnificados.

Como si esto fuera poco el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha intervenido en numerosas ocasiones siempre elogiando a los gobiernos que siguen sus premisas, aunque con magros resultados.

Las recientes protestas violentas se produjeron porque el presidente Jovenel Moise, siguiendo las indicaciones del FMI le quitó los subsidios a los combustibles, lo que provocó el aumento del precio de la gasolina y sus derivados pocos días después de la visita de una misión del organismo, que elogió al gobierno por su intención de eliminar los subsidios y llevar adelante reformas estructurales.

Al día siguiente de las masivas protestas uno de los portavoces del gobierno reconoció que la decisión tomada había sido un error, aunque “bien intencionada”.

La relación del FMI con Haití es tal vez la muestra más acabada del fracaso de las recetas de ajuste estructural que no toman en cuenta las particularidades de cada país, como si un médico llevara la misma aspirina a todos los pacientes.

Lo que ha sucedido con la producción de arroz en las últimas décadas lo ejemplifica con claridad. Hasta mediados de la década del noventa del siglo pasado, Haití consumía casi todo el arroz que producía.  Por recomendación del FMI, hace más de veinte años bajaron drásticamente los impuestos a la importación del 55 al 3 por ciento, para favorecer la importación de arroz desde Estados Unidos.  Hoy, el país más pobre de América importa arroz del país más rico del planeta y cerca del 80 por ciento del grano que consume es el “arroz de Miami”, como se lo conoce en la isla por el puerto donde se embarca.  En vez de ayudar a los campesinos haitianos Estados Unidos ha convertido al pequeño y pobre país en uno de sus cinco principales destinos de exportación de arroz, destruyendo gran parte de la producción local. Bill Clinton, conocedor del tema, reconoció que él había sido responsable directo de tal despropósito durante su presidencia.

A veces cuesta comprender la lógica del FMI, que impone sus recetas de manual en países tan disímiles como Argentina y Haití, uno tan rico y otro tan pobre. En ambos las misiones del Fondo estuvieron de visita en las últimas semanas.  En ambos el rechazo al Fondo Monetario Internacional es elocuente.

En Haití el gobierno tuvo que dar marcha atrás por temor a una verdadera insurrección. ¿Pasará algo en Argentina?