Nota del editor: Jeffrey Sachs es profesor y director del Centro de Desarrollo Sostenible en la Universidad de Columbia. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – Estados Unidos nació en una revuelta contra la tiranía del rey Jorge III. La Constitución fue diseñada para prevenir la tiranía a través de un sistema de pesos y contrapesos, pero en el país del presidente Donald Trump, esas salvaguardas están fallando.
Donald Trump tiene la grandiosa creencia de que solo él debe gobernar Estados Unidos. Descontrolado por los republicanos intimidados o cómplices del Congreso, Trump invoca la autoridad ejecutiva para alterar las políticas y prácticas establecidas desde hace mucho tiempo por leyes y acuerdos.
Días después de su cumbre con el presidente de Rusia Vladimir Putin nadie sabe qué fue lo que acordaron los dos autócratas, o si quiera de qué hablaron: ni los altos consejeros del presidente, ni el Pentágono, ni el establecimiento de seguridad o el Congreso, y qué decir del resto de nosotros. Y en medio del alboroto consecuente, Trump invitó a Washington al presidente Putin, sin decirles a sus altos consejeros de inteligencia y sin duda a la mayoría de sus otros altos consejeros y funcionarios clave.
La lista de acciones de un solo hombre crece rápidamente. Trump está imponiendo por sí solo cientos de miles de millones de dólares en aranceles —es decir, impuestos— a los bienes importados de aliados claves de Estados Unidos y a China, sin un respaldo implícito o explícito del Congreso.
Trump derogó el acuerdo nuclear con Irán a pesar del unánime apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Trump está en proceso de imponer nuevas y severas sanciones contra Irán, incluyendo el corte de todas las exportaciones de su petróleo, contra el acuerdo internacional con Irán y sin el voto del Congreso, presumiblemente para intentar derrocar al régimen iraní.
No es de extrañar, y tal vez como se esperaba, el empecinamiento de beligerancia de Trump desató una alerta amenazante de Irán, y ahora una escalada de Trump, proyectando una confrontación cada vez más siniestra con Irán como otro espectáculo de un solo hombre de Trump.
Trump usó la autoridad ejecutiva sin el mandato del Congreso para imponer una prohibición de viajes sobre varios Estados de mayoría musulmana; para anunciar el retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París a pesar de las obligaciones del país bajo la Convención Marco de Estados Unidos, y cambió el status quo sobre Jerusalén contra la voluntad del Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU. Trump extendió la estadía de las tropas estadounidenses en Siria sin la supervisión o aprobación del Congreso.
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Los científicos políticos están documentando el descenso hacia el régimen de un solo hombre. Un reciente ranking de democracias de todo el mundo hecho por un centro de estudios académicos de Suiza, el V-Dem Instituto, puso a Estados Unidos en la posición número 31 del listado en 2017, una pronunciada caída del séptimo lugar en 2015. Según el reporte, “hay una clara evidencia de autocratización [el movimiento hacia el régimen de una sola persona] en varios indicadores”.
“La calidad más baja de la democracia liberal se deriva principalmente del debilitamiento de las restricciones en el ejecutivo”, dice el reporte.
De manera similar, el Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist pone ahora a Estados Unidos como una “democracia defectuosa”.
Los seguidores de Trump argumentan que Trump simplemente está usando completamente su autoridad legal. Aún así, la situación es peor que eso. Simplemente al invocar la frase “seguridad nacional” Trump puede presionar al Congreso y a la Suprema Corte para que le den cualquier grado de laxitud. Los aranceles de Trump (bajo la sección 232 de la Ley de Expansión Comercial de 1962), la prohibición de viajes y la derogación del acuerdo nuclear fueron hechas bajo el hechizo de la seguridad nacional.
La Suprema Corte, con una mayoría de 5-4, sostuvo la prohibición de viajes porque la mayoría se rehusó a cuestionar el reclamo de seguridad del presidente. El Congreso casi de espaldas a los asuntos que el presidente declara que se refieren a la guerra y la paz.
No se supone que la Constitución funcione de esta manera. Bajo el Artículo I, Sección 8, el poder de llevar a cabo una guerra descansa en el Congreso. También el poder de imponer impuestos y aranceles. Aún así en cada caso, un agresivo presidente puede invocar asuntos de seguridad nacional eludir al Congreso. La falla crónica del Congreso de no supervisar los prolongados asentamientos de tropas y las bases en el exterior, tanto con este presidente como con los anteriores, es similarmente notorio.
Y el fracaso del Congreso para desafiar a Trump sobre sus acusaciones de que las exportaciones de acero y aluminio de Canadá o las exportaciones de productos de consumo de China son una “amenaza a la seguridad nacional”, es imperdonable.
Dos tendencias a largo plazo están en juego, ambas explotadas por Trump en su intento de obtener poder.
La primera es el implacable crecimiento del estado de seguridad nacional desde la Segunda Guerra Mundial, con cientos de bases militares de Estados Unidos y la beligerancia sin descanso en todo el mundo, incluyendo guerras encubiertas y campañas de influencia dirigidas por la CIA. Por más de medio siglo, el Congreso y la Suprema Corte han tendido a darles a los presientes carta blanca para empezar guerras, que son controladas más tarde por la movilización gradual de la oposición de la opinión pública.
El segundo es el ascenso del poder corporativo en la conducción de la política federal. Mientras los presidentes implementan una agenda corporativa, el Congreso los apoya. La Suprema Corte, que empezó en 1970 y continúa bajo la presidencia de John Roberts, también ha defendido el lobby corporativo, dándole al presidente un amplio espacio en la promoción de la agenda corporativa. El Congreso, al servicio de los lobbies corporativos, es cómplice de permitir que el presidente desmantele unilateralmente las regulaciones ambientales y de protección al consumidor.
Pero no todo está perdido. El fiscal especial para la trama rusa Robert Mueller y las cortes menores pueden seguir haciéndole frente al presidente, incluso aunque la Corte Suprema se haya vuelto un predecible defensor 5-4 de una autoridad casi ilimitada. La afirmación de Trump al poder también se contrarrestaría si los demócratas ganan al menos una de las cámaras del Congreso en noviembre.
Pero esto es algo frágil. Estados Unidos bien podría estar a una gran guerra del colapso de la democracia estadounidense, muy probablemente en una guerra con Irán por el cambio de régimen que Trump busca.
El partidario Nazi Hermann Göring explicó en una prisión de Nuremberg cuán fácil era movilizar al público a la guerra: “Con voz o sin voz, la gente siempre puede ser traída al llamado de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados o denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y exponer al país al peligro. Funciona de la misma manera en cualquier país”.
Trump ha empezado con una guerra comercial, pero no nos debería sorprender si la guerra comercial muta en una peor. Estamos en el camino a la tiranía.
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