(CNN) – Como candidato presidencial, Donald Trump presumió insistentemente con que si resultaba elegido se “rodearía” a sí mismo “únicamente con las mejores y más serias personas”. Incluso, en ese momento, solía decir: “Queremos profesionales de primera línea”.
Pero los primeros 18 meses de su presidencia han desmentido en reiteradas ocasiones esa afirmación, a medida que innumerables miembros del gabinete y altos funcionarios salieron de sus cargos –por lo general bajo circunstancias sospechosas–, incluso cuando el propio Trump ha criticado la ineptitud de las personas que todavía trabajan para él.
Solo este fin de semana, el presidente se enfrentó a dos problemas graves de personal que, de maneras distintas, él mismo creó.
El primero tiene que ver con la serie de entrevistas que concedió Omarosa Manigault Newman, una exasistente de Trump, que dijo que le ofrecieron dinero para mantenerse en silencio después de dejar la Casa Blanca. Manigault Newman también aseguró que ella grabó de manera secreta al secretario general de la Casa Blanca, John Kelly, mientras la despedía en la Sala de Crisis. Y en la mañana de este lunes, la exasistente le entregó al programa “Today” de NBC la grabación de audio de una aparente conversación telefónica con Trump que sugiere que él no sabía de su despido antes de que de hecho sucediera.
(Las memorias reveladoras de Omarosa sobre su tiempo en la Casa Blanca se publican esta semana).
El segundo problema llegó cuando Trump –en medio de su ahora habitual diatriba en Twitter contra la investigación sobre la trama rusa del fiscal especial– se burló del secretario de Justicia, Jeff Sessions llamándolo “estirado asustadizo y Ausente en Acción”. (Sí, las mayúsculas están en el tuit original”.
Los episodios gemelos revelan lo que hay detrás de la masiva volatilidad que ha tenido el personal en la Casa Blanca de Trump: él confía casi por completo en sus instintos a la hora de contratar, pone a los asistentes uno en contra del otro por deporte y está más que dispuesto a avergonzar públicamente a quienes trabajan con él.
El Trump del programa de telerrealidad “The Apprentice” –que, por cierto, fue el lugar donde el camino del magnate se cruzó con el de Omarosa– es el mismo que se sienta ahora en la Oficina Oval.
La diferencia es que el Trump de entonces simplemente estaba jugando por adquirir audiencia para el programa, mientras que ahora trata desesperadamente de dirigir un gobierno. “Turnover” (que podría traducirse como reemplazo e implicaba la amenaza de despido) era el nombre del juego en el mundo del reality que protagonizó el ahora presidente. En la Casa Blanca, toda la agitación se suma a la ya palpable sensación de caos que rodea la sede de Gobierno.
Ya el 57% del personal “de primera” que eligió Trump salió de la Casa Blanca en apenas su primer año y medio, según las estadísticas recopiladas por Kathryn Dunn Tenpas del Brooking’s Institute. Eso equivale prácticamente a las renuncias totales de altos funcionarios en todo el primer mandato de Barack Obama (71%), George W. Bush (63%), Bill Clinton (74%) y George H.W. Bush (66%).
(Ahora, la información de Tenpas podría subestimar todos los cambios en el gobierno de Trump, dado que ella solo contabiliza una partida por cada oficina o departamento. Entonces, aunque Trump ha tenido cinco directores de Comunicaciones desde que asumió como presidente, el registro de Tenpas solo cuenta una salida porque es de la misma división).
Es más, centrándose solo en los secretarios de gabinete, las cifras son igual de impresionante. Trump ya ha visto a siete funcionarios –tres en su primer año, cuatro en lo que va del segundo– dejar sus cargos en tan solo estos 18 meses. Para darse una idea: Obama no tuvo ninguna salida en su primer año y tan solo cuatro en su segundo, mientras George W. Bush solo cambió a cuatro miembros de su gabinete en sus primeros cuatro años.
Y entonces está Sessions. Ninguna persona del gabinete de Tump –que haya salido o que siga allí– ha sido tan atacada por el presidente como el principal funcionario de seguridad. En reiterada ocasiones, Trump ha dicho públicamente que desea haber escogido a otra persona para ser su secretario de Justicia, en gran parte por el hecho de que Sessions se declaró impedido en la investigación del Departamento acerca de la intromisión rusa en las elecciones de 2016. El funcionario tomó esta decisión porque fue un representante importante de Trump en esa campaña. Por eso, el presidente nunca lo ha perdonado.
De hecho, se ha referido al exsenador por Alabama como “atribulado”, “muy débil” y “vergonzoso”.
Inexplicablemente, lo que Trump no ha hecho es despedir a Sessions, quien por su parte tampoco ha renunciado. En su lugar, los dos hombres permanecen encerrados en lo que, para el resto del mundo, parece un juego de la gallina entre dos adolescentes. Sessions sigue asistiendo al Departamento de Justicia todos los días, mientras el presidente toma Twitter para atacar a su secretario continuamente. Ninguno de los dos titubea.
El resultado, como gran parte del estilo de administración impredecible de Trump, es el desorden, el caos y la desorganización. Los despidos y la incertidumbre rara vez crean un entorno de trabajo que funcione correctamente. Y como Trump tiende a discutir y ridiculizar abiertamente tanto a quienes se han alejado de él como a aquellos que continúan trabajando dentro de su administración, él lanza una serie argumentos que no solo resaltan el pandemonio dentro de sus filas sino que desplazan a otras historias más positivas para su Casa Blanca.
Lo que está fuera de discusión es: los primeros 18 meses del gobierno Trump dejan claro que su plan para reunir a “las mejores y más serias personas” ha fracasado miserablemente.