Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de más de siete libros y colaborador en publicaciones sobre temas internacionales. Actualmente se desempeña como director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. Colaboró con diferentes medios nacionales como Clarín, El Cronista, La Nación, Página/12, Perfil y para revistas como Noticias, Somos, Le Monde Diplomatique y Panorama. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión argentina. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN Español) – Durante la reciente gira por Brasil, Argentina, Chile y Colombia, el secretario de Defensa de Estados Unidos, el general James Mattis, dejó muy claro que a la Casa Blanca le disgusta –y mucho– la creciente presencia de la República Popular China en Latinoamérica y la ve como parte de la disputa global que mantiene con el gigante asiático.
Al regreso de su gira, Mattis se encontró con la desagradable sorpresa que también El Salvador rompía relaciones con Taiwán para reconocer a China como único país y al primero como parte de éste, lo que redujo a nueve el reconocimiento de Taiwán como “país” en la región.
Desde 1971, cuando las Naciones Unidas aceptaron a China relegando a Taiwán, América Latina se convirtió en un terreno de disputa política, comercial y diplomática entre China y Taiwán. Durante años, China tuvo vínculos con diversos movimientos políticos que se definían como “maoístas”, que idealizaban el comunismo chino, mientras un Taiwán “desideologizado” estrechaba sus vínculos comerciales e invertía en diversos proyectos de infraestructura.
Pero todo cambió con el ingreso de China al mundo capitalista y sus inversiones en la región. De hecho, ya varios países tienen a China como su principal socio comercial, desplazando incluso a los Estados Unidos de ese lugar, justamente lo que preocupa sobremanera a la Casa Blanca.
Vale la pena destacar que un 13% del petróleo importado en China proviene de América Latina, y que Venezuela y Brasil son los principales vendedores.
Como es sabido, Estados Unidos no se queda de brazos cruzados cuando algo se mueve en su histórico “patio trasero”. Uno de los primeros en reaccionar a la decisión salvadoreña fue el senador republicano por la Florida Marco Rubio, quien cuestionó duramente la decisión de El Salvador e incluso comunicó por Twitter que había hablado con el presidente Trump “para cortar la ayuda económica al gobierno de El Salvador”.
No contento con eso, también amenazó con suspender la ayuda a la “Alianza para la Prosperidad”, un programa que nació en 2014 para asistir a El Salvador, Guatemala y Honduras con proyectos de desarrollo, y así evitar que miles de niños abandonen dichos países e intenten entrar ilegalmente a los Estados Unidos.
La República Popular China tiene numerosos proyectos en el continente africano. Y si bien algunos de ellos compiten con empresas norteamericanas, hay una gran diferencia con América Latina. En África prácticamente no hay gobiernos que cuestionen las políticas de los Estados Unidos como viene sucediendo en América Latina desde que en el año 2005 durante la Cumbre de las Américas varios países se plantaron frente al presidente George W. Bush y rechazaron el ALCA, el Área de Libre Comercio de las Américas, que era el gran proyecto continental de Estados Unidos.
Por eso no asombra que Rubio, aunque no tiene cargos gubernamentales, dijera que “Maduro es una creciente amenaza a la seguridad nacional” y que “El Salvador está bajo control de un gobierno izquierdista que siempre está en todo contra Estados Unidos y que es pro-Maduro, pro-Ortega y pro-China”.
La balanza regional hoy parece inclinarse hacia gobiernos liberales con mayor afinidad política a Washington, pero los gobiernos progresistas no han desaparecido. Y si China los ayuda, por los motivos que sean, se fortalecen. Y eso, Estados Unidos, quiere evitarlo.