Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Bueno, pues nada, que hay noticias que no lo son, aunque sean titulares: la Iglesia católica en España está dispuesta a acoger en terreno sagrado los restos de un bautizado, en este caso el cuerpo exhumado del dictador Francisco Franco 43 años después de su muerte, tras la aprobación de un decreto ley .
La familia de Franco tiene 15 días para decidir qué hará con el cuerpo. De no cumplir con el plazo, el Estado se encargará de lo que quede del Generalísimo.
La idea es que el proceso termine antes de fin de año y sin demasiados sobresaltos.
Tres días después de su muerte en 1975, Franco fue enterrado en el Valle de los Caídos.
Como los faraones, él mismo ideó la basílica del monumento del Valle de los Caídos para que su victoria en la Guerra Civil fuera recordada por toda la eternidad.
El Valle de los Caídos está integrado por una basílica católica y un conjunto monumental que jamás me ha parecido ni siquiera solemne.
Varios gobiernos españoles –con la excepción de los de la derecha– una votación unánime de los diputados y un mandato de la ONU han intentado convertir ese conjunto arquitectónico en un espacio de pluralidad.
Franco fue un hombre pequeñito y megalómano, que creyó que España era su finca y como tal la gobernó entre 1939 y 1975.
Creía –o intentaba hacerle creer a los demás– haber sido elegido por Dios para salvar España y dicen que firmaba condenas de muerte como si nada, mientras se tomaba un chocolate caliente.
Los tiranos son como la costra del moho. Librarse de un dictador muerto no es fácil. La momia carcomida de Lenin sigue donde siempre, en la Plaza Roja de Moscú y lo que queda de Stalin sigue enterrado al pie de las murallas del Kremlin. Y el cadáver del dictador rumano Nicolae Ceaucescu, sigue en su tumba, ajeno a todo. Mussolini fue enterrado en una tumba anónima primero y luego en su pueblo natal. Hitler nunca tuvo una tumba. Y cuando las cenizas de Fidel Castro llegaban a Santiago de Cuba, procedentes de La Habana, el jeep verde olivo y soviético que las llevaba, de pronto se detuvo y tuvo que ser empujado por la guardia de honor antes de que arrancara de nuevo.
Cuando la realidad se empeña en lanzar obuses sobre la línea de flotación de las leyendas, no hay quien la detenga.