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Así luchó John McCain por los inmigrantes en Estados Unidos
02:26 - Fuente: CNN

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Álvaro Colom of Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español.

(CNN Español) – La monarquía democrática británica basada en su Constitución, se sustenta en principios de “dignidad y eficiencia”. La “eficiencia” representada por la administración del Gobierno y la “dignidad” en la monarquía. En los EE.UU., la dignidad en la política estaba representada por líderes como el senador John McCain.

En este momento vienen a mi mente los dos últimos artículos que escribí sobre la eficiencia (experiencias exitosas a copiar en América Latina sobre educación, transporte público, transparencia y otros) y contrasto con lo sucedido esta semana en EE.UU. Las condenas o delitos del exgerente de campaña y asesor personal de Donald Trump divergen con las enseñanzas de líderes como el senador McCain que nos recuerdan la dignidad y la búsqueda de altos estándares en la política.

Muchos líderes republicanos y simpatizantes de Donald Trump todavía creen en los discursos y comportamientos públicos inspiradores de la presidencia de la república (como Ronald Reagan). Sin embargo, estos líderes renuncian a esta aspiración, porque con Donald Trump consiguieron lo que parecía imposible: bajar sus impuestos, desregular la economía y nombrar dos miembros de la Corte Suprema (uno nombrado ya, juez Neil Gorsuch y otro nominado, juez Brett Kavanaugh). Estos jueces buscan un estado más pequeño, con menor intromisión del gobierno en asuntos económicos y mayor influencia del estado en las decisiones personales como el derecho a escoger la vida, la religión, el matrimonio, etc.

Hace pocos meses en el Perú, el presidente de ese entonces, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) renunciaba a la presidencia luego de la difusión de un audio donde participaba uno de sus ministros ofreciendo puestos para que fueran distribuidos por el congresista Kenji Fujimori. Además, PPK ya estaba enjuiciado por el cobro de “consultorías” que nunca logró explicar claramente; pero la verdad es que renunció a la presidencia por mucho menos de lo que las declaraciones del exabogado del presidente de los EE.UU. Donald Trump involucran a su excliente.

Richard Nixon renunció para mantener la dignidad de la presidencia, una vez que perdió el apoyo político, cuando luego de dos años de investigaciones quedó claro que obstruyó la justicia en el caso de las grabaciones a la campaña opositora en el hotel Watergate.

El senador John Edwards, quien había pagado a su amante con recursos de la campaña presidencial, fue enjuiciado (no penalmente sino civilmente) y declarado inocente, pero apenas sobrevino el escándalo se retiró de la vida política en gran medida por dignidad y congruencia con los altos estándares éticos de la oficina que aspiraba conducir.

En los citados tres casos (PPK, Nixon y Edwards) y muchos más, los protagonistas han renunciado por un sentido de la dignidad política (además de realidades políticas). ¿Cuánto más debemos digerir antes que se pierda un sentido de la “majestad del poder”? ¿O se trata de nuevos estándares a los cuales nos debemos acostumbrar?

La vida de líderes políticos como el senador McCain nos recuerdan que debemos siempre aspirar a más y no a menos. No solo las acciones de un líder político, sino sus discursos, mensajes y comportamientos públicos de un presidente deben inspirarnos y motivarnos a ser mejores. Es decir, las acciones de un líder deben sumar antes que restar. Como escribe David Gergen en su libro Eyewitness to Power, presidentes como Jefferson, Jackson, Lincoln, Franklin D. Roosevelt y Reagan inspiraron con su legado a legiones de seguidores construyendo lo que se conoce como nuevo paradigma, un estándar mucho más alto.

Como mencionaba en un artículo que escribí con Santiago Peña, para protegernos de la corrupción no podemos paralizar al estado y su gobierno. Ese es un falso dilema. La lucha contra la corrupción no debe alejar a la gente honorable a entrar en la vida pública, más bien motivarla. Las leyes no pueden suponer que todos son corruptos, así como los actos públicos; no podemos perder el principio de la inocencia sino más bien concentrarnos en descubrir y juzgar a los que sospechemos de sus delitos. Todas las acciones gubernamentales deben ser transparentes y dinámicas, porque hoy en día, y mucho más que antes, la gente quiere resultados y los quiere ya.

La tentación y propósito de muchas de las reformas electorales que se buscan implementar en América buscan limitar el ámbito de las campañas electorales. Las campañas electorales son buenas porque dan la mejor oportunidad para conocer a los líderes que aspiran a gobernarnos. Mientras más libres y dinámicas son, mejores resultados se obtienen. Es como una maratón: que corran todos los que quieran correr con reglas básicas; pero luego de unas pocas cuadras, despuntarán los mejores y a ellos vamos a observarlos todos.

No debemos tener que escoger entre la dignidad y la eficiencia; entre la honestidad y los resultados. El deber de un Estado es cumplir con ambas: dignidad y eficiencia como lo hiciera el senador McCain.