Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú, Vicente Fox, de México, y Alvaro Colom, de Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la George Washington University. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Twitter @GeovannyVicentR. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – La democracia vive una etapa crucial, con cambios casi instantáneos en las demandas, conformaciones sociales, nuevas tecnologías que se desarrollan más rápido que cualquier legislación pueda alcanzar; y con líderes políticos que en su mayoría fueron educados por una generación muy distinta a la actual (Baby Boomers). ¿Cómo adaptarnos para que la democracia y el liderazgo ofrezcan respuestas a estos cambios sin pasar por el caos y la anarquía?
Los Baby Boomers aprendieron un tipo de liderazgo vertical, con poco espacio para el relevo alternativo de figuras frescas, jóvenes y diversas. El sistema político que lideran es igualmente rígido y ya no representa las realidades sociales, geográficas y tecnológicas. Siempre se habló de cambio, pero hoy ese cambio es real. Debemos ocuparnos del cambio del sistema político para resolver el problema de renovación, adaptación y representatividad real.
Más allá de todas las reformas electorales y políticas que debemos o podemos promover (y las de financiamiento político y transparencia son muy importantes), en nuestra opinión, la principal y primera (porque determinará y afectará todas las otras reformas), es aquella que obligue a los partidos políticos a que lleven a cabo procesos electivos directos, abiertos, secuenciales y preferiblemente regionales. Las elecciones internas de los partidos, también llamadas primarias, que se realizan en general en convenciones nacionales, deben convertirse en elecciones directas regionales o estatales y de manera secuencial para promover la apertura y renovación.
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Las elecciones primarias constituyen un proceso mediante el cual las opciones políticas son depuradas y renovadas naturalmente, porque permiten a los ciudadanos, por medio de las bases electorales, la participación y la competencia. Se trata de aumentar el interés público para elegir al mejor candidato posible (generalmente de las bases electorales, la ciudadanía o la dirigencia política). Esto debería ser como una maratón. Todos los que quieran competir puedan correr en igualdad de condiciones y con mecanismos de participación básicos (un registro simple y general), pero, a medida que avanza la competencia, emergen los mejores. Es ahí cuando realmente comienza una competencia que, bajo la absoluta observación del público, termina presentando a los mejores como los ganadores.
El sistema político electoral de los Estados Unidos nos brinda un claro panorama de la efectividad de un modelo que consiste en elecciones primarias internas secuenciales y regionales, y sirven para que todos los candidatos interesados puedan medir fuerzas en igualdad de condiciones. Las elecciones en EE.UU. empiezan con estados proporcionalmente pequeños como New Hampshire e Iowa, donde no es necesario invertir tantos recursos, lo cual hace la elección mucho más democrática. El discurso de la noche de la elección de todo candidato que gana uno de estos estados pequeños tiene amplia cobertura e interés nacional; de esta manera, como su nombre, fotografía y mensaje es reseñado en todos los medios del país, comienza a ser conocido. Es una primera oportunidad (sobre todo si es un nombre nuevo y poco conocido) para poder responder a los retos de las elecciones en los estados que siguen en la contienda.
A partir de ese momento se pasa a retos mayores (sobre todo en términos de financiamiento, porque se da inicio a estados con mayor población). Esta segunda etapa del proceso comienza con elecciones secuenciales y regionales. Los aspirantes avanzan hasta que obtienen pobres resultados o se quedan sin dinero para seguir intentándolo. Obligados a retirarse, buscan alianzas con aquellos que siguen avanzando. Es decir, al hacerlo secuencial y regional, comenzando en localidades que sean menos costosas hacer la campaña, se consiguen tres objetivos: primero, que los candidatos no luchen hasta la muerte política, sino por el contrario, que busquen alianzas para poder seguir avanzando en su ruta a Washington; segundo, que no sea excluyente para un candidato nuevo y sin recursos entrar en el proceso; y tercero, el resultado de estas elecciones primarias atrae la atención de los medios y redes sociales, por lo que la identificación del nombre del candidato o candidata se conoce en todo el país.
Este proceso regional y secuencial, estado por estado (o localidad por localidad), hace que la jornada electoral sea larga, pero menos desgastante para el público nacional, pues no todos los ciudadanos participan en el mismo momento, sino de manera secuencial.
En su momento, Barack Obama fue un desconocido para la nación, pero todo cambió cuando ganó en ambos estados las primarias. En su momento tampoco era conocido Bill Clinton, quien curiosamente perdió tanto Iowa como New Hampshire y es el único candidato que, pese a eso, llegó a la presidencia. Así, su nombre, notoriedad y potencialidad dieron la viabilidad para que continuaran la contienda. Por lo tanto, hoy es más fácil para candidatos outsiders como Alexandria Ocasio-Cortez (Distrito NY-14) ganar una elección frente a un candidato del establishment con un presupuesto desproporcionalmente mayor.
Este proceso de elecciones internas o primarias parece muy complicado para ser replicado en América Latina, pero México lo hizo exitosamente en el año 2000, cuando el PAN efectivamente logró lo que durante casi 70 años intentó: ganarle al PRI. El PAN lo logró, entre otras cosas, mediante elecciones internas, directas y regionales. La que compitió Vicente Fox fue la primera, la que ganó Felipe Calderón (cuando el favorito del gobierno era Santiago Creel) fue la segunda. Ese proceso de elecciones internas fue un éxito, pero lastimosamente no se volvió a implementar y nadie siguió ese gran ejemplo.
En el México de hoy, por el contrario, los candidatos de los tres partidos políticos preferidos no tuvieron elecciones internas (hicieron convenciones) y a los independientes los sometieron a condiciones y requisitos que prácticamente hicieron inviables sus candidaturas. En otras palabras, ayudaron a los más fuertes y le cerraron las puertas a los nuevos o más débiles. Por eso, en ese momento ya era predecible quien ganaría la elección presidencial. Lo que hicieron es el equivalente a realizar una reforma tributaria donde se le cobra más a los pobres y menos a los ricos.
En la República Dominicana, cuando echamos una mirada a los candidatos favoritos — Danilo Medina, Hipólito Mejía y Leonel Fernández— es como tomar una foto en blanco y negro de hace treinta años, pues siguen siendo los mismos protagonistas: no ha habido renovación política. El futuro próximo no parece tan prometedor para ese cambio de liderazgos, pues ya Mejía anunció su precandidatura, Leonel hizo lo propio y el presidente Medina ha dejado para marzo de 2019 su decisión sobre una segunda reelección.
En estos momentos la sociedad dominicana clama por un cambio y renovación de sus partidos políticos, pero éstos siguen siendo controlados por políticos veteranos. La máxima estructura de poder del oficialista Partido de la Liberación Dominicana es el Comité Político, un órgano donde la edad promedio de sus miembros es de 63 años. De no existir un sistema abierto que permita la participación de elecciones internas secuenciales y regionales, la lógica nos indica que, si el próximo candidato no es el presidente Danilo Medina, lo será el expresidente Leonel Fernández o Hipólito Mejía. Mejia (PRM), de la oposición, es un líder carismático que, nuevamente bajo el lema “Llegó Papá”, ha anunciado su intención de aspirar por tercera vez a la presidencia que dejó en 2004. Si no hay un sistema de elección interna real y secuencial, lo más probable es que el que gane sea simplemente quien tenga más reconocimiento de su nombre, a pesar de también ser el más rechazado. Por lo tanto, de darse de esa manera, a quien gane le será muy difícil gobernar, responder a las nuevas realidades y retos.
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En Chile, se celebraron elecciones primarias oficiales por segunda vez en la historia en 2017, organizadas por el Servicio Electoral. La ahora disuelta Nueva Mayoría (coalición que agrupaba a partidos de centroizquierda y de izquierda) no realizó elecciones directas internas, sino que designó a Alejandro Guillier quien quedó en segundo lugar con un 22,70% en la primera vuelta y perdió la segunda vuelta contra el actual presidente Sebastián Piñera.
El 13 de agosto de 2017, Argentina celebró las elecciones primarias, abiertas, simultáneas (pero no secuenciales) y obligatorias (llamadas también elecciones Paso), las cuales permitieron que cada alianza electoral o partido político elija a los candidatos para 127 cargos de diputaciones nacionales y 24 cargos de senadurías nacionales que participaron en los comicios legislativos del 22 de octubre de 2017. Estos procesos de elecciones internas simultáneas terminan siendo una suerte de segunda vuelta electoral; lo cual no está mal, pero no resuelve el problema de la renovación como ocurriría si fueran, no solo abiertas, sino secuenciales. Dos vueltas son mejor que una; pero tres o cuatro (regionales y secuenciales) hacen la diferencia.
En Colombia, por el contrario, ganó Iván Duque (42 años), quien dio una muestra de una buena fórmula de solución al reto de la renovación política. En su carrera, Duque pasó por cinco procesos electorales (incluído el plebiscito del 2016 sobre los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC, del que fue vocero de la opción que se oponía) y en las internas participó en 35 foros y debates y así se logró que alguien nuevo y joven (antes desconocido por la mayoría de la población) ganara claramente las elecciones internas y la presidencia. Sin esas etapas secuenciales, hoy muy probablemente el presidente de Colombia sería Oscar Iván Zuluaga o Gustavo Petro.