Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Síguelo en Twitter: @GeovannyVicentR. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Todos queremos que Venezuela sea un país fuerte y exitoso, ver la nación sudamericana y caribeña aumentar su producción y exportación de petróleo, diversificar su malograda economía, dar la bienvenida a turistas de todas partes del mundo, mejorar su infraestructura, producir sus propios alimentos y, sobre todo, integrarse totalmente en la economía regional.
Sin embargo, por ahora estos son solo recuerdos de un pasado de florecimiento económico y sueños de un futuro incierto. que no promete mucho debido a un presente funesto que refleja una inflación para Venezuela de hasta el 1.000.000% en 2018. Una cifra solo comparada con la situación que experimentó Zimbabwe a finales de 2000 y Alemania en 1923.
Venezuela puede volver a los años cuando fue considerada una democracia fuerte, especialmente a partir del Pacto de Punto Fijo en 1958.
En los últimos meses ha salido a la luz pública que, durante los primeros meses de su gobierno, Trump planteó la posibilidad de intervenir a Venezuela militarmente. Este artículo pretende explicar por qué la solución más viable para Venezuela nunca será la militar. Y que antes bien debe abrirse un canal de diálogo con el gobierno actual y el pueblo de Venezuela para alcanzar metas concretas que ayuden a mejorar la situación económica del país. La pregunta es: ¿cómo lograremos esto?
En los últimos diecinueve años Venezuela ha cambiado dramáticamente a raíz del advenimiento del chavismo.
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A diferencia de Hugo Chávez, quien gobernó en tiempos de las vacas gordas y aprovechó el auge del petróleo y el alto rendimiento de las reservas venezolanas, a Nicolás Maduro le ha tocado gobernar durante los años de las vacas flacas, con un petróleo mucho más barato y una capacidad técnica reducida debido a la fuga de cerebros.
Por tanto, podríamos usar aquella frase para decir, en cuanto a bonanza, que “se acabó lo que se daba”.
Maduro, sediento de liquidez económica, no ha podido continuar la diplomacia de petróleo que tanto apoyo había aportado a Venezuela en los foros internacionales. Un ejemplo de esto nos lo brindó la República Dominicana —antes beneficiaria del petróleo barato de Petrocaribe—, cuyo gobierno votó en junio a favor de una resolución de la OEA que desconocía las pasadas elecciones venezolanas. El régimen se va quedando solo.
Aunque todavía el gobierno venezolano no reconoce que la crisis económica hace tiempo mutó a crisis humanitaria, la realidad es que en términos migratorios ya algunos expertos se han atrevido a decir que Venezuela representa la Siria de las Américas.
Oficiales de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados han señalado que el éxodo masivo de venezolanos a Colombia, Brasil y el resto de la región es comparable con la crisis generada por la guerra civil en el país del Medio Oriente. El representante de la Acnur para los Estados Unidos y el Caribe, Matthew Reynolds, ha dicho que, para esa agencia, “esta es una de nuestras crisis más grandes, es de la escala de Siria”.
Por la cercanía, Colombia ha sido el mayor receptor de migrantes venezolanos, unos 935.593 en 2018. Aproximadamente 1,6 millones de venezolanos han salid del país desde 2016 y se espera que unos 1,8 millones dejen su tierra en 2018.
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Sin embargo, a pesar de esas cifras de migrantes que desgarran el alma, la respuesta militar nunca deberá ser la opción. Por el contrario, la resistencia del régimen en los últimos años nos indica que a estas alturas de la crisis debemos pensar en el bienestar del pueblo y no en el gobierno, cuya prioridad es mantener el poder.
Las palabras recientes del secretario general de la OEA, Luis Almagro, pudieron haber sido malinterpretadas en cuanto a sugerir una intervención militar en Venezuela. Pero la realidad que pocos dicen es que líderes como Donald Trump, Recep Tayyip Erdoğan, Xi Jinping y otros líderes regionales que han demostrado interés en Venezuela, todos quieren la misma cosa: una Venezuela próspera, exitosa e independiente, que esté integrada regionalmente y en la economía global.
De hecho, lo más probable es que el propio Maduro quiera lo mismo. Nadie desea gobernar bajo turbulencias.
Otra vez, ¿cómo logramos esto? Eso depende de tres palabras: diálogo, debate y consenso.
En 1965, la República Dominicana había recibido su segunda intervención militar del siglo XX, ambas por Estados Unidos. El resultado no fue el esperado, estaba en una guerra civil.
Esa intervención frustró el plan de los constitucionalistas que querían reponer la constitución de 1963 del derrocado Juan Bosch, primer presidente electo en elecciones libres después de 31 años de dictadura trujillista. Esa misma intervención aportó para el ascenso de Joaquín Balaguer en 1966, caudillo que se quedaría hasta el 1978 y regresaría al poder una vez más a finales de los 80 por diez años más.
Más tarde, en 1989, respetando la realidad y el contexto del momento, una intervención puso fin al régimen de Manuel Noriega en Panamá. Y aunque hoy Panamá cuenta con una economía floreciente, la opción militar nunca está justificada dentro del marco del derecho internacional y la libre determinación de los pueblos.
A propósito del principio de la autodeterminación de los pueblos, cabe destacar que los ciudadanos tienen dos maneras de hacerse escuchar, en las urnas o en las calles
Cuba nos presenta el mejor ejemplo del camino de aislamiento que Venezuela recorre, con la diferencia de que el régimen cubano se las ha arreglado para sobrevivir en el poder por 59 años pese al embargo comercial (1960) de su vecino más cercano al norte.
¿Quién ha pagado el precio de la resistencia al cambio que tiene el régimen cubano y del efecto causado por el aislamiento de parte de la comunidad internacional? Los cubanos y solo los cubanos. En abril, por primera vez en más de medio siglo Cuba, tuvo un presidente que no lleva el apellido Castro.
No podemos cambiar el orden mundial para adaptar a Venezuela.
Por consiguiente, Venezuela necesita realizar algunos cambios. Maduro puede continuar con su discurso del legado de Chávez, pero debe pasar a acciones concretas para que Venezuela logre la reconciliación con el mundo, pero sobre todo con Venezuela misma.
Venezuela puede cambiar y el mundo cambiará con ella, pero no pasará de la forma contraria.
La solución no es aislar a Maduro, la solución es integrarlo y llevarlo por el camino del cambio. Un cambio real que también signifique cambiar el rostro de su gobierno y promover la reconciliación con su pueblo a través de la tolerancia. Pero para eso hay que poner a la gente primero y en esta etapa esto se logra reconociendo que hay una crisis y aceptando la ayuda humanitaria necesaria: ¡primero la gente!