Nota del editor: Dan Restrepo es abogado, estratega demócrata y colaborador político de CNN. Fue asesor presidencial y director para el Hemisferio Occidental del Consejo Nacional de Seguridad durante la presidencia de Barack Obama.
(CNN Español) – Lo hemos visto antes en Estados Unidos –la polarización política fomentando violencia política– y no ha terminado de manera positiva. Ni de cerca.
La combinación combustible de la polarización y la violencia política.
El peor –pero lejos de ser el único ejemplo– se vivió durante los meses que antecedieron las elecciones presidenciales de 1968.
En ese entonces, Estados Unidos era un país con alta tensión racial, con problemas sociales que iban más allá del movimiento por los derechos civiles y con una división profunda por la marcha de una guerra perdida en Vietnam.
En ese año ocurrieron los dos asesinatos políticos más recientes de nuestra historia: la del líder de los derechos civiles, el reverendo Martin Luther King y el del senador y precandidato presidencial Robert Kennedy.
Y, obviamente, el 68 no es el único ejemplo de la violencia política estadounidense. Cuatro presidentes –Abraham Lincoln, James Garfield, William McKinley y John Kennedy– fueron asesinados y otros dos heridos –en un caso gravemente— en atentados.
También destaca el ataque armado contra congresistas republicanos el año pasado que casi cobró la vida de uno de los líderes de la Cámara de Representantes.
Entonces, la violencia política en Estados Unidos no es novedad. Pero si no encontramos manera de bajar las tensiones - y bajarlas rápidamente - temo que puede llegar el día en el que otro famoso político estadounidense sea víctima de la violencia.
Y, tristemente, esta vez no vendría simplemente de tensiones sociales o de las acciones de un loco.
A pocos días de, quizás, las elecciones intermedias más importantes en la historia moderna de la política estadounidense –y quizás las más tensas desde 1968 – la polarización está creciendo de manera profundamente preocupante.
Esta semana ha surgido un aparente complot que consistió en mandar bombas –primitivas pero activas– vía correo al ex presidente Bill Clinton y su esposa Hillary, el expresidente Obama, al filántropo progresista George Soros, al exsecretario de Justicia Eric Holder, a la legisladora Maxine Waters, al exdirector de la CIA John Brennan (a las oficinas de CNN en Nueva York, si bien Brennan trabaja en otro medio) y al actor Robert DeNiro.
Gracias a Dios, a la buena suerte y al profesionalismo del Servicio Secreto (en el caso de las bombas dirigidas a los Clinton y los Obama) y de las policía locales en los otros casos, los que querían ejecutar esta campaña de terrorismo fallaron.
Pero el que no hayan tenido éxito no significa que debamos ignorar cómo llegamos a donde estamos.
Empezando con la lista de blancos de este ataque.
Es difícil pensar que fue una coincidencia.
Todas son personas que han sido atacadas –en muchos casos de forma reiterada– con nombre y apellido, por el actual presidente de Estados Unidos.
Esto no es decir que el presidente es responsable de la intención homicida de quien o quienes están detrás de estos actos de terrorismo.
Pero es innegable que el presidente no ha hecho nada para bajar ánimos políticos en el país. Y ha fomentado la división y la tensión, en particular, en las últimas semanas de esta campaña tan consecuente.
Es, a fin de cuentas, el presidente que, en el contexto de sus eventos de campaña, sigue impulsando consignas de “Lock Her Up” (enciérrenla) dirigidos a Hillary Clinton y otras figuras del partido demócrata, como la senadora Diane Feinstein y que, en la última semana, ha celebrado puntualmente a un político que físicamente atacó a un periodista.
En todo momento, el presidente de Estados Unidos tiene la máxima responsabilidad de impulsar los intereses de todos los estadounidenses.
En momentos de alta tensión, esa responsabilidad es aún más profunda.
Desafortunadamente, el presidente Trump no parece estar a la altura del momento y sigue culpando a los medios por las tensiones y sin aceptar que fomenta la polarización que vivimos.
Ojalá que los comicios que nos esperan el 6 de noviembre reivindiquen que la herramienta para resolver las diferencias políticas, incluso las más profundas, de manera pacífica, son las elecciones y los mecanismos democráticos.