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Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con posgrado en Negocios Internacionales y Comercio Exterior por la Universidad Externado, de Colombia, y la Universidad Columbia de Nueva York. Con estudios en Gerencia de la Universidad IESE de España y candidato a MBA de la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – De acuerdo con estudios del Foro Económico Mundial, existe una correlación entre el aumento de la competitividad de un país y la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos. Por ello, esta institución creó, desde 1979, el Índice de Competitividad Global, como una herramienta para medir anualmente qué tan productivamente utiliza un país sus recursos disponibles.

El informe anual más reciente, publicado el 16 de octubre, evaluó y comparó a 140 países que representan casi el 99% del Producto Interno Bruto mundial, midiendo algunos aspectos claves en la competitividad y la productividad como la institucionalidad, la infraestructura, el desarrollo macroeconómico, la disponibilidad tecnológica, el mercado financiero, la capacitación laboral, la innovación, entre otros.

Según el informe, América Latina ha perdido competitividad frente al mundo. Con la excepción de países que mejoraron su calificación, como Chile (subió 3 lugares), Honduras (subió 2 lugares) y Paraguay (subió 1 lugar), los demás descendieron en este importante indicador. Por ejemplo, Colombia, Perú y Brasil cedieron 3 lugares, Panamá bajó 9, mientras que Venezuela continúa su abrupta caída hacia los últimos lugares del índice, descendiendo 10 posiciones, hasta llegar al deshonroso puesto 127 de las 140 jurisdicciones analizadas.

Aunque las perspectivas de crecimiento para la región a inicios de año marcaban un panorama favorable, creciendo, en promedio, por encima del 2%, los ajustes, tanto de la Cepal como del BID y del FMI, se han corregido a la baja. En particular, preocupa la guerra comercial entre China y Estados Unidos, la incertidumbre electoral de una región con 6 comicios presidenciales en el 2018, la debilidad institucional y, en general, el rezago y la falta de disposición de los países latinoamericanos para integrase exitosamente a las transformaciones de la nueva revolución tecnológica global.

Respecto a la batalla comercial entre China y EE.UU., el actual ministro de Industria y Comercio de Colombia, dijo en el diario El Tiempo de Bogotá: “El primer efecto es una reducción del crecimiento económico en los países que se verán involucrados en la guerra comercial y habrá un efecto directo en nuestra capacidad exportadora, porque habrá una desaceleración de la economía en todo el mundo”. Ahora bien, esta crisis en las relaciones de las dos principales potencias económicas del mundo también abre oportunidades para que los exportadores latinoamericanos pasen a abastecer parte de las demandas de ambos gigantes. Al respecto, varios de los países latinoamericanos pueden aprovechar favorablemente los tratados de libre comercio que tienen suscritos con Estados Unidos.

Paralelamente, en materia de exportación de materias primas, China es un mercado cada vez más relevante para América Latina. Según Bloomerg, Beijing ha sobrepasado a Washington como el mayor consumidor de materias primas, entre ellas, el petróleo: “La corona del mayor importador mundial de petróleo ahora la tiene firmemente China porque las importaciones anuales del país superaron las de EE.UU. por primera vez en la historia. Lo que es más importante, China también es uno de los principales compradores de crudo estadounidense.”

Sin embargo, la incertidumbre electoral en varios países de América Latina no deja de ser una preocupación en una de las regiones con más inestabilidad política del mundo. Resulta alarmante que la izquierda carnívora, en palabras de Mario Vargas Llosa, siga seduciendo a tantos votantes en esta región, a pesar de las experiencias dolorosas de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, entre otros lugares azotados por el socialismo más ruinoso y violento. Al respecto, se publicó hace poco un muy recomendable libro de la ex secretaria de Estado de EE.UU., Condoleezza Rice, titulado: “Political Risk: How Businesses and Organizations Can Anticipate Global Insecurity, en el que se expone claramente cómo la fragilidad de las democracias y del orden político afectan, cada vez más, el mundo económico y de los negocios.

En consecuencia, la debilidad institucional es uno de los pilares sobre los cuales la región debe trabajar. Sin institucionalidad fuerte, confiable y eficiente, será imposible que un país logre el desarrollo económico y el bienestar general. En muchos de los países latinoamericanos las instituciones más desprestigiadas son las estatales, particularmente las ramas legislativa y judicial. Sin reformas exitosas en estos ámbitos, no será nunca posible una región sostenible.

Finalmente, pero no menos importante, es el ámbito crucial de la innovación y las nuevas tecnologías. Es en lo que está más rezagada América Latina. Siendo 100 la mejor calificación, ningún país latinoamericano supera la puntuación de 47 puntos obtenida por Brasil. México obtuvo una calificación de 42 puntos; Colombia, 35; Perú, de 31; Ecuador, de 32, y Venezuela de 31. América Latina debe adoptar, de manera urgente, políticas públicas que involucren la cuarta revolución en nuestros países. Esta adopción puede significar, como bien lo ha demostrado el presidente de Colombia, Iván Duque, un punto importante para la disminución de la alta informalidad, un cáncer que debe ser solucionado prontamente para hacer viables y sostenibles nuestras economías.

Post Escriptum: Aunque el Foro Económico Mundial no evalúa las alianzas público-privadas como pilar en su indicador, es importante incluir estos esquemas de desarrollo y valorar mucho más su impacto para ayudar a cerrar las brechas en infraestructura que tiene nuestra región.