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Nota del editor: Frank Vales nació en La Habana, Cuba. Vive en Estados Unidos. Estudió Traducción e Interpretación en Cuba y Alemania. Ha sido director de institutos de idiomas, profesor y conferencista sobre temas relacionados con su profesión, la terminología y la comunicación intercultural en universidades de Europa, Norteamérica, América Latina y el Caribe. Especialista en la obra de José Martí. Su labor profesional le ha permitido viajar a más de 90 países en 5 continentes. Trabajó como traductor y jefe de sección en un organismo especializado de Naciones Unidas radicado en Ginebra, Suiza. Ha publicado numerosos artículos y trabajos de temas relacionados con su profesión y especialidades. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN Español) – Estudié traducción e interpretación en alemán en un instituto de La Habana, ubicado en el barrio de Miramar, llamado Máximo Gorki. Allí aprendí el idioma, pero también cultura alemana. Pronto comprendí que el idioma no puede separarse de la cultura que lo sustenta. Toda traducción o interpretación será siempre un ejercicio cultural y lingüístico. Se traducen ideas que se expresan a través de las palabras y pensar que el simple conocimiento de un idioma extranjero nos capacita para ser traductores o intérpretes es cuando menos ingenuo o irrespetuoso.

Mi primer viaje a Alemania tuvo lugar en 1972, cuando había cumplido 25 años de edad y me desempeñaba como director de dos institutos: Máximo Gorki y Pablo Lafargue. Siempre he pensado que esa fue la etapa más productiva y bella de mi vida profesional porque tuve la inmensa dicha de poder participar en la formación de los futuros traductores e intérpretes de Cuba. Mantengo contacto con muchos de mis antiguos alumnos y colegas de trabajo de aquel entonces y me llena de orgullo ver que no son pocos los que han tenido éxitos en su vida personal y profesional y que no olvidan a este viejo amigo. Recibo de ellos múltiples mensajes sumamente respetuosos y llenos de cariño y agradecimiento. Pero volvamos al tema de Alemania.

En aquella época recibí una invitación para visitar centros de formación de traductores y escuelas primarias y secundarias donde se enseñaban lenguas extranjeras, así como para sostener un intercambio de experiencias con expertos en materia de enseñanza de idiomas extranjeros. Fue así que visité colegios y universidades y me encontré con colegas alemanes en Berlín, Leipzig y Dresde, entre otras ciudades y pueblos. En ese periplo tuve la oportunidad de ver algunas ruinas de la guerra, imágenes de la total destrucción de Dresde, impactos de balas en múltiples edificios, el muro de Berlín y visité dos campos de concentración: Sachsenhausen, especialmente destinado a presos políticos y disidentes, y Buchenwald, lugar de exterminio de judíos.

Este último mostraba la verdadera y despreciable cara del nazismo, pues se encontraba en las cercanías de Weimar, ciudad muy importante en la cultura alemana y de dos de sus grandes representantes: Friedrich Schiller y Johann Wolfgang von Goethe. Los horrores del nazismo y del Holocausto, de los que me hablaban los judíos neoyorquinos que conocí, los pude apreciar en todas sus execrables manifestaciones nacionalistas en esas visitas.

Varios viajes más realicé a Alemania Oriental en años posteriores e, incluso, llegué a trabajar como profesor de español en un instituto de la Universidad Karl Marx (hoy Universidad de Leipzig) en la primavera y verano de 1989, donde además obtuve una licenciatura en interpretación y traducción en alemán, inglés y español. Poco después desapareció la RDA para abrirle el camino a la Reunificación Alemana. Fue así que visité la Alemania reunificada en años sucesivos a partir de 1991 y, especialmente, visité ciudades de la antigua Alemania Federal hasta que en 1994 recibí primero una beca para continuar mi investigación sobre las influencias alemanas en la obra y pensamiento martianos; y luego para realizar un doctorado sobre este tema en la Universidad de Maguncia, pero residiendo en Munich.

A modo de ejemplo quisiera señalar que en todos esos viajes pude observar cómo ciertos vocablos alemanes habían pasado a ser rechazados por la población en general debido a la carga negativa que habían adquirido durante la época del dominio nazi. Así aprendí a evitar pronunciar palabras como vaterland (patria) por ser uno de los vocablos más empleados por Hitler para manipular al pueblo alemán. Se prefería hablar de heimat (pueblo o tierra natal). Das deutsche Volk (el pueblo alemán) adquirió igual connotación negativa porque se impuso como frase para justificar el expansionismo alemán y el desprecio por todos los demás pueblos. Hoy se prefiere decir bevölkerung (población). Führer (guía o líder), que fue el título que se le confirió a Adolf Hitler para resaltar su papel como máxima figura del nazismo, ha sido rechazado categóricamente por reflejar la unipersonalidad del oprobioso y despreciable régimen que le costó la vida a decenas de millones de personas. Solamente he encontrado su uso en vocablos compuestos, muy común en alemán: reiseführer que significa guía turístico o una guía de turismo. Se usa ahora leiter (líder o jefe), entre otras palabras para indicar el significado de líder. Otro de los vocablos más aborrecidos era nationalismus (nacionalismo), que era la ideología del nazismo con lo cual se justificaba el desprecio y odio hacia otros pueblos y se realzaba la superioridad del pueblo alemán con respecto a otros pueblos y etnias; y se defendía a Alemania por encima de toda consideración o duda. No se trata de ser políticamente correcto cuando aporto estos ejemplos, sino de tener un conocimiento de la historia moderna y sus repercusiones en el lenguaje. Por eso se dice con toda razón que las palabras tienen consecuencias, a veces desconocidas por las personas que no tienen en cuenta la historia y las usan incorrectamente.

Hace 73 años que Estados Unidos y sus aliados derrotaron al fascismo en Europa, pero éste no ha desaparecido del todo como se comprueba con el ascenso del movimiento neonazi en meses recientes en este país. No basta con abrir una embajada en Jerusalén, vender armas y sistemas de defensa antiaéreas y hacer declaraciones enérgicas de respaldo a Israel cuando, a su vez, se tolera y permite el surgimiento del neofascismo en nuestro país o se hacen declaraciones ambiguas sobre el racismo y los neonazis.

Creo haber dicho que de tanto cuidarnos de las influencias negativas del comunismo se ha abandonado la lucha contra una plaga de la humanidad: el fascismo. Recuerdo que durante mi residencia de años en Francia conocí de diversas sanciones a personas por negar la existencia del Holocausto y por sus posiciones neonazis. Sería bueno que aprendamos de las experiencias de otros países en la lucha contra esta nefasta y aborrecible plaga y que formemos, una vez más, una sagrada alianza para erradicar de una vez para siempre esta aborrecible ideología. En eso no puede haber ambigüedades. Descansen en paz, queridos hermanos judíos de Pittsburg, las nuevas víctimas del nacionalismo. Ustedes representan lo mejor de todos nosotros. Amén (vocablo de la lengua hebrea).

Nota: Este escrito fue publicado previamente en Facebook.