Nota del editor: Mark Weinberg es asesor de comunicaciones y autor de “Movie Nights with the Reagans” (Simon & Schuster). Se desempeñó como asistente especial del presidente y secretario asistente de prensa en la Casa Blanca de Ronald Reagan. También fue director de relaciones públicas en la oficina pospresidencial de Reagan. Las opiniones expresadas en el artículo son propias del autor.
(CNN) – Y así continúa, sin un fin previsible, el cierre parcial de la administración. El presidente Donald Trump, quien correctamente dijo que se debía culpar a la Casa Blanca por la crisis, ahora parece no estar dispuesto a aceptar la responsabilidad.
En consecuencia, cientos de miles de inocentes trabajadores gubernamentales, ya sea demócratas, republicanos o independientes, se ven forzados a quedarse sin los salarios que necesitan para alimentar, dar vivienda y vestir a sus familias. (Estos son los trabajadores gubernamentales, cabe mencionar, que Trump decidió que no recibirán un aumento en el 2019). Y millones de ciudadanos en toda la nación se ven forzados a seguir adelante sin algunos servicios gubernamentales de los cuales dependen.
En reacción a la resistencia del Congreso de forzar a los contribuyentes estadounidenses, en lugar de a México, a financiar su muro fronterizo, Trump llegó a amenazar con cerrar la frontera sur el viernes en la noche. Nadie sabe qué significa eso exactamente, pero su respuesta irreflexiva revela que es mucho más lo que hay en juego: ¿a qué intereses responden las acciones del presidente?
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Cada vez es más aparente que defiende los suyos propios, poniendo a EE.UU. y a los estadounidenses en segundo lugar.
Veamos algunos ejemplos recientes de su estrategia “Trump primero”:
Retirar las tropas estadounidenses de Siria
A nadie le gusta la idea de poner en peligro a los soldados estadounidenses, en especial, en medio de lo que parece ser una guerra imposible de ganar a miles de kilómetros de distancia. Dicho esto, nuestras fuerzas armadas están en Siria por una buena razón: erradicar un enemigo declarado que intenta destruirnos, ISIS.
Trump declaró que nuestra misión en Siria había concluido y que era hora de retirar nuestras fuerzas. La mayoría de los expertos estuvieron en desacuerdo. Si bien el exsecretario de defensa James Mattis le sugirió no tomar una decisión tan apresurada, a él no pareció importarle.
En cambio, Trump adoptó una resolución unilateral que conmocionó a nuestra clase dirigente y militar, al igual que a nuestros aliados en el exterior. Pero deleitó a nuestro principal adversario internacional, el presidente de Rusia, Vladimir Putin. En una conferencia de prensa, Putin manifestó que “de haber tomado la decisión de retirarse, hacía lo correcto”.
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Si bien el senador Lindsey Graham, aliado de Trump y quien se opone al retiro de tropas, dijo el domingo que “estamos en pausa” en referencia al retiro de Siria, el presidente no ha anunciado formalmente un cambio en sus planes de reducción.
Dado que perdura la amenaza de ISIS, parecería que la decisión de Trump está más motivada por un deseo de cumplir una promesa de campaña que de garantizar la seguridad del pueblo estadounidense en general. También, si EE.UU. se retira, ISIS podrá reactivarse con escasa o ninguna interrupción de las fuerzas enemigas y eso ciertamente no responderá a los intereses nacionales de Washington.
Socavar intencionalmente los pilares de la democracia
Las críticas incesantes de Trump a la prensa y a nuestro sistema de justicia son tan frecuentes que algunos podrían no estar sintiendo sus efectos venenosos. Pero la democracia no existe sin estos dos pilares.
A Trump no parece importarle. Se refirió a la prensa libre como al “enemigo del pueblo”, sugirió en Twitter la posibilidad de una red gubernamental oficial que compita con los medios y el FBI se ha convertido en blanco en repetidas ocasiones de su ira.
Una prensa amordazada y un sistema de justicia corrupto son el sello distintivo de los regímenes autoritarios. Que Trump busque intimidar y corroer la confianza pública en estos pilares de la democracia es -para usar una de sus palabras favoritas- una vergüenza.
Pero Donald Trump sabe que ambas instituciones están dedicadas a conocer la verdad sobre él, sus negocios y su campaña presidencial. Eso parece atemorizarlo, por lo que sus ataques probablemente no cesarán en el futuro cercano. Sus intereses personales se nutren de una falta de confianza pública en la prensa y en el sistema judicial. Al diablo con lo que es mejor para el país.
Poner en peligro el funcionamiento regular de los mercados libres
Agreguemos Wall Street a la lista de las instituciones que Trump parece no respetar mucho. En su visión está la quintaesencia de nuestro sistema económico: el mercado de valores. Trump está haciendo que sea virtualmente imposible invertir con confianza. Trump es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que lo que dice afecta a los mercados, sin embargo, insiste en decir una cosa el lunes, y otra -a veces lo opuesto- el martes.
Como los presidentes ejecutivos corporativos que buscan un crecimiento regular y sostenible en sus ganancias para mantener la tendencia alcista de sus precios accionarios, así también de coherentes y sostenibles deberían ser los comentarios del presidente. Últimamente, al menos, los de Trump no han sido ni lo uno ni lo otro. Y él ha tomado la inusual actitud de criticar públicamente al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, a quien designó a dedo el año pasado. El mandatario reveló que no estaba “ni un poco feliz” con él. De hecho, según fuentes de CNN, Trump ha consultado acerca de la legalidad de despedir a Powell, lo que ciertamente agrega inestabilidad e incertidumbre a los inversionistas. No sorprende que las críticas de Trump a Powell hayan hecho mella en los mercados, que han visto altos y bajos extremos el mes pasado por varias razones.
Si Trump quisiera estabilizar y fortalecer la economía estadounidense, en lugar de acosar al presidente independiente de la Reserva Federal, elegiría con mayor cautela sus palabras.
Nadie debería sorprenderse de que Trump se ponga primero a sí mismo. Después de todo, hizo campaña como provocador y a gran parte del país claramente le agradó esa estrategia. Él y sus seguidores parecen deleitarse en quebrantar las “normas presidenciales”.
Pero este patrón de Trump que antepone sus intereses a los del país no podría estar más reñido con lo que se supone que debería hacer el rol de un presidente.
De hecho, la única norma a la que debe ceñirse todo mandatario es la de anteponer al pueblo estadounidense. Independientemente de su estilo, el presidente de EE.UU. debe en todo momento actuar de un modo que proteja el bienestar de sus ciudadanos y fortalezca nuestra república. Eso significa apoyar -y no intentar destruir- lo que hace grandioso a nuestro país, aun cuando sea en detrimento propio.
Las acciones recientes de Trump brindan una razón legítima para cuestionar si esa será su prioridad, una vez que el gobierno retorne con todas sus fuerzas. En este aspecto no podemos ceder. Nunca. De ello depende nuestra supervivencia.