Nota del Editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de más de siete libros y colaborador en publicaciones sobre temas internacionales. Actualmente se desempeña como director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. Colaboró con diferentes medios argentinos como Clarín, El Cronista, La Nación, Página/12, Perfil y para revistas como Noticias, Somos, Le Monde Diplomatique y Panorama. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión de Argentina.
(CNN Español) – En esta columna dijimos en reiteradas oportunidades que la disputa político-ideológica en la región no ha concluido con una victoria neta de progresistas o conservadores, aunque la balanza se está inclinando hacia estos últimos desde la elección de Mauricio Macri en la Argentina, en 2015, y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, en 2016, que llevó al poder a Michel Temer.
Sin embargo, esta disputa ahora puede tener actores diferentes, como quedó reflejado en la reciente reunión del Grupo de Lima para tratar el desconocimiento del nuevo mandato del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Si bien el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, marca una cierta continuidad con Temer, la elección de Andrés Manuel López Obrador, en México, es un cambio de magnitud para la región.
Recordemos que un conjunto de países de América constituyeron el Grupo de Lima, en agosto de 2017, con el objetivo de no reconocer la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela y, por ende, tampoco el triunfo electoral de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales de 2018 cuando obtuvo el 67 por ciento de los votos frente a dos candidatos opositores que consiguieron poco más del 30 por ciento entre ambos. El Grupo de Lima reconoce como única autoridad en Venezuela a la Asamblea Nacional, electa en diciembre de 2015 con hegemonía opositora.
Este grupo de países se creó para contribuir al aislamiento del gobierno de Venezuela y provocar la salida de Maduro. Antes de que se constituyera, México ya jugaba un rol central para aislar a Venezuela. En la reunión de la OEA en Cancún, en junio 2017, el canciller mexicano Luis Videgaray intentó sin éxito que este organismo emitiera una declaración contra el gobierno de Maduro; y eso fue un año antes de las cuestionadas elecciones presidenciales de 2018 que ahora sirven como argumento para no reconocer el segundo mandato de Maduro.
En la reciente reunión del Grupo, el representante mexicano planteó que -sin retirarse del Grupo- México mantendrá las relaciones diplomáticas con Venezuela y “se abstendrá de emitir cualquier tipo de pronunciamiento respecto de la legitimidad del gobierno venezolano”. Claramente, esto representa un cambio de uno de los gigantes de la región y debilita al Grupo de Lima. Por otra parte, el canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa aseguró que el Grupo no tiene”competencia para andar calificando [gobiernos] y pedirles a los presidentes que asuman o dejen de asumir”.
Mientras el Partido de los Trabajadores, en Brasil, tuvo una excelente relación con el chavismo, en México pasaron gobiernos que estaban en las antípodas en su relación hacia Venezuela. Hoy, la ecuación se invierte. México retoma la llamada “Doctrina Estrada” del siglo pasado, de no intervención, una doctrina que tuvo su origen en la amenaza a su integridad territorial por los Estados Unidos. Es así como el nuevo canciller mexicano Marcelo Ebrard en su mensaje inaugural dijo que defendían “el principio de No Intervención y solución pacífica de los Conflictos”.
Por el contrario, el nuevo canciller brasileño Ernesto Araujo, en su rediseño de la política exterior de Brasil, ya dijo que admira a los “que luchan contra la tiranía en Venezuela” y que había que “leer menos el New York Times” y “escuchar menos la CNN”.
La disputa regional no deja de existir, pero ahora con jugadores de otro tipo.